Vida cotidiana

Lecturas, animales y museos en tierras mexicanas

21-05-2024

Por: Fran Lerios

Un grupo de lectura se transforma en un espacio ideal para tener una momento de pura contemplación. Desde Ciudad de México, unos chicos intercambian palabras, libros, disciplinas y formas de llevar el día a día.

Lecturas, animales y museos en tierras mexicanas

Por ahora, el grupo de apoyo a la lectura está conformado por mi amigo Victor y yo. El nombre, que eligió Víctor, viene del primer libro que decidimos leer juntos: El apoyo mutuo de Kropotkin. Hicimos carteles en hojas rosa fosforescente y las colgamos en puntos concurridos de la escuela.

El lugar que elegimos para reunirnos es un jardín con un grupo de árboles de gran altura y una fuente de piedra al centro. Hay algunos troncos viejos y apolillados donde podemos sentarnos, también están el borde de la fuente – redondeado y húmedo – y su base- baja y polvosa. El jardín está al fondo del pasillo que separa al edificio de aulas de las naves independientes de los talleres. En el pasillo hay árboles también, bordeados por suelo de concreto: fresnos, ficus, una higuera y un guayabo. 

La idea del apoyo a la lectura es que los momentos para hacerla pueden ser compartidos, que encontrar el tiempo para leer no tiene que ser más difícil que darse el tiempo para platicar. Leemos en voz alta a turnos. Mientras escucho, sentado en el borde húmedo, puedo mirar hacia arriba, seguir las ramas de la jacaranda y sentir el fresco de la fuente detrás. 

Una ardilla baja hacia un nudo en el tronco que forma un recoveco como una ollita, lleno de guayabas fermentándose, alojadas ahí por ella misma o por otras. Toma una guayaba con su boca y vuelve a subir, escalando hasta parar en una rama, sentarse sobre sus patas traseras y dedicarse a comerla. Tras un rápido mordisqueo por toda la guayaba, que gira entre sus patitas delanteras, la ardilla escupe o deja caer el centro semilloso de la fruta, que cae a unos pasos de Víctor. Su voz cálida y pausada mientras tanto lee sobre ser movido por un sentimiento más amplio, más difuso e indefinido que el amor: “…un instinto de caución solidaria y de sociabilidad. Lo mismo se observa también entre los animales. No es el amor, ni siquiera la simpatía…

En el agua de la fuente flota una rana amarilla, apenas se mueve. Tiene las patas traseras estiradas y su posición es casi vertical. No se asoma ni parece inmutarse. Tomé el hábito de visitarla por las tardes y encontrarla casi siempre en semejante estado de relajación, pero hace un par de meses la dejé de ver de un día para otro.

Parece que la rana llegó a la fuente así como se fue, me cuenta Sergio, que lleva más tiempo en la escuela que yo, estudiando cerámica. Voy a casa de Sergio los lunes por la mañana; él viene a mi casa los viernes. Me enseña cerámica, en su forma meticulosa y detallada de trabajarla, y yo le enseño a hacer pan, descubriendo también al hacerlo un método para mí. Mientras el pan se hornea, repasamos los pasos en voz alta; Sergio anota todo mientras yo observo su letra grande y su hábito de dividir en sílabas con un guión las palabras que no le caben completas. Las clases son nuestro acuerdo mutuo por ahora. Por el taller en casa de Sergio se cruzan dos gatas, que salen de la ventana y caen sobre el techo de lámina del estacionamiento para tomar el sol. Se asoma un perro negro, curioso y dócil que están cuidando durante las vacaciones. En el lado del departamento que no conozco vive Pancha, a quien no he visto, una ajolote que por las menciones de ella en conversaciones pasadas asumí ser una tortuga. 

Aunque les he platicado de él, ni Víctor ni Sergio han conocido a Jesús, que vive en Tlahuelilpan, Hidalgo, a dos horas al norte de la ciudad. Allá, entre tantas otras cosas, Jesús logra darle significado a lo que parecería determinado a ser una tarea burocrática y frustrante: ser funcionario de cultura para el municipio. Su trabajo incluye encargarse del museo de la cultura de Tlahuelilpan. La muestra más reciente se trató de un trabajo de arqueología popular, con piezas prehispánicas encontradas en la región por sus habitantes, quienes las donaron o prestaron para mostrarlas. Son principalmente malacates, unas rueditas de cerámica de entre tres y cinco centímetros, con forma de media esfera y un orificio atravesándolas al centro desde arriba, usadas como contrapeso para hilar ixtle. Su abundancia muestra la importancia de la actividad textil en la región. La exposición reproduce en textos las anécdotas de sus hallazgos, usos alternativos, así como el nombre con lo que la mayoría de la gente los conoce: pirinolas, pirinolitas. A la distancia ayudé a calcar a computadora los delicados y variados grabados de la cara curva de las pirinolas para incluirlos – ampliados en escala – en un par de juegos de impresos engargolados. Algunos diseños a mano, más accidentados; otros en apariencia producidos con sellos. Escaleras, espirales, puntos, flores, que veo desde entonces reaparecer en platos, manteles, azulejos, diseños de herrería, vestidos.


Foto de portada: Leticia Obeid. “El libro de los pasajes”. Serie El canto de Jano, 2015-2016.

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