Vida cotidiana

La migración queer

29-11-2024

Por: Alejandro Gabriel

Llegar a un puesto de migraciones en Estados Unidos se convierte en una discusión sobre arquitectura, arte contemporáneo y teoría queer. Cuáles son las formas de un espacio urbano que no responda a limitaciones tradicionales, cómo llevar una muestra en el bolsillo y cómo saber mentir; todas esas preguntas unidas en este texto.

La migración queer

Esperaba impaciente en la fila a que toque mi turno para migraciones en Estados Unidos. Hacía muchos años que no viajaba y la situación me estresaba. Los altavoces del aeropuerto, los policías con perros, la espera de la evaluación. Mi mantra: no hacer ningún chiste, poner cara de buena gente, tener todos los documentos a mano. Calmate, te perjudicás, calmate. Por favor, tráiganle un vaso de agua. No quiero un vaso de agua, se creen que soy una estúpida. Todo eso en mi cabeza.

Toca mi turno, el oficial comenzó con las preguntas típicas. Que porqué venía, que dónde iba a hospedarme, que cuánto tiempo. Yo contestaba en inglés escueto, gracias al Clover Institute. El oficial, sin quedar conforme, siguió con el cuestionario y me preguntó a qué me dedico. Para evitar la complicación de decir que soy artista y explicar que en realidad hago videojuegos para marcas, dije: “Arquitecto” (que también soy, pero menos). Pensaba que una profesión tradicional calmaría su sed inquisitoria. Al mismo tiempo, me avergonzaba de mi respuesta ¿En mi cabeza también era mejor ser una cosa que otra ante los Estados Unidos de América?

La siguiente pregunta fue: “¿En dónde trabaja de arquitecto?”. Empecé a teclear, entré en pánico, pero mi lengua ya estaba hablando: “En un estudio de arquitectura”, dije. A esa altura sentía que mi corazón iba demasiado rápido y que el oficial ya debía saber de mi engaño, que seguramente el ojo me temblaba y que las microseñales de mi cara desencajada eran suficientes para deportarme. El oficial siguió: “¿Y qué trabajo hacés en el estudio?”. Para ese entonces ya estaba temblando, pero mi lengua seguía y seguía, y sin pestañar contesté: “Hago estadios de fútbol”.

Me miró, lo miré. Me miró.

Yo había redoblado la apuesta, una mentira me había llevado a la otra y de pronto me dedicaba a algo insospechado y complejo, que desconocía por completo, y que seguramente generaría más sospechas.

Me llevaron a un cuartito, donde otro oficial tenía abierto mi Instagram y scrolleaba sin poner like en ninguna foto. Se detuvo en el último post: era sobre mi muestra La ciudad de la noche. Me preguntó si además de arquitecto era artista. Dije “Yesss” y él leyó en voz alta que la muestra “se trataba de una ciudad queer”. Me preguntó que “dónde estaba lo queer en una ciudad”. Pasmado. Le hablé con torpeza, como si estuviera en una clínica de arte, sobre la idea de lo queer como concepto de lo torcido, de lo frágil, de lo que desplaza las funciones normales de las cosas para cuestionarlas. Continué parloteando hecho un manojo de nervios: repensar la propiedad privada, las tipologías que componen la ciudad, rever nuestra forma de habitar. Quería seguir, pero me interrumpió diciendo: “Esto parece un parque de diversiones para chicos ¿Es una ciudad para chicos? ¿Quiere que la habiten niños?”. “No, no, todos, es para todos”, respondí. Sabía que unir lo queer con lo infantil solo podía derivar en tragedia. Ellos me veían como el flautista de Hamelin. “Para todos, todos”, volví a balbucear. Se detuvo en las fotos de las maquetas desiertas de la muestra y preguntó: “¿Y dónde están todos? La gente, las plantas, los nazis que no quieren vivir allí ¿Dónde?”. El oficial disfrutaba y yo me hacía cada vez más pequeño: “Well… es una ciudad hecha de ideas, no pretende ser construida, es una distopía, si se construyera sería igual de sospechosa, son edificios mezclados con juegos: un cementerio Pin Ball, un templo shopping Rubik, el juego de la garra del conjunto habitacional, una torre que es comida por parásitos que unen los espacios”.

Saqué de mi mochila una de las esculturas de la muestra. Siempre es mejor tener la muestra a mano. La miró con desdén. “Esta maqueta y estas descripciones parecen más una película de terror que de una posible ciudad ¿Esta es la alternativa?”. Y le señala la maqueta al otro oficial. Mi ciudad queer era un disparate, un fiasco ante la mirada de los agentes de la sospecha. Estaba destinada al fracaso. Quería ponerme a llorar, pero me contuve. Junté fuerzas y le dije: “Es que yo en realidad construyo estadios de fútbol”.


Foto de portada: Alberto Goldenstein. Conversación #9. 2020.