Vida cotidiana

Memorias de látex

19-06-2024

Por: Nereida

Un viaje por Europa llevó a Nereida a tener un encuentro fortuito con un Máster Berlín. Una pequeña aventura sobre días con olor a BDSM.

Memorias de látex

Digámosle Master Berlín a aquel señor al cual estuve acompañando en la ciudad Alemana. Nos conocimos en un bar. Yo fui sola, como de costumbre en mis paseos de perra callejera. Había un encuentro de pet-play esa noche y me pareció la ocasión perfecta para conocer otros fetichistas de la comunidad. Master Berlín me preguntó cómo me llamaba. Nereida, le contesté. También había venido solo, era un fanatico del leather y estaba bastante fascinado conmigo. Yo era -soy- realmente fascinante, no tenía dudas. Le dejé mi número al final de la noche y me invitó a cenar a la siguiente. 

Restaurante francés muy elegante. Escargot y bife jugoso. Vino Blanco Pro Seco o Chardonay, no me acuerdo… La conversación se mantuvo en inglés con tono académico. Mi papel era más ingenuo, así que le dejé lugar para que me ilustrara de toda la historia Europea que yo desconocía. Mr Berlín en realidad era oriundo de Noruega y se dedicaba a la seguridad informática (casualmente mi papá también). Como tenía el privilegio de hacer trabajo remoto, aprovechaba para pasearse por Europa con dos valijas: una con su ropa y otra con el equipo BDSM para su esclavo de turno. 

Así siguió una semana, sacándome a pasear y haciéndome regalos. Me llevó a conocer Blackstyle, un showroom de látex. Fue un plan bárbaro. Yo era Pretty Woman, probándose vestidos, guantes, medias todas brillantes y apretadas. Me pedía permiso para cada foto, y se lo concedía -¿por qué no se lo daría?-. Tantas noches de clubes y drogas nuevas habían hecho de mi silueta algo que no conocía. Muy bien alimentada, pero igual estaba flaca y diosa.

Al encuentro siguiente aparecí con la falda de látex violeta (iconic), tacones de leopardo, medias lilas y por encima unas de red que había comprado en Barcelona. Un top celeste, el pelo limpio, lacio y perfumado. Buen dia, íbamos a desayunar. Creo que él no se podía imaginar que en cada encuentro yo iba a correr el límite de lo esperable; la predictibilidad la considero básica, aburrida y carente de imaginación. Y Master Berlín siempre me pedía una cita más. A él le gustaba mostrarse conmigo, que camináramos por el barrio, tomarme de la cintura. Pero nunca le di un beso, solo mi compañía.

Me había adoptado transitoriamente. Yo era su perrita y me paseaba sin correa. Mientras caminábamos por Schonenberg, algo lejos de mi cucha en Neuköln, me preguntó si me quedaba para el Folsom, el festival fetichista. Justo viajé a Barcelona por trabajo y me lo perdí, una lástima. Continuamos caminando por las calles del barrio gay, entrando a todas las tiendas sexuales de lencería, juguetes y otros productos del rubro XXX. Entre los regalos que seguí acumulando en mi mochila hubo un collar de cuero, una remera Puppy Berlin, el mejor popper que probé en mi vida y un plug anal con forma de colita de perro. 
La última noche me invitó a cenar a unas cuadras del hotel donde se quedaba. Me vestí para su recuerdo con lo más furiosamente memorable que pude encontrar en mi valija. Fuimos a un restaurante turco y después a tomar algo en un bar gay literalmente al lado. Me puse mi máscara de perro en PVC rojo transparente y seguí sus pasos entre la gente mientras él saludaba a conocidos y me presentaba como Nereida, the argentinian pup.


Foto de portada: Robert Mapplethorpe.

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