Vida cotidiana

Elogio del gloryhole

31-05-2024

Por: Antonia Kon

Indagando en algunos sórdidos recovecos de internet y las experiencias de sus jóvenes amigos gays, Antonia Kon reflexiona sobre el gloryhole como cúmulo de significantes.

Elogio del gloryhole

“Entiendo que parte del efecto darkroom es la desindividualización, y que sientas que en verdad el espacio te traga y te escupe, pero no me sale suprimir la conciencia superyoica de que no puedo dejarme coger por gente fea”. Las palabras de G, escritas un sábado a las 4 am, llegan a mí a través de una catarata de mensajes de Whatsapp. Un darkroom es una habitación oscura donde, en medio de una fiesta, se pueden tener encuentros sexuales. Hace tiempo que existen en la cultura gay. Algunos logran su propósito de anonimato total, otros, en cambio, permiten vislumbrar un poco más lo que hay alrededor. La oscuridad está sujeta, claro, a la infraestructura. Pero la proximidad de los cuerpos es la misma en casi todos. 

Cuando ya es de día, a eso de las seis de la mañana, recibo noticias de G. En un nuevo mensaje redactado a modo de crónica, como si contara la excursión a los indios ranqueles, me dice que sigue vivo, que hizo las investigaciones pertinentes, se acercó a esos cuerpos que acechaban en la oscuridad y el darkroom terminó por convencerlo. Me aclara, por último, que todavía se encuentra en las inmediaciones de la discoteca Amerika

Pero no todos son adeptos. Otro amigo, R, me dice: “Creo que tengo un gran problema con la iluminación. Necesito mirarme con alguien, entender qué me gusta”. Me explica que la performatividad hot de los gays contemporáneos —necesaria, según su punto de vista, para ingresar en el darkroom o el spot sexual de una fiesta en Buenos Aires— le produce aversión. “Un montón de gays performeando para levantar, viendo quién es más potro. Nunca sabés porque no le ves la cara a nadie, es como teatro a ciegas. Me pregunto si soy romántico o algo por el estilo”.

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Históricamente, una de las principales esferas de la cultura gay masculina siempre ha sido la intervención secreta de los espacios públicos. Cada clase de encuentro tiene un nombre específico en inglés, y todos se engloban bajo el concepto de cruising. El término tetera, una de las contadas expresiones en castellano, se refiere, de modo general, a los encuentros sexuales en baños. Una tradición que empezó cuando no existían lugares donde hombres pudieran conocer otros hombres, y hoy en día se mantiene por morbo, misterio o aventura.  

El tema es un clásico pero volvió a estar en boga el último 7 de abril, cuando se viralizó el tweet de un chico que fue a hacer pis al baño de un Coto en Lanús. Dijo que, al entrar al cubículo, encontró un hueco en la pared lateral y sintió asco porque ya sabía de qué se trataba. Entonces se pasó al cubículo de al lado. Pero claro, el agujero, del otro lado, seguía estando ahí. No sólo estaba ahí sino que a través de ese orificio un desconocido asomó su pene. En ese momento le pegó una patada para protegerse y corrió en busca del guardia de seguridad con el fin de detener al acosador. Que resultó ser un chico de 19 años, cinco años menor que él. Lo persiguieron hasta que lograron retenerlo y llamaron a su familia para contarles a qué dedica el joven sus ratos libres.

Ese agujero en la pared del baño del Coto de Lanús era un gloryhole, otro término en inglés que se adaptó a la cultura local. A diferencia de los dakrooms porteños a los que se refieren mis amigos, el gloryhole del Coto parece algo auténticamente anónimo. En este caso, la oscuridad tiene que ver con el recorte del cuerpo, de la identidad, más que con un juego de luces en concreto.

Muy pronto se reveló que el autor del tweet era un chico trans. Entonces las redes sociales se dividieron en dos grupos, el primero, que apoyó la denuncia con voluntad de horda enfurecida, y el segundo, que defendió el gloryhole a fuerza de textos de teoría queer. Pero no fueron los únicos que opinaron. En las respuestas alguien comentó, por ejemplo, que la existencia del baño de un Coto de Lanús es profundamente más perturbadora que la mera existencia de un gloryhole.

G, por otro lado, me dice que en el gloryhole la dinámica está inscrita en el espacio, que si te metés en un baño con un agujero y lo reconocés como gloryhole sabés que está habilitado que por ahí pueda aparecer un miembro, por la inscripción efectiva del gloryhole en el espacio. Me explica estas cosas con seguridad científica. 

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La polémica también destapa una página web de nicho, Us And Bath, que significa, literalmente, nosotros y el baño. Es un blog secreto que funciona como mapa de teteras en Buenos Aires, y que también es un archivo del cruising en Argentina, con notas y textos que van del 1810 a la actualidad. 

“Los hombres hetero no están aislados, preguntale a cualquier chico que haya limpiado baños, que haya trabajado en McDonald’s, es algo que los varones saben que sucede. Es como un boy code, un código masculino, quizás por eso este chico trans todavía lo desconocía”, me dice A, otro amigo, experto en términos importados y en este tipo de anonimato gay. Me cuenta que descubrió la página a sus doce años. Cuando viajaba a Buenos Aires para acompañar a su papá a trabajar, se escapaba con el fin de husmear lo que sucedía en los baños de Burger King. 

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El chico que asegura haber sido víctima del gloryhole inició una denuncia penal y ganó una buena dosis de seguidores en sus redes sociales. Pero, con el correr de los últimos meses, sucedió lo que sucede con todo escándalo de Twitter: terminó enterrándose bajo las infinitas capas geológicas de la información virtual. 

En su ensayo “Elogio de la sombra”, el autor Junichiro Tanizaki explica el valor de la oscuridad para la tradición japonesa. La belleza, dice, pierde todo su brillo cuando se suprimen los efectos de la sombra. Este código estético, que lleva el nombre de yûgen, pone el foco en aquello que no se puede ver, aquello que tiene que ser sugerido. Las palabras nunca alcanzan. Ante la insuficiencia del lenguaje, se prioriza el placer sensible, fisiológico. Hacia el final del ensayo, Tanizaki propone “hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo”.

Hay cosas que sólo se pueden hacer en la oscuridad. O, más bien, que brillan mejor en los escondites, en el terreno del enigma. Pero la sombra no siempre habilita el mismo tipo de escenas. Pienso en mi propio caso: la única vez que estuve dentro de un darkroom fue para que alguien me hablara de sus sentimientos, y nada más.