Vida cotidiana

El obelisco es una fantasía continua

26-02-2024
El obelisco es una fantasía continua

Hay algo que olvidamos con frecuencia: el Obelisco es un reloj. Desde hace milenios, el alzamiento de un sencillo objeto vertical es una forma de medir la proyección de los rayos solares sobre el suelo y así calcular, por la mutación desplazada de una sombra, la duración de los días y el paso de las estaciones; apenas un cuerpo interpuesto ante la luz y se puede ver el paso del tiempo. Hace bastante que Buenos Aires exhibe sobre el kilómetro cero del país ese curioso símbolo neutralizado por una asimilación cotidiana. Aburridos de su espesor turístico, dejamos de prestarle atención, pero está ahí, inmóvil como un extraño aparato térmico u óptico, un prisma blanco concentrando el espectro visual.

Por su blancura uniforme, por su simplicidad, por su superficie asémica, el Obelisco es un objeto hipermoderno. Así se lo percibió, con general rechazo, desde el principio. ¿Sabía Prebisch que al emplazar el Obelisco estaba haciendo el más plástico, mutable y aglutinador de todos los monumentos de Argentina? El Obelisco no es una exhibición de ingeniería como la Torre Eiffel, no es antropomorfo como la Estatua de la Libertad o el Cristo Redentor. Ni siquiera ejecuta una conmemoración política como el Obelisco de Washington o la Columna de la Independencia (de hecho, en un país donde la totalidad de la cultura parece estar siempre entrelazándose con la vehemencia de la temperatura política, el Obelisco ha liberado a Buenos Aires de la fatalidad de que su monumento principal estuviera subsumido a esa dimensión). No: el Obelisco está dedicado a la fundación cíclica de toda la ciudad y se podría decir que ha cumplido, como una metonimia vacía y un tanto tiránica, esa misión. Es apenas una línea blanca, despojada, sugerente de una direccionalidad vertical.

A la vez, el Obelisco, conectado en diagonal con la Pirámide, simula en el centro de Buenos Aires una monumentalidad ancestral. Se sabe que, en los concursos de 1910 para reformar la Pirámide de Mayo, el proyecto ganador de Moretti y Brizzolara proponía encerrarla dentro de un monumento mayor, convirtiendo la Plaza de Mayo en un enorme y misterioso mausoleo: como si se entrara la memoria fósil de la Nación, para ver la Pirámide sería necesario descender a la Cripta. ¿Por qué esta insistencia en implantar, en el centro del puerto cosmopolita del sur, una necrópolis egipcia? El Obelisco no deja ver qué hay en su interior, entrar a él está prohibido; a diferencia de lo que sucede en general con los íconos turísticos, no es hospitalario. Todo rebota en su superficie. Es ubicuo y silencioso como si cumpliera una misión mistérica. Es absolutamente inútil, pero lleva a cabo la función simbólica de conectar a Buenos Aires con el rumor de un destino críptico, así como el inaccesible Templo de Vesta preservaba el fuego cardinal de Roma.  

La multiplicidad de versiones del monumento también se ve reflejada en los puntos de vista que ofrece. Desde Avenida Corrientes, la vindicación de la verticalidad y del espectáculo, proyectando como una pantalla blanca las luces de neón. Visto desde Diagonal Norte, la columna cívica que duplica a la Pirámide y vincula al Poder Ejecutivo con el Legislativo, siguiendo hacia el norte lo que no pudo ser arquitectónicamente concluido hacia el sur. Desde la 9 de Julio, el Obelisco alcanza su cuota máxima de abstracción: es un impulso ascensional entre velocidades horizontales, la insinuación de un proyectil en una inmensa pista, un desafío perpendicular sobre la planicie inflexible de la pampa. 

Por no tener función específica, tiene todos los usos posibles. Eje escénico de las efemérides y de los saludos diplomáticos; punto de encuentro para movilizaciones; fondo predilecto de las fotos turísticas; epicentro de celebraciones y convulsiones deportivas. Esta funcionalidad versátil ha sido particularmente explotada por los artistas: Le Parc descomprimió el Obelisco en amasijos de luces crómicas, Leandro Erlich hizo desaparecer su punta, Charly García lo envolvió con su brazalete distintivo. En su búsqueda de un arte efímero y popular concebido como telepatía multitudinaria, Marta Minujín es quien quizás ha señalado con mayor frecuencia la pertinencia y la centralidad imaginaria del monumento, usándolo como la antena radial de un mito desmontable y rearmándolo en el Obelisco inclinado, el Obelisco de Pan Dulce, el Obelisco acostado. Podría ser infinita la serie de mutaciones garantizada por esto que llamaré la disponibilidad simbólica del Obelisco. Se puede siempre volver a él, recrearlo, añadirle una nueva capa de sentido. Está paradójicamente anclado en el espacio y diseminado en la imaginación. Este breve texto no es sino otra versión en esa serie.  En días despejados, cuando el cielo es una extensión ininterrumpida, basta echar un vistazo a la invención de Prebisch para entender por qué esa anodina aguja solar es el ícono más versátil de la imaginación edilicia de los argentinos: una simple franja blanca entre dos franjas celestes.


Foto de portada: ‘Buenos Aires Nocturno’. Horacio Coppola.


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