Vida cotidiana

Crónica de una toma

03-06-2024

Por: Julieta Rosell

Un relato que narra y describe la ceremonia de los Cuatro Tabacos, una experiencia que sucede solo cuatro veces al año. Entre tomas de San Pedro y un temazcal, la autora cuenta los detalles de esta experiencia.

Crónica de una toma

El sábado 23 de marzo fuimos con mi novio a una quinta en Escobar a participar de una ceremonia de los Cuatro Tabacos. La hacen cuatro veces al año, una para cada cambio de estación. Sabíamos que incluía una toma de San Pedro y un temazcal, pero no sabíamos mucho más de qué iba. Llegamos ahí por un amigo de mi novio que también la iba a hacer. Este pibe, Seba, es médico y está metido en esta movida de ceremonias y prácticas, y contaba que venía de hacer un retiro en el que estuvo 13 días ayunando en la sierra en Córdoba debajo de un árbol. Ese level. 

Unos días antes de la ceremonia, me junté con Mariano, quién iba a ser el guía o anfitrión. Me explicó un poco algunas cosas prácticas y también indagó sobre mi “propósito”: para qué quería hacer la ceremonia, qué me motivaba. Yo creo que un poco lo hace para tantear a la gente que le va a caer, asegurarse de que no vaya un neuróticx, o un libertarie, por ejemplo; o para garantizar la cohesión del grupo quizás. 

Esta ceremonia pertenece a un movimiento que se llama Fuego Sagrado de Itzachilatlan, cuyo líder es Aurelio Díaz Tekpankalli. Todo esto lo aprendí la semana después googleando todos estos nombres que mencionaban, porque si bien todo era bastante entendible, las claves teóricas de la ceremonia no terminaban de satisfacer mi necesidad racional de que todo tenga un marco conceptual claro y lógico. Fuego Sagrado de … es una vertiente del Camino Rojo. No termino de entender muy bien si es una corriente, una religión, una filosofía, un conjunto de prácticas; en un paper lo encontré definido como movimiento político espiritual. Camino Rojo nace en México y es parte de un movimiento que lxs antropólogxs llaman mexicanidad, o nueva mexicanidad (según qué autor), y que propone restaurar las tradiciones de las civilizaciones precolombinas y re indigenizar la cultura. Todo de una forma muy new age, digámoslo. En su camino a través de países de Latinoamérica a mediados de los noventa (arraigó fuerte en Uruguay, por ejemplo), la recreación del Camino Rojo “cambia sus elementos originales, ya que se incorpora a un circuito psicoterapéutico neochamanista, se aleja de sus orígenes mexicanos, y es re-nativizado a través de la búsqueda de sus propias raíces étnicas” (también sacado del paper). Las prácticas del Camino Rojo, o de esta vertiente del Camino Rojo, incluyen estos rezos de tabaco, temazcales, ceremonias de medicina, Danzas del Sol, Búsquedas de Visión (que es el retiro que venía de hacer Seba, el médico, en Córdoba). 

Debo decir que yo quería ir más que nada para experimentar algún tipo de efecto lisérgico, y no fue tanto eso lo que me pasó. La ceremonia es larguísima, empieza a las 10 de la noche y termina a las 10 de la mañana. Estuvimos toda la noche sentadxs dentro de un tipi (que es como una carpa redonda y alta) alrededor del fuego, haciendo el rapé, tomando el San Pedro, rezando y cantando. Se tocaban y cantaban canciones con un tambor que adentro tiene agua, y que todo el tiempo marca el mismo pulso, como el latido del corazón. El hombre del fuego cuidaba que siempre hubiera llama y en diferentes momentos iba haciendo diseños en el piso con las brasas. 

La ceremonia se llama de los Cuatro Tabacos porque a lo largo de la noche se encienden 4 tabacos; es bastante literal el título. El primero es el de la búsqueda del propósito, el segundo creo que era el del fuego, que fue cuando tomamos el San Pedro (la medicina). El tercer tabaco es del agua (donde por fin pudimos tomar agua!, yo estaba muerta de sed), y el cuarto es el de los alimentos. Lo primero fue la ronda de rapé, que es una mezcla de

tabaco y cenizas que Mariano nos dio a todos los participantes uno por uno. En una especie de trompeta pequeña, como un cuerno, inserta el polvo por un lado y vos tenés que metértelo en un orificio de la nariz; primero el izquierdo, después el derecho. Cuando tenés adentro una de las puntas, Mariano soplaba el rapé por el otro lado de la corneta para que se meta bien adentro, haciendo un sonido como de soplido que es medio espacial. Y la sensación que provoca ese sonido cuando el polvo te entra es como si te tragara un aguero negro. Pica, arde, te lloran los ojos, invade y parece que destapa, un poco como oler pimienta, pero muy muy fuerte. Ya cuando me entró por el otro lado me sentí mareada, y como muy activa. Medio como un popper pero natural. Así empieza la ceremonia y esa primera parte ya te coloca un poco. Podés llegar a escupir, toser o vomitar con el rapé. A mi me empezaron a llorar inmediatamente los ojos, me quedé paralizada por lo fuerte de la sensación en general, paralizada y llorando. 

Después del rapé se va pasando la bolsa de tabaco que hay que rolar en una hoja de chala. Tiene que quedarte grueso como un dedo, y hay que cerrarlo con cuatro tiritas más finas de chala, haciéndole cuatro nudos a lo largo, como moñitos. Todos encendemos nuestro tabaco y vamos diciendo en voz alta nuestro propósito, nuestro rezo. La idea es siempre pitar y mantener el tabaco encendido en lo que dura la ronda. Todos empezaban su rezo diciendo Aho Gran Espíritu o Aho Gran Misterio y terminaban con Aho Metakiase. Yo no sabía a qué se referían esas expresiones pero cuando me tocó hablar empecé con Aho Gran Misterio porque me pareció lindo. Lo dije sabiendo que quizás en mí podía sonar un poco forzado, pero no me importó. En la entrevista con Mariano él me había dicho que podía sonar rara la idea de “rezar”. A mi que vengo de una sólida crianza católica, de la que de adolescente pude despegarme irreconciliablemente, me hacía especial ruido esta idea de rezar. Pero una vez ahí me pareció de lo más lógico estar rezándole al fuego (el gran abuelo), y al gran espíritu, sin saber bien qué o quiénes eran. Yo dije que quería rezar por mis papás que les tocaba cuidar a mis abuelos, porque mis abuelos pudieran pasar en paz sus últimos años de vida, porque mi hermana pueda encontrar tranquilidad y paciencia para esperar sus procesos y porque yo pudiera aprender a amar más y mejor, y pudiera soltar la opinión ajena y las cosas que me pesan y me hacen mal sin sentido. 

Después de esto se toma la aguacolla o San Pedro, que es una planta de poder, como la ayahuasca o el peyote. Había una gran olla con San Pedro y Mariano iba sirviendo para cada uno un vaso, que pasaba por el humo del fuego antes de darnos. El San Pedro no me pegó tanto como esperaba, no vomité ni nada. Me dejó en un estado re lindo, de mucha felicidad, medio como de porro fuerte. Veía todo como con un glow nubloso y del fuego salían unos destellos movedizos. Dicen que la medicina te muestra lo que tenés que ver, te ayuda a destrabar o a soltar algo. Entiendo que si no me pasó nada de esto es porque quizás no era mi momento, o también porque dicen que recién la segunda o tercera vez te pasa algo, no sé. 

Para el tabaco de los alimentos las mujeres teníamos que ir a la cocina a cortar las frutas, cocinar la carne y preparar el maíz. Estaba amaneciendo y yo la verdad tenía más ganas de estar afuera mirando el cielo. Pero cuando fui medio resignada a la cocina, me di cuenta que era el lugar donde me tocaba estar en el rito. Me sentía en una aldea con las otras mujeres cortando sandías y melones, me imaginaba que teníamos polleras largas y el pelo con trenzas. Como estar en la Grecia antigua, en una comunidad hippie o en una cultura de otro tiempo. Mi novio, que practicó Tao mucho tiempo, me dijo después que las ofrendas de

comida siempre las preparan las mujeres, que es como una tipología, parte del rito. A mi por momentos me parecía un poco sexista, por eso cuando terminé de cortar mis frutas volví a salir afuera a ayudar a preparar el temazcal con los varones. Un rato más tarde, con las chicas llevamos la ofrenda de comida de vuelta al tipi: primero la fuente de maíz, después la carne y último las frutas, ese era el orden. El primero que comía era el hombre del tambor y después seguía la ronda. Hasta que la comida no había pasado por todes no podía comer la última mujer, que fue la elegida para prender el último tabaco y hacer el rezo. Era la que más veces había hecho la ceremonia, como una iniciada. En toda esta parte de la ofrenda y el último tabaco tuvo lugar algo hermoso de la energía femenina. Creo que nunca escuché palabras tan lindas de una mujer, era como una especie de feminista medieval. Ella habló de la ciclicidad de nuestros cuerpos y de las estaciones, de sus familiares y amigas embarazadas, de su mamá y su abuela, del trabajo de cuidado, de su presente, de sus ganas, de su deseo. La ceremonia finaliza con el temazcal, para el cual un rato antes ya habíamos armado entre todes otra carpa también redonda pero más pequeña y bajita, su estructura hecha de cañas, cubierta con mantas para que adentro quede oscuro e impermeabilizado. Dentro del temazcal hay un pozo donde se van colocando las piedras calientes, en cuatro etapas, o cuatro puertas. Las piedras (las abuelas) fueron calentadas previamente en otro fuego por horas, y cuando entran al temazcal están rosadas y se colocan en el pozo que está en el centro. Se cierra la puerta y se tiran diferentes yuyos y agua, lo cual genera mucho calor y vapor. También se canta con el tambor, y yo por momentos sentía que respiraba fuego, que se me iba a chamuscar la piel. Cuando salí de ahí no reconocía mi cuerpo: entre la mareación del San Pedro, el cansancio de horas de estar despierta, el calor y el sofocamiento extremo y la vez el relajo, sentía que no entendía dónde tenía el cuerpo, como si se hubiera separado de mi por un rato.

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