Las bailarinas que perdimos en el fuego
20-11-2024Por: Veronica Volman
Bailarinas incendiadas es una obra que se refiere a la historia de las artistas que murieron quemadas, durante el siglo XIX, por culpa de las lámparas de gas. A lo largo de la función se entrelazan historias del pasado, con ideas y teorías sobre la iluminación. La puesta en escena es una intersección entre la danza, el teatro y la performance.
Esta es la ingeniería reversa de un incendio. Esta es la historia del baile iluminado.
Bailarinas incendiadas es una obra, o performance, o fiesta que sucede en una sala de Arthaus, centro cultural ubicado en plena zona bancaria del microcentro porteño. Asistimos a las historias de algunas bailarinas del siglo XIX –situadas en París, Estocolmo, Londres, Filadelfia, Buenos Aires–, cuando el mejor método de iluminación disponible en los teatros eran las lámparas de gas: calculadas inflamaciones racionalmente repartidas, en las instalaciones de las mejores salas del mundo, para dar vida a las representaciones de la época. Pero esas lámparas que iluminaban aquellas salas, que tenían entre sus abonados (abonés) a los señores ricos de la ciudad, cada tanto, bueno, producían sus “pequeños accidentes”: incendiaban bailarinas.
Entre las historias que se cuentan están las vidas de Emma Livry, las hermanas Gale y Clara Webster. Todas ellas fueron bailarinas que murieron alcanzadas por las llamas de las lámparas de gas, por la fusión desesperada de sus tutús con la piel. Bailarinas que entregaron su juventud y su gracia a las pupilas encendidas del público bien vestido –ese retratado en los cuadros de Edgard Degas (curioso el De Gas)–, entregando sus cuerpos al baile de las flamas. Mujeres quemadas como un “mal menor” y calculable, como contingencia previsible del mundo del espectáculo. Pero también bailarinas que dijeron que no a la posibilidad de llevar un tutú ignífugo. Bailarinas que hoy mismo, en pleno siglo XXI, en esa sala de Arthaus también despreciarían esa posibilidad, o mejor dicho, no la verían como una posibilidad, sino más bien como un insulto. Si lo ignífugo es aquello “que no se inflama ni propaga la llama o el fuego”, para estas bailarinas lo ignífugo es la tibieza de la salvación, de quedarse afuera del juego, de la pulsión, de la amenaza de lo viviente.
En esta obra, o performance o fiesta, que trenza distintas formas y disciplinas artísticas, no sólo bailan las bailarinas, también bailan la luz, el sonido y el humo. Dos tachos de luz manejados por Matías Sendón, que es también personaje en la obra, recrean la puesta de luces de la obertura de La muerte de Portici, de Daniel Francois Auber, escalan por el techo y las paredes de la sala, bailan parpadeando distintos colores, se miran y se cruzan, hacen brotar risas infantiles. Una batería que toca Agustín Fortuny al mejor estilo Whiplash conquista el límite, el extremo, lleva el pecho a querer latir el doble. La misma destreza muestra el músico/personaje con el piano y las pistas electrónicas.
Carla de Grazia, Luciana Acuña y Tatiana Saphir bailan con sus caras duras y suaves, caras del pasado y del futuro, cuerpos arrojados y otras veces lentos, resignados y listos para la inmolación. De un cuerpo tirándose sobre otro a toda velocidad a un leve movimiento de manos que toma ocho tiempos de compás.
Baila el humo, disparado de a ráfagas grises que suben y se disipan, baila el piso, que vibra con los saltos de las bailarinas y hace vibrar las colas de lxs espectadores sentados.
En un momento una persona del público tiene el tutú de una bailarina en la cara, en otro momento lee lo que se tipea en una pantalla negra sobre Telésfora Castillo. Por momentos, esta misma persona siente que está en una clase sobre técnicas de iluminación o historia del arte, después mira bailar con maestría a un nene saltarín del público y de repente es ella misma quien está bailando en el medio de la pista.
Así, mirando a otrxs mirar, me doy cuenta de que la historia de las lámparas de gas es una excusa, y hasta quizá lo sean las biografías/ofrendas de las bailarinas. Lo que en realidad quiere mostrar esta obra, o performance, o fiesta es el fuego del baile. El baile como necesidad en cualquier geografía, como derecho a la expresión vital y al pataleo, el baile porque sí y por el sí. El baile de La Telesita en Santiago del Estero –también fundida con las llamas después de bailar horas sin contexto ni palabras–, el baile de lxs espectadores acá y ahora ante la música de Cher, el baile de dos cuerpos que se desean y están dispuestos a quemarse con tal de estar unidos.
Estamos en una caja negra que resuena, que mezcla formas y bordes, que se sacude como una coctelera humeante y no deja otra opción que bailar, y nada más.
Bailarinas incendiadas se puede ver en Arthaus Central (Bartolomé Mitre 434, Buenos Aires).
Entradas por Alternativa Teatral. Funciones hasta el 13 de diciembre.
Foto de portada: Edgar Degas. Danseuses au repose. 1898. Colección del MoMA de Nueva York.