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Affaire de verano, Mailen Pankonin en La Tangente

19-03-2024
Affaire de verano, Mailen Pankonin en La Tangente

No sé casi nada sobre Charly García, sobre los años míticos de las estrellas de rock argentinas. Soy un cliché del arquetipo gen z, toda mi vida trataron de instruirme en el amor por la tradición musical, con intentos, claro, siempre fallidos. Pero ahora, viendo a Mailen Pankonin parada sobre el escenario de La Tangente, haciendo callar al público, cantando el sueldo no me alcanza para nada / pero tengo mucha imaginación todavía, viéndola moverse con torpeza y elegancia a la vez, con su voz grave, profunda, creo entender algo de esa narrativa que siempre me resultó ajena. Aunque se encuentre en los primeros años de su carrera, es obvio que se trata de una estrella. No tiene tanto que ver con la trayectoria, es más bien algo latente en su interior que se desborda hacia afuera.  Transita el presente con herramientas prestadas de una época lejana, pero el resultado no es un revival nostálgico. La poética de Mailen se despliega en un mundo de sintetizadores, de fiestas gays, con letras que podrían ser un registro de época: desacelero si supiera que estás en la pista / podríamos ir a probar algo nuevo en el baño de atrás.

Durante todo 2023 se dedicó a tocar Affaire, su segundo álbum y el más pop hasta la fecha, producido junto a Peta Berardi. Es un repertorio lésbico melodramático, un homenaje a la noche porteña, que los llevó a presentarse en distintos puntos del mapa de Buenos Aires y un poco más allá. El icónico sótano del Puticlú, el Festival Rural de Poesía de Lobos, el teatro Xirgu, la galería Moria, el bar Camping. En cada show, Mailen encarnó distintas identidades tradicionales y contemporáneas a la vez, oscilando entre la figura de una diva electropop y la de un galán tanguero. Digna reencarnación autoproclamada de Sandro, se viste con una camisa blanca, los rulos al viento y una rosa en el ojal. Otras noches aparece usando vestidos largos de heroína trágica, jeans rotos, pañuelos en la cabeza. Puede ser una diva déspota o un tanguero irreverente, en iguales medidas. La puesta en escena de estas subjetividades es, de cierta manera, transparente: no busca esconder del todo su carácter de disfraz, es un equilibrio entre el canchereo y la dulzura.

Esta noche es el último show en vivo del disco “tal y como lo conocemos”, dice ella. También es la despedida previa a una gira autoconvocada por Europa que recuerda a los antiguos modos de construcción de estrellas, cuando las artistas se daban a conocer en vivo y aún no se viralizaban en videos de Tik Tok. Tal vez por ese carácter de despedida parece tener más cosas que decir, más de esos caprichos que son propios de una diva. Antes de que empiece a sonar la música de Meibelin —una canción en la que repite resulta que ahora son una manga de bien comportados—, decide que quiere cantarla sentada en un banquito improvisado que se encarga de arrastrar ella misma hasta el centro de la escena. Un par de hits más tarde, descubre el desastre que produjeron sus movimientos, y pide que alguien suba a limpiar el suelo del escenario con un trapo. Con ese espíritu ecléctico se acerca hacia el final del show, cuando invita a subir a Antuantu, con quien acaba de sacar su último single, estoy harta de que dure todo poco. Es un himno emo, amoroso, en un tono nuevo, quizás más trash, más catártico, menos elegante que Affaire. Se puede percibir ese estado de pasaje, como si estuviera cambiando de piel. Como si, habiendo descubierto los secretos de la noche, estuviera adentrándose hacia un nuevo arco narrativo.

Sus canciones se despliegan en un terreno de hedonismo y tortura simultáneos, como esos memes que proclaman los horrores son infinitos, pero también lo es el amor. Las tardes de resaca, las enemigas, las amantes, el trabajo, la ropa de fiesta embarrada, el pelo mojado, las fantasías y las pesadillas urbanas, la idea de que vale la pena vivirlo todo. Mailén es fundamentalista de la melancolía pero también del reviente. Todo el tiempo parece estar diciendo que, aunque conlleve una buena dosis de sufrimiento, siempre es posible divertirse un poco más.

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