La oscuridad del drama y el teatro
09-08-2024Por: Jacqueline Golbert
La escritora y editora Jacqueline Golbert se adentra en el mundo de Malena Pizani y su última muestra en la galeria Selvanegra.
De por qué voy obsesivamente a muestras y a lecturas de poesía
Porque entre muestra y muestra se recorre la ciudad y las calles. Porque aparecen conversaciones que de otro modo no aparecerían con vagabundos, errantes, equises, objetos otros, escenas otras, paisajes nuevos. Porque siempre se puede encontrar algo nuevo en la misma calle, que antes no habías notado. La calle es lo que queda y existe. Porque es una buena forma de descubrir máscaras y personas y las múltiples combinaciones entre ellas. Para seguir haciéndose preguntas y derivando. Para crear diálogos que se extienden entre distintas artistas que viven en la misma ciudad y curten otras escuelas pero parecida sensibilidad. Para escuchar diálogos ajenos, para escuchar cómo hablan los otrxs. Para entrar a un localcito galería sobre la Avenida Córdoba y mirar dibujos de una artista que pasa del blanco y negro al color y te invita atraves de una vidriera intervenida con guirnaldas dibujadas a mano a enfrentarte a múltiples caretas. Porque se puede hablar de la tristeza en puro silencio.
La palabra “persona” significa “máscara” en latín. En la antigua Roma, se refería a las máscaras que los actores usaban en las obras de teatro, y por extensión, al papel o el personaje que alguien representaba. En el uso moderno de la palabra en varios idiomas, incluyendo el español, “persona” se refiere a un ser humano, pero con matices que pueden aludir a la idea de una “máscara” o un “rol” social. El individuo se adapta al mundo social, convencido de que la imagen construida es su personalidad completa.
Persona es la segunda muestra individual de Malena Pizani, donde incursiona con pasteles y colores suaves. Conviven el dibujo y la fotografía, dos medios en los que ella trabaja pero que por primera vez instala juntos en una sala. Fue construyendo los dos cuerpos de obra en simultáneo. Las tintas son una especie de personajes “bocetos de personajes para una ópera, de un drama teatral”, cuenta PIzani. No son humanos, no son realistas, son más bien expresiones, y cada uno tiene una presencia particular. Emanuel Franco hizo la curaduría de la muestra con un montaje sutil y preciso generando escenas gestuales.
“Pizani entabla una conversación con la historia, la filosofía y la manera en la que se conciben las imágenes entendiendo a la obra de arte como un gesto político que está situado en un momento histórico, rico en cuestionamientos que no conducen a ideas del todo claras o afirmaciones autoritarias. Se lo podría caracterizar como un eterno estado de pensamiento, de búsqueda para remover y otorgar otros sentidos a aquello que se percibe como algo inexplicable”, dice una parte del texto de sala escrito por Emmanuel Franco.
Algunas máscaras muestran sus hilos, otras borran la línea entre disfraz y realidad. Para luego llevar al sueño nuevas imágenes para imaginar porque el arte es más parecido al sueño que a la vigilia. A veces nos enfrentamos a la superficialidad de la verdad, aceptamos lo visible e imaginamos lo oculto. A veces una máscara es una buena manera de conservar el misterio.
Personajes con gotas gruesas de llanto, cachetes colorados, cuellos isabelinos, arlequines, payasos tristes, y una inquietante muñeca diabólica con un moño gigante sobre su pecho. Un bebote de dos cabezas invertidas se sienta en un banquito rosa bebé y te mira con su doble cara. Dentro de la sutileza que reservan los dibujos hay gestos en las máscaras que por momentos hace que corras la mirada. Espantan. Sobre todo por ese mundo medio infanto diabólico desde el que nos saluda la persona niña que también somos. Juega con colores como el rosa bebé entrelazado con el negro, el amarillo, el verde lima, verde pistacho y mostaza que chorrea hasta los marcos. Colores medio “caquis” entre bellos y empalagosos. De tan cute, amenazantes. La mueca atraviesa la máscara y se impone como gesto.
Las fotografías y montajes de Malena son escenas que ella arma y luego fotografía. En estas fotos sobreviene la oscuridad. La parte más oscura de la “verdad” por contraposición a la parte luminosa de la ficción, del artificio con todos sus dobleces. Hay un choque entre los dibujos y las fotografías como un hueco entre ambas, todas las preguntas se me generaron ahí. El choque de mundos de fotos oscuras con escenas “pensadas” donde aparecen manos humanas y caras con máscaras pintadas frente a los dibujos de líneas simples con colores suaves y empalagosos se dispara una tercera cosa que es una máscara gigante que engloba un mundo silencioso que de repente se activa. Como estar mirando una película de dibujitos muda y de forma muy sutil pasar a una voz grave de personajes humanizados como ese click en la cabeza donde uno mira dibujos y entra en ese mundo más plano y cuando aparecen los humanos se acuerda que existe esa tridimensionalidad más monstruosa de carne y hueso.
Los dibujos son más claros, más asequibles a la vista, y hay que mirarlos varias veces para adentrarse en los detalles porque primero llega la gestualidad. Y los montajes son más oscuros, más difíciles de digerir desde la imagen, unos montajes extraños, escenas collage más perturbadoras.
Cuando salí de la muestra de Malena fui a una lectura de poesía de Fernanda Laguna en la oficina Microcentro de Cecilia Pavón. Siempre que puedo me gusta hacer eso, ir a una muestra a mirar dibujos y pinturas y después escuchar poesía y jugar secretamente en mi mente a que es un momento único donde mi mundo al menos confluye todo a la misma vez. Donde las imágenes y la poesía se fusionan y arman un monstruo de mil cabezas. Pensar hilos que entrelaza una muestra con otra y una artista con otra. Fernanda, que es poeta y artista visual, al finalizar su lectura, en una especie de conferencia sobre poesía, le preguntaron si escribir la hacía más feliz. Luego de mostrar su primera publicación que había llamado Triste pensé automáticamente en esa imagen que todavía tenía detrás de la retina palpitando silenciosa de Malena del bebe rosita de dos cabezas, una cabeza sobre la otra, una llorando y la otra intentando sonreír entre muecas. Ella respondió que escribir la había salvado. Escribir era como ponerse una máscara, en la que podía esconderse o incluso resaltar sus gestos. “Como la capa de Superman”, dijo, que justamente lo convierte en Superman por la fuerza de su capa, por su disfraz. Escribir le había dado fuerza, porque era una forma de crear múltiples identidades y darle vida a todos los personajes que vivían dentro suyo.
Me pregunté por qué Malena se mete con las máscaras del teatro, qué es real, qué es acting, quiénes son los caretas del mundo del arte, y cuántas caretas y disfraces se necesitan para sobrevivir. Me respondí que las poetas y artistas que hablan de la tristeza y la felicidad, emociones tan subyacentes a las personas, son las que quiero mirar y escuchar, con las que quiero dialogar. Y refuerzo mi idea de la telepatía en el arte, un diálogo extensivo que con hilos invisibles nos conecta con los artistas que se ponen máscaras para hablar de temas que nos atraviesan a todos, las preguntas que se hacen en la calle, preguntas que están en carteles, en la radio, en los negocios. ¿Sos feliz? El arte de intuiciones, telepatías. En el arte me interesan las preguntas por la tristeza y la felicidad porque son populares, poéticas y universales.
El domingo fui a ver Cine herida, una obra de teatro dirigida por Sofía Palomino. Es una especie de retrato postproducción sobre la figura de Tarkovski. En un momento, un personaje le pregunta a su alter ego niño sobre la tristeza y este le contesta Todos estamos tristes. A la salida de esta obra, de la cual salí triste, me metí en el baño y una mano salió de un cubículo y me entregó su último libro de poemas “No toda la vida vamos a estar juntos”, en la página 33 decía:
No sé puede ser alegre por qué si
Los sentimientos feos también están dentro
A la tristeza hay que cuidarla.