Música

Llegaron las paritarias

27-02-2024
Llegaron las paritarias

Un Renault 12 se incorpora en la Autopista 25 de Mayo. Está llegando a la caprichosa Ciudad de Buenos Aires. El estéreo que reprodujo, durante todo el viaje, cds pirateados marca Teltron con todas las leyendas del rock porrero y blues whiskero, ahora dicta con pesar la sensación térmica fatal del afuera y algunos de los cientos de accidentes de tránsito y conducta que caracterizan a este lugar. El auto está sobrecargado de cosas, pero lo único que nos interesa identificar, es que hay un nene con las manos en posición de plegaria rogando llegar a su casa para poder fumarse un cigarrillo con el smog y el ruido de los demasiados -pero nunca suficientes- colectivos de línea de fondo entrando por la ventana. Así se siente el paisaje con el que Fonso nos cachetea en El día del trabajador, su último disco.

Miro una foto suya y, a propósito o no, es la viva imagen de un arrabalero empedernido, guardián de sonidos sin tiempo: una voz fumadora, joven y finamente altanera que me recuerda a Moris, Pappo o Gieco. Este tipo examina las palabras posibles para decir las cosas y elige las más exquisitas en su pronunciación y significado, pero a su vez no se anda con rodeos: es bastante literal en su manera de observar y describir ¿Será mi insoportable nostalgia que se entusiasma demasiado? El vínculo que forcé con la música que me gusta siempre estuvo relacionado con poder imaginarla sonando dentro de un auto. Cuando era chica, en las vacaciones familiares por nuestro país, mi papá se encargaba de musicalizar cada tramo que hacíamos. Me obsesioné con muchos discos solo por la perfecta combinación que hacían con el paisaje. Si suena bien arriba, vale la pena engancharse. No hay en mi otro parámetro posible. Es exactamente lo que pasa con El día del trabajador. Es una experiencia muy física la que ofrece este paquete, obliga a estar en movimiento, gesticulando un ceño fruncido, una especie de puchero ¿canchero?, un dedito señalador al mal e incluso un mentón soberbio, despreocupado. Esa misma despreocupación que apaña al material entero hasta el final. Este disco no necesita demostrarle nada a nadie. Su existencia en sí misma es un manifiesto en favor de la cultura nacional.

En tiempos donde la industria musical (nombrada en la primera estrofa del primer track) propone cobardes acuerdos para sus artistas en pos de asegurarles un supuesto lugar en el mundo, devorando en el camino cualquier espíritu genuino y personal, Fonso se caga en todo eso sin dejar de lograr un resultado que está a la altura de los más grandes discos del rock nacional. Me refiero a que, más allá de que el rock está volviendo -porque efectivamente en Argentina ya no quedan ni vestigios de la fiesta y quedan pocos en la vereda de las emociones sutiles-, que la visceralidad de las letras y melodías no tengan letra chica y sean un constante palo y a la bolsa, es un hallazgo. Me prendo un pucho y sigo, la noche está ideal para escribir.

Hace poco con un amigo hablábamos de la correspondencia casi ciega que tenemos con la música argentina que nombra lugares, situaciones y palabras de acá. Nombrar con el glorioso voseo que nos tocó como por una varita mágica lingüística, describir de un modo que pocos entenderían allá fuera ¿Nuestro modo de ganar la batalla cultural? Quisiera creer que los temas de Fonso son una carta que deambula por todos los buzones de la ciudad con una invitación cordial a sumergir a los habitantes de ella, como agasajados y anfitriones, en las profundidades de un cemento único en el mundo. Nuestras esquinas hablan por sí solas y cualquier registro musical, literario o audiovisual que hagamos va a brillar con luz propia. Continúo con la idea de la invitación, en este caso más particularmente a todas esas personas jóvenes que por algún motivo involuntario o no, la globalización se las llevó puestas, impidiendo verse envueltas en el inexplicable romance que genera la ¿argentinidad? No es casualidad que, en medio de una tormenta bastante larga, como es el contexto sociopolítico actual, nazca este álbum. Entiendo que a mí, como a muchos, se nos desarmen las fibras ante canciones como estas porque representan una forma de ver el mundo que tiene que ver con poner los ojos acá adentro, romantizando un perfume de la cosa nuestra, un gran pueblo que se armó hermosa y deformemente por piezas muy diferentes, lejanas, autóctonas, en el fin del mundo, defendiéndose o incluso siendo mercenario, pero con un color único que solo quien lo ama lo entiende.


Foto de portada: Sin pan y sin trabajo. Ernesto de la Cárcova. 1894.

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