Artes visuales

Las terrazas de Spilimbergo

05-06-2024

Por: Rodrigo Tunica

Una crónica personal se transforma el recorrido histórico que hace una obra de este pintor argentino del Siglo XX. Coleccionismo, museos y copias se entrelazan en este relato familiar.

Las terrazas de Spilimbergo

Estoy haciendo una detox: no carnes, no gluten, no azúcar y, casualmente, me doy cuenta que hace cuatro meses no visito una exhibición. Pero decidí romper la dieta y fui a recorrer el MALBA.

Mientras pago la entrada (con descuento porque soy estudiante, con la credencial no alcanza, tengo que mostrar un mail, justamente muestro un mail del profesor, de esta semana, para demostrar que estoy actualmente cursando), recuerdo que el mismo profesor también nos contó que cree que del MALBA no tienen buena onda con él, porque una vez escribió una crónica que no les gustó, y nunca más lo invitaron a nada. Así que escribo lo que sigue, resignado, sabiendo que no me lo van a publicar, sabiendo que no voy a recuperar el costo de la entrada y que no me van a pagar por el resto del tiempo que aquí pase.

Miércoles 13 de marzo, Buenos Aires, Argentina, 14 hs.

Llueve mucho, alerta naranja, los chicos hace 3 días que no tienen clases, mi casa es un bardo.

De afuera veo el poster de la muestra de Rosana Paulino, me entusiasman unas plantas que se convierten en mujer.

Adentro del MALBA hay vapor, mucha mucha gente.

El restorán lleno de argentinos mileistas, en la tienda los turistas compran desquiciados, el subsuelo está en montaje, el tercer piso también está en montaje, solo nos queda el primer piso.

Sala principal: la muestra permanente. Huyo. Sobre el pasillo, una fila de punta a punta de turistas abarrotados. Me pregunta: “Sorry this is for Rosana Paulino?”. No entiendo nada y me hablan en francés.

Empiezo a dudar de la popularidad de Paulino y me voy adelante de toda la fila, ya fue me colo, es mi país. “Frida”, dice grande, es algo de la influyente artista mexicana Frida Khalo. Huyo antes de que se me nuble la vista.

¿Será en la sala del costado, entonces, la muestra de Rosana Paulino?

Sala lateral, muestra permanente.

Vapor, niebla, ahora smog, se apoderan de mí, no solo que terminé en el MALBA, sino que voy a tener que ver la permanente otra vez, me siento un toque encerrado, veo al ángel exterminador posándose en mi hombro.

Me baja la presión, me intento apoyar sobre la pared e intento no caer sobre las Terrazas de Spilimbergo. Black out.


Flashback

Me levanto, estoy acostado, me siento chiquito.

Mucha gente me mira.

Sobre sus cabezas veo las “Terrazasde Spilimbergo, pero este lugar no parece el MALBA.

Mis hermanos y mi prima posan para una foto tienen un look ochentoso.

¿Qué pasó? No entiendo nada, no puedo hablar ni moverme.

Cierro los ojos y logro abandonar mi cuerpo, como en una meditación.

Veo una ventana y me rajo.

No estoy más en el MALBA sino en frente, en el último piso de un edificio, dónde vivía mi abuelo cuando yo nací ¿Cómo terminé acá?

Vuelvo a entrar al edificio, antes de meterme en mi cuerpo nuevamente, me observo un poco.

Soy bebe, hoy es mi bautismo.

Hace su entrada el dueño de casa, mi abuelo Juan. 80 años, ya con cáncer terminal. Llega vestido íntegramente de rosa y zapatos blancos, su presencia genera siempre un magnetismo, concentra el centro de atención a dónde vaya.

Cuándo vuelvo en mí hay mucho ruido.

Antes de abrir los ojos especulo entre mi bautismo o turistas abarrotados.

Ni la una ni la otra, estamos en otra casa, hay una bolsa de Yves Saint Laurent, y un árbol decorado.

Ah, es Navidad. Acaba de llegar Papá Noel, hay muchos regalos.

Año 1993, noventas al palo.

Tengo un collar con chupetes de colores, un cartucho de family game amarillo y un auto rojo a control remoto inalámbrico.

De fondo siempre las “Terrazasde Spilimbergo. Una tía comenta que ese cuadro es caro, porque las tías saben eso, que es caro.

Mi abuelo inmigró de Barcelona a los 14 años. Su padre tenía un centro cultural anarquista, en la época de Franco.

Recién llegados al Río de la Plata, junto a su hermano, montan un taller de vitraux y repararon obras de las principales iglesias de la provincia de Buenos Aires.

Estudió Bellas Artes y dió clases de vitraux. Un día en el taller lo visitó un empresario, que admirado por cómo se desempeñaba lo invitó a trabajar con él y mi abuelo aceptó y se convirtió también en empresario. Así lo cuenta en sus memorias, no profundiza en cómo tomó la decisión, ni le da mayor importancia. De esta manera, comienza la historia de un joven artista que se convierte en un exitoso hombre de negocios. Ya consagrado en su labor vuelve a pintar y a comprar cuanta obra puede de sus amigos artistas. Lamentablemente mi abuelo murió cuando yo tenía 3 o 4 años y casi que no lo pude conocer. Compró una de las Terrazas de Spilimbergo en el año…  Pintura que habitó con mi familia hasta que mi papá “tuvo” que venderla.

Es la noche antes de que vengan a llevarse la pintura para el remate.

Mi papá ya no vive en casa, pero viene a casa.

Estamos solos, no recuerdo por qué mi mamá no está.

Nos sentamos cerca de la pintura que aún está colgada y nos ponemos a hablar.

Repasa su vida y la de su papá, su vínculo tan unido, siempre se quisieron mucho el uno al otro. Nos quedamos callados, miramos la pintura, hablamos de la pintura, meditamos. 

Hace poco le enseñé a meditar a mi papá, fuimos juntos a un curso de meditación trascendental, y se re copó. El clima del encuentro es mágico, un umbral, una despedida, un velorio. Eso, un velorio, pero no de los tristes, aunque sí un poco nostálgico.

El timbre nos saca del ensueño, son las nueve de la mañana, vienen de la casa de remates a retirarla.

Este hecho marcó el fin de una era en mi árbol genealógico.

Convivir con objetos-arte es una de esas cosas que me parecen rarísimas. Como el MALBA, que me genera mucha incomodidad pero cada tanto lo vuelvo a visitar. O como el nuevo MALBA que construye Consantini en Puertos de Escobar. Vivo en Escobar y me indigna que este desarrollo inmobiliario haya arrasado el humedal, pero me encanta la idea de tener el cine del MALBA cerca y al mismo tiempo el barrio semi-cerrado tiene el paisajismo con especies nativas más ambicioso y bello que exista. Por suerte está de moda eso de habitar nuestras contradicciones, así que me quedo tranquilo.

Volvamos a las “Terrazas” de Spilimbergo.

Viví alrededor de 22 años con ella en el living de mi casa. Quizá sea la persona que más vivió con ella, seguro la que más la miró. Más que Lino Enea, incluso. Hay una cosa que siempre me atrapó, el barco del fondo está volando. Encima no se puede ver bien, porque está detrás de una piedra, pero por su altura no podría estar tocando el agua. O está volando o una ola lo lanzó sobre la piedra. Un enigma, eso que no busca resolverse, sino que excita la imaginación. Hay otro barco, un velero, más adelante que está a punto de chocar contra las piedras también, pero la escena se mantiene en perpleja calma. Las personas desnudas relajan sobre ese damero, (como les gustaban los dameros), tan relajadas que se vuelven transparentes. Los cuerpos desnudos y transparentes.


El día del remate

Calle Arroyo, gente muy pituca.

La sala está rebalsada. Incluso hay gente en la calle.

Los remates de arte, una de las realidades paralelas de Buenos Aires.

Nunca había estado en un lugar así, no sé muy bien cómo manejarme así que, como si fuera un recital, empujo un poco y logro estar adentro, bien al fondo pero adentro.

Mi papá está sentado en la segunda fila.

Veo el folleto del remate y la pintura está en la tapa.

Me sorprendo. Sabía que era una pintura “cara” pero no sabía que era tan importante.

“La pintura está fechada y firmada en 1930. Momento clave en la vida y en la obra del pintor recién llegado de Europa, con nuevas ideas e influencias en su equipaje, más el aprendizaje de rigor en el taller de Andrés Lhote, destino obligado de los artistas argentinos en París, a comienzos del siglo XX… El viaje por Italia fue determinante de la matriz inspiradora de sus terrazas metafísicas … la terraza con piso en damero y desnudo picassiano.” dice el texto del catálogo.

El remate ya empezó, pasan varias obras y llega el turno de las “Terrazas.

Dos mujeres con guantes blancos la posan sobre un atril y comienzan las ofertas.

Se levantan varias manos y el precio asciende rápidamente. También hay una especie de palco con cuatro teléfonos y sus respectivas telefonistas. Del otro lado, “coleccionistas” ofertan por esta vía. Entre dos personas presentes y una telefonista se disputan la obra enérgicamente. Una señora grande, una mujer joven y elegante y un teléfono misterioso (que no será el único). La señora se rinde, y el botín pareciera estar entre mujer joven-elegante y teléfono misterioso. Bien al lado mío, hombro con hombro, una persona atiende su celular, comienza a relatar lo que sucede, y sin dudarlo levanta la mano y oferta. Su aparición en la disputa es determinante y su convicción total. La telefonista se rinde. Mientras la mujer joven-elegante se toma un tiempo para pensar cada una de sus nuevas ofertas. Mi vecino levanta la mano enérgicamente superando cualquier intento. La mujer joven- elegante lo intenta dos o tres veces más hasta que empieza a sentirse humillada y se retira a tiempo. Tres golpes de martillo y “¡Vendido!” Mi vecino dice: “A Eduardo Constanitini, Fundación MALBA”.


El after remate

Salgo rápidamente de la sala a la vereda y lo miro a mi papá por la ventana, su vista esta pérdida, se toma un buen rato en salir. Cuando finalmente nos encontramos me doy cuenta que está ido: “¿Qué pasó? – me pregunta– ¿Se vendió?”

Intentando hilar unas palabras oportunas le contesto. “¡Sí! Al MALBA, nosotros ya lo disfrutamos un montón y ahora cualquiera va a poder ir a verlo, y también vamos a poder ir a visitarlo”. Al mismo tiempo,  se terminaba una era en mi familia.


La entrega

En los días que sucedieron todo fue extraño.

Empezando por el humor de mi papá.

La nota en el diario.

Y el llamado a Cosntantini de un informante diciendo que el cuadro era falso, que el original se había destruido en un incendio y que lo estaban estafando.

Cuando mi viejo ya estaba combinando para pagar sus deudas lo llama el mismísimo Constantini para pedirle una reunión urgente al otro día a las ocho de la mañana en la calle Arroyo.

Lo acompaño a mi papá. Hay un clima cordial. Constantini llega con dos asistentes, uno de ellos comienza a observar la pintura. Y no recuerdo mucho más salvo que el nuevo dueño de la obra le pide al segundo asistente que le traiga una botella de agua del auto. El tipo vuelve al ratito con la botella, es de la marca Perrier. El empresario se retira convencido y la operación se concreta.

Después de ese día fui varias veces al MALBA a visitar la pintura sin suerte, incluso me hice socio de MALBA Joven para no pagar más la entrada. Pero nada, no estaba en la sala, no había noticias en Internet, fue como si hubiese desaparecido. Dos años después, un día finalmente apareció en la muestra permanente. Fue como el reencuentro con una ex. Estaba igual pero cambiada, su tono de voz no era el mismo. Le habían sacado el marco dorado entelado y puesto uno blanco más simple, más contemporáneo. Y algo de la luz. Eso, tenía mucha luz. Por primera vez vi la pintura con la luz de un museo. Como si se la hubiese creído, ahora que estaba en un museo. Es cierto que los colores se ven mejor y que hay una sutileza en los azules del mar y la transparencia de los cuerpos que nunca había visto. Está brillante, espléndida. Y me gustó, me gustó verla así. Fue como ver otra pintura. Pero debo admitir que me gustaba más la otra. Hay algo de ver las pinturas en el contexto de una casa, de una persona, que no se compara con verlas en un museo. Se pierde esa cercanía, el “aura” se vuelve difuso y se escapa, se pierde intimidad, se pierde vida. Frente a la obra había un banco. Me senté, estuve callado un rato y me salió copiar la pintura con una birome Bic en una hoja de mi cuaderno.

Cuando hice ese dibujo, ni tenía el impulso de ser artista.

No sé porqué me salió dibujarla, y lo cierto es que al poco tiempo empecé a estudiar pintura. Nunca consideré que toda esta historia haya tenido algo que ver pero ahora que la escribo empiezo a dudar.

Años más tarde, en una muestra en la que participaba –Casa Tomada en la casa del Bicentenario–, conocí a Gabriela Pulópulo. No me acuerdo el contexto, pero ella se presentaba como la copista, y se dedicaba a copiar obras de arte. Le conté esta historia que hoy escribo, y le dije que me encantaría una copia de las “Terrazas de Spilimbergo para regalarle a mi papá. A ella le gustó el plan y se ofreció a hacerla. Me acuerdo que tardó muy poco en tenerla lista y que la copia era muy buena. Invité a mi papá para que le hiciera la entrega.

Hoy las Terrazas de SpilimPulópulo están colgadas en la casa de mi papá. Eligió un lugar que podría decirse es poco protagónico, pero sí muy especial. Quizás un espacio al que ninguna de sus otras pinturas tiene acceso. Un espacio que sólo está reservado para su familia. La pintura está colgada en su escritorio, justo en frente de la mesa, la acompañan una foto de una de sus nietas, una pintura de un caballo de mi hijo mayor, una pintura rarísima, medio Pollock bricolaje, que le regaló la familia de mi hermana cuando estaba internado el año pasado, y una pintura que hice yo, en tercer grado, que casualmente es una copia de un Picasso.


Foto de portada: “Terracita”. 1933. Lino Spilimbergo. Colección del Museo Nacional de Bellas Artes.