Artes visuales

El glamour desclasado de Juan Ojeda

03-06-2024

Por: Gabriela Albuquerque

Un comentario sensible y afilado sobre la última muestra del artista tucumano, realizada en la galería OhNo. La curaduría estuvo a cargo de Santiago Villanueva.

El glamour desclasado de Juan Ojeda

Veo a Juan tirado en la cama, durmiendo, son las ocho de la noche. Él salió a trabajar a las seis de la mañana. Tiene treinta y cuatro años y es su primer trabajo formal. Trabaja como mozo en un café de especialidad en Palermo, frecuentado por jóvenes publicistas y ex-embarazadas rusas. Juan es artista, es así que se presenta, no importa a quién. Mientras el propietario de la casa donde él es inquilino le pregunta repetidas veces ¿pero qué haces?, es solo con un “soy artista” que Juan contesta. La cara intacta. De hecho, nunca le pareció importante comprobar el rastro de su vida y de su obra con la realidad, con lo político, con lo concreto, con lo que sea. Eso es menor para él y nunca le dio vergüenza admitirlo. 

En los últimos años, Juan viene haciendo esculturas con retazos de seda, botones de marcas de lujo, frasquitos de perfume viejos, mostacillas perdidas. Estos materiales se juntan casi siempre sobre estructuras de acrílico o telgopor. Mientras los galeristas le dicen eso es hermoso, pero es frágil, cómo una señora cheta va a apoyar eso en su living, Juan revolea los ojos. Que paguen los dólares y que no jodan, piensa. Todos pintan, pero nadie hace lo que hago yo, dice para sí mismo. Quizás hay solo tres cosas que de hecho le importan a Juan: la noche, la moda y su madre. Pudo vivir muchos años así, con la plata de la venta de sus esculturas se compraba anteojos Dior de segunda mano, descartados por esas mismas señoras. Todos los primeros miércoles del mes su mamá le manda una caja con algunas provisiones, generalmente mortadela o leberwust, pastillas sin prescripción, masas de empanadas tucumanas y abrigos nuevos – Juan todavía no se había acostumbrado al frío porteño–. Era común entrar a su habitación, toda oscura, persianas bajas y con olor a guardado y encontrarlo tirado, iluminado por la pantalla de su computadora, con muchas pestañas abiertas de todas las ropas que se quería comprar. Al lado suyo algunas cajitas de clonazepan y un pedacito de milanesa seca en un plato en el piso. 

La confianza por lo que hace es absoluta, no solo por una cuestión de autoestima, muchas veces delirante, es cierto, pero por la certeza de que no podría hacerlo diferente. Es en los materiales y en sus obras donde sus sueños de una vida de glamour se materializan, ganan un cuerpo, una forma, son puestos en una pared, en el piso de una gran galería del centro. Son incluso esos mismos objetos que le pagan el champagne, le dan la fantasía que ambos, él y su propia producción, desean. La obra concreta el sueño más íntimo de un artista sin plata, la obra de alguna manera posibilita la materialización de su propia vida, esa que uno se imagina para sí mismo, por más irreal que parezca. 

Su última muestra se llama Juan. La anterior, Suicidio. Esta vez, él quita sus amigos imaginarios –compañeros de cementerio, modelos internacionales– de los pedestales de acrílico y por fin, como por una negociación forzada entre partes, con la promesa de un suceso, las pone en esos cuadros que le pedían. Bajo un marco barato y noventoso, ahí está su pintura. Sobre el pedestal, ahora de metal, fino, pero rígido, Juan se ríe: luce una bolsita de compras hecha de cartón. Si antes él había decidido morir para ser visto, ahora parece firmar con su propio nombre que se puede vivir aún estando muerto. Dejar a la madre, sobrevivir a Buenos Aires. El éxito viene a cuentagotas, es obvio que esperaba más. No estoy muerto, que ellos sepan, tararea, mientras su cabeza se golpea contra el vidrio del vagón del subte. Y de pronto, un clarón, una serie de telas y cortinas lo llevan a una inmensa pasarela, la luz artificial alumbra el humo de mil cigarrillos y su piel tersa, tersa. Eterno, se le escapa una lágrima, hace años que no puede llorar.


Juan, de Juan Ojeda.
Con curaduría de Santiago Villanueva.
OhNo galería (25 de mayo 476, piso 9, Buenos Aires).
Marzo - mayo. 2024