Artes visuales

Esta es la historia del arte

28-08-2024

Por: Claudio Iglesias

Una charla con Andrei Fernández sobre su trabajo con las tejedoras del grupo Silät

Esta es la historia del arte

¿Como atarías lo que estuviste haciendo, las personas con las que trabajaste últimamente, si te tuvieras que presentar?

En estos últimos años me empecé a presentar como curadora, pero es una interpretación libre de qué significa ser curadora. Y también es una propuesta de cómo podemos hacer curaduría o trabajar en el arte desde aquí, desde el norte de Argentina, donde yo vivo. Ahora estoy viviendo en Tucumán pero la última década he vivido especialmente en Salta. En territorios rurales más que nada, trabajando con comunidades. Hace mucho que pienso en eso: cómo desarrollar una práctica que tenga sentido aquí, que no esté mirando hacia las grandes ciudades. Acá en Tucumán yo pasé por la facultad de artes, estudié artes plásticas, y siempre nuestra educación ha estado con la mirada puesta en lo que se hace en Buenos Aires, lo que son las problemáticas y las poéticas también de la ciudad de Buenos Aires. Siempre hemos estado muy atentas a eso y a todos los relatos de la historia del arte eurocéntrico.

…Y desde que terminé la facultad, hace veinte años, estoy pensando qué hacer. Muchas veces pensé en desvincularme del arte. Porque pensaba que no tenía sentido, al menos desde acá, esta idea del arte contemporáneo. Y entonces me dediqué mucho tiempo a proyectos de economía social y comunicación comunitaria. Ahí es donde empiezo a modelar mi práctica de otra manera, con muchos contactos con organizaciones y activistas de derechos humanos, sobre todo grupos vinculados a personas desaparecidas, o ex guerrilleros. Acá en Tucumán ha habido un foco de guerrilla popular muy grande. Empecé a trabajar con los sobrevivientes de ese intento de revolución y con sus familiares…

¿Cómo era el trabajo?

Trabajaba en diferentes proyectos, en escuelas, radios comunitarias… buscaba trabajo, hacía distintas cosas pero eso fue guiándome por donde ir, modelando mi práctica desde otras miradas, desde otros grupos. Cuando estudiaba arte sentía que no sabía con quién dialogar, o para qué hacer desde ese lugar. Nunca me interesó irme a vivir a Buenos Aires, que es el paso te diría que obligado si uno estudia arte acá o quiere tener una carrera profesional en el arte. Yo me metí a trabajar en las Yungas apenas me recibí. Después me fui a vivir un tiempo a Cuba, a La Habana, a trabajar en un centro cultural. Y cuando volví me empecé a vincular con las tejedoras. Cuando hubo una gran movilización por la nueva ley de medios en 2012, yo trabajaba como tallerista en un programa del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria que era de radios rurales. Unos amigos trabajan ahí y necesitaban a alguien que se anime a viajar a los lugares, a los que es difícil llegar, y a escuchar a la gente y ayudarla a armar sus proyectos políticos comunicacionales… y ahí me metí. Eso me vinculó al INTA y eso después me llevó a trabajar con tejedoras, por mi formación artística…

Trabajabas en comunidades a las que llegaba el estado…

Si, sobre todo el INTA. En esa época había un grupo trabajando adentro que estaba repensando la institución, y qué se podía hacer… obvio que todo eso ya se fue anulando. Empecé por esos años a trabajar con tejedoras del pueblo diaguita, en Seclantás. En el 2015 fue que entré en contacto con tejedoras Wichí.

¿Cómo fue?

Cuando conocí a las wichi noté que estaban bastante aisladas… No conocían a otros pueblos, ni conocían muchas cosas del presente. Esa zona del Gran Chaco, la triple frontera (de Argentina con Bolivia y Paraguay) es la última zona que se anexa el estado argentino, ya entrado el siglo XX. Pero estaban muy lejos de tener contacto. Recién cuando empieza el gobierno de Néstor, el Estado llega con todo. 

¿Cómo creés que cambia la relación con el tiempo propio de la comunidad, y con el pasado?

Ellas siempre hablan de eso. Yo trabajo más que nada con comunidades Wichí pero también con otras tejedoras, diaguitas calchaquíes y coyas, ellas lo dicen: insisten en ponernos en el pasado pero nosotras estamos en todos los tiempos. Se mezcla esta idea del pasado y el futuro, contrariamente a lo que se cree desde otros relatos, que las vinculan con lo arqueológico. Eso me sorprendió mucho cuando empecé a tener contacto. Además, de las mujeres wichí siempre se muestra una imagen estereotipada, que están tristes, sufriendo, que son muy pobres. Cuando conocés las comunidades podes ver que sí, les faltan muchas cosas que tenemos las personas que vivimos en las ciudades. Pero son pueblos alegres, no son sufrientes, no viven la realidad sufriendo. Son muy conscientes de lo valioso que es lo que tienen, y están lejos de enunciarse a ellas mismas como personas pobres. Y eso es lo que a mí me conmovió y me hizo pensar: hay que mostrar algo de esto de alguna manera. Ahí volví a pensar: puedo ser curadora. Yo había trabajado antes como gestora, artista, había probado muchas cosas en mis veintis. Después pensé que capaz como curadora podría acompañar a que estas mujeres muestren sus trabajos y su pensamiento.

Un primer proyecto con ellas que te acuerdes…

Un proyecto que se llamó La escucha y los vientos, que presentamos en Berlín, en Alemania. Fue algo inesperado porque yo vivía en Tartagal, trabajaba como técnica del INTA. Repartía semillas, ayudaba a las mujeres a vender sus trabajos, y un día llegó una curadora alemana, Inka Gressel, que estaba investigando sobre tejedoras indígenas para una exhibición. Cuando le mostré lo que yo venía investigando me dijo: ¿te animás a armar una muestra para una galería estatal en Berlín? Y ahí fue que decidí hacer lo que venía pensando tímidamente, imaginándome cómo presentar el trabajo de las chicas. En esa propuesta no solo participaron tejedoras, también ceramistas de la zona, del pueblo Chané. Como yo viví en Tartagal varios años, pude conocer a varias comunidades, porque en esa zona viven siete pueblos. Conocí a los chané, guaraní, tobas, chorotes… tuve contacto con esas comunidades porque trabajaba en un programa de soberanía alimentaria, repartía semillas, pollitos, y ahí veía esos trabajos que hacían. De los chané, si bien son conocidas las máscaras de madera que hacen los varones, son las mujeres las que las pintan, y también hacen estas cerámicas hermosas, así que les pedí que hagan cerámicas para la exposición. Esto fue en 2020. En 2021 la trajimos a Argentina, a Salta.

Tartagal está dentro de la región del Gran Chaco, es zona llana. Le llaman monte, es un bosque semiárido. Igual es muy fuerte el sentido político de la palabra monte. Al haber sido el último lugar que se anexa al estado ha sido un refugio de muchas cosas. 

Algo que decías es que algunos pueblos del Chaco habían tenido menos contacto con la colonización. Me quedó la sensación de que lo marcabas como una comunidad menos expuesta a los ocupantes criollos y al estado después…

Ellos se quedaron ahí de alguna manera escondidos en el monte, pero también lo que sucedió es que cuando empieza el contacto después se hace muy rápido todo ese proceso, entonces es muy particular cómo es el proceso de transformación de esa cultura, a diferencia de otros pueblos. Y ellos tienen la particularidad, el pueblo wichi, y es que hay dos cosas que no están dispuestos a ceder, aunque cambie su forma de vestir, de vivir, de comer, no quieren dejar de hablar su idioma, y no quieren dejar de tejer. Todas las mujeres tejen, con lo que sea. Tradicionalmente se tejía con el chaguar, pero ahora solo pueden tejer con esa fibra las mujeres que viven en el monte. Las que viven en el margen de las ciudades hilan bolsas de plástico, desarman sueters… es una insistencia tan grande en tejer… ahí empezó mi curiosidad.

¿Como que se va reinventando la técnica del tejido, algo así?

Durante mucho tiempo yo les preguntaba, porque este trabajo que vengo haciendo tiene esos desafíos del diálogo intercultural, si vos sos la que impone, o propone… todos estos problemas. Entonces yo les preguntaba desde que empezamos en 2019 a proyectar trabajos vinculados al arte, yo les decía: cómo le llamamos a esto que ustedes hacen, tejido, artesanía, obra, era como el problema que teníamos. Y lo charlábamos, y ellas nunca me decían. Y yo les preguntaba, les decía, díganme cómo se dice “tejer” en el idioma de ustedes, y usemos esa palabra. Y no me respondían, era raro. Yo pensaba: no puede ser tan difícil si es lo que hacen todo el tiempo. Recién el año pasado un traductor wichi me dijo que no existe una palabra para tejer, siempre se usa una palabra que describe una acción continua que significa a la vez “tejiendo”, “cicatrizando” y “construyendo”. 

Decías que en la escuela de arte había una mirada más colonial, que no te incluía. Y después con las artistas wichi encontraste un lugar. De alguna manera el arte wichi te incluyó.

Yo en realidad desarrollé lazos afectivos muy fuertes las artistas, con Claudia Alarcón, y con todas [las tejedoras del grupo Silät]. Nos íbamos a Buenos Aires, a Salta, convivíamos. Nos hicimos muy amigas. Entonces cuando apareció la invitación de hacer una muestra un poco lo tomamos como un juego. Para mí fue muy útil eso, no preocuparme tanto. Me monto en este rol, soy curadora. A la vez sentía que no tenía nada que ver con lo que yo conocía como curadora, pero era funcional a esta invitación, y después fue como ir pensando. Pensaba cómo ha ido cambiando a qué le llamamos arte, en lo cercano, en las últimas décadas. Un poco sin tener conciencia, como un atrevimiento: qué pasa si decimos que esto también es arte. No artesanía, ni arte popular sino arte. Cuando yo le pregunté a un maestro, una especie de chamán wichí, si había en su pueblo un concepto equivalente al arte me dijo sí, que siempre en su pueblo existió, fue como un pedir permiso para mi esa charla. Ahí fue cuando me cuenta la historia de un guerrero que se lastima con una espina y se vuelve loco del deseo de transformarse, entonces los vientos le dan el poder de colorear el mundo, y concluye: esta es la historia del arte.


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