Un desgarro que se baila cuando suena Dime Precioso
07-06-2024Por: Andrea Guzman
Un comentario sobre el último disco del músico chileno Alex Anwandter, lanzado recientemente a través del sello 5 AM. Un álbum pop con historias sombrías de fondo.

Bendito sea el pop, no hay nada como eso: su hedonismo, su veneno. El pop también es una cosa muy seria. Uno podría leer la historia contemporánea a través del pop de cada época. Las formas de vestir y sus peinados, lo obvio, pero también algo mucho más profundo. La información que trafica el pop no está en el orden de la declamación. En sus letras no queda manifiesto -casi nunca- un hecho específico, una denuncia. Por eso algunos lo acusan de inofensivo o trivial, como si la emoción y el baile no fuesen cosa seria. El poder del pop está en el orden de lo sensible, es mucho más etéreo y por lo tanto complicado, cristaliza el estado de ánimo de un momento, un sentimiento flotante y colectivo, una sensibilidad particular única que años después hará posible identificar una época. El pop es también un gran fagocitador de otros géneros musicales. Y cuando se lo acusa de inofensivo, se ignora su potencial de ofender lo que existe, de ser también deforme, obtuso, el refugio improbable de un outsider en un bar cutre, o la potencia de su colisión con la contracultura. Por un lado la alimenta, por otro se la apropia obligándola a patadas a la reinvención permanente. No es solo lo que el pop hace, sino la forma en que se lo recibe, su potencial de llave maestra.
Aunque se podría decir que Chile es un país pop por antonomasia, muchos dicen que tiene una de las mayores densidades de metaleros por metro cuadrado del mundo. Por otro lado, la banda de rock más famosa de su historia, es en realidad una banda de pop electrónico llamada Los Prisioneros, que en dictadura decretó que la canción de protesta podía ser un fenómeno bailable. Por años, Chile gozó de sus dos grandes récords: el país más estable económicamente y el de mayores índices de depresión de Latinoamérica. Y en esa fisura, a la vez crepuscular y festiva, se ha construido algo parecido a la chilenidad. Igual que nuestras playas: las más bellas, las más frías, en Chile sabemos que la desidia y la fiesta nunca han sido asuntos separados. “Siempre tropical, siempre triste”, dice Gianluca. “Es una tristeza tan linda”, dice Javiera Mena.
Por eso, por estos días, cuando algunos dicen que el chileno Alex Anwandter -que ya había escrito canciones con títulos como “Odio a todo el mundo” o con letras como “Todo el tiempo me siento morir y el viernes puedo morir”-, ha lanzado su disco más sombrío, uno solo puede decir: ah, es un auténtico disco de pop. Puede ser que este sea un disco de pop más experimental, claro, por más perezoso que suene el adjetivo. O, si se quiere, de un pop nacido en el desconcierto: entre Burt Bacharach y Led Zeppelin, explica él en palabras propias.
Alex Anwandter se fue de Chile y vive en Estados Unidos hace poco menos de una década, desde donde se ha convertido en una palabra mayor del pop de la región; productor de Julieta Venegas y Juliana Gattas, gran musicalizador de la sensibilidad queer y exponente de la diáspora latina, sin retomar los tópicos más sanitizados y reconocibles de ambas cosas. En 2023 lanzó El diablo en el cuerpo, un monumental disco de 16 canciones con ímpetu colaborativo motivado por la post pandemia, que incluyó voces como las de Christina Rosenvinge, Buscabulla, Javiera Mena, o la misma Venegas, y que rompió su silencio de varios años. Ahora, en cambio, tardó menos de uno en lanzar su nuevo material, el recién estrenado Dime precioso –disco urgente y breve que compuso en menos de tres meses, dice él–, como forma de rebelarse a todas las etapas que requiere hoy en día lanzar música, con sus singles, sus adelantos, sus visualizers, sus coreografías de Tik Tok, su ansiedad por visitar los Festivales con preventa early bird. A diferencia de trabajos anteriores, Anwandter se sacó este disco como si fuese una curita, sin preámbulo. Lo hizo en medio del juicio a Donald Trump en su casa adoptiva, en medio de los años de desencanto después de una revolución fallida en su lugar de nacimiento, en medio de los años post pandémicos que parecen no haber dejado nada para los románticos, y en medio de una ebullición de las vida online que ha suprimido todo atisbo de ternura. El disco parece sobrevolar este estado de ánimo agrio, a la vez nihilista y voluptuoso, lo bueno es que elude toda tematización. Es un disco melodramático, un pop de personajes: hombres desesperados que vagan por ciudades enormes, hombres desesperados conectados a internet. Todos estos hombres bailan, por supuesto, pero casi siempre solos. Porque es un disco donde efectivamente sobrevuela una oscuridad seminal, sin dejar de lado que el desgarro se baila.
Dime precioso no fue pensado como un disco de colaboraciones, a diferencia de su antecesor, sino como un objeto acorde a la banda con la que Anwandter gira desde hace un tiempo, una banda atípica para la era del pop autotune, que tiene base en sus coristas y guitarras principales. Quizás sea por eso que aun siendo un músico reconocido como exponente de la electrónica y el pop de sintetizadores, este nuevo disco se sienta orgánico y comunal, como si la rebeldía de hoy fuera el ímpetu analógico. También parece ser un disco muy consciente de su momento, a pesar de no referirlo directamente: el mundo se destruye y nosotros aún esperamos que, del otro lado, alguien crea que somos hermosos.
Foto de portada: Alberto Goldesntein. “Sin título”. De la serie Boston ’82.