Al comienzo de Hojas de otoño (2023), la última película de Aki Kaurismäki, el personaje de Ansa (Alma Pöystia) vuelve de su trabajo como repositora de un supermercado en un barrio de Helsinki, prende la radio en su casa (una radio antigua y barata) y se ofende tanto con las noticias de la guerra en Ucrania y su sesgo anti ruso que la apaga de un golpe. La escena se repite varias veces, el mismo informativo monocorde de los supuestos crímenes de guerra recibe uno y otro chasquido de parte de los protagonistas, dos trabajadores finlandeses en mala racha.
En un bar, Ansa conoce a Holappa (Jussi Vatanen), un obrero que lidia con la depresión y el alcoholismo. El relato les tiene reservado el amor, pero antes hay una serie de planteos, que se van desarrollando como bocetos, como si fueran pequeñas láminas coloreadas que narran la vida infeliz de la clase trabajadora en una ciudad europea del presente. Es una vida pasiva, gris. Lxs personajes de Kaurismäki se sientan en la silla cuando llegan de trabajar como si más que un empleo tuvieran una enfermedad terminal.
Romcoms y marxismo
Algunos compararían a Kaurismäki con Brecht, otro los compararían con Sofia Coppola. Creo que yo estoy entre los que preferirían compararlo con Sofia Coppola. Sobre todo por la escena de karaoke que Kaurismäki incluye en esta película, y en general por todas las escenas de bar, de fiesta, y el lugar de la música, el ambiente de rockeros y la percepción del rock como un asunto de looks y la mirada embobada con el paso del tiempo, estos podrían ser temas de ambos directores. Pero en las películas de Sofia Coppola, estos temas son disparadores de momentos de mucha expansión emocional, es como si eligiera sus momentos de fiesta y diversión cuando están a punto de madurar. En cambio a Kaurismäki le gusta tanto lo gastado y lo roto, que hasta las fiestas dan lástima. Lo suyo es el amor en las filas de la fuerza de trabajo sobrante.
Entonces la escena del karaoké llega apenas la película empieza, en el bar donde Ansa y Holappa se conocen. Y es linda por lo anticlimática. También en esta película el karaoké funciona como declaración, como si hubiera un destinatario de las palabras de amor de cualquier canción pop. En una sociedad donde no se puede ni escuchar la radio (ya que solo hay propaganda, nada de música), para declarar los sentimientos hay que usar palabras prestadas, las palabras de una canción. Pero igual el ambiente del karaoké es deprimente, asfixiante.
Un capitalismo ex
Kaurismäki es una especie de cantautor socialista y en varios puntos está más cerca de Jaime Roos que de Morrissey. En sus manos, Finlandia es una sociedad cerrada, herida por la depresión. Una característica del mundo de Kaurismäki es que los personajes viven en ambientes en los que no se puede hablar de nada. Se trata de sociedades muy represivas, donde no hay lugar para los sentimientos ni las expectativas ni los deseos de las personas. Y es raro porque se trata de las sociedades occidentales al final, las mismas que se enorgullecen a diario de fomentar la democracia y combatir (o ayudar a combatir mediante el envío de armas y dinero) a las autocracias. Son estas las sociedades (la finlandesa, la noruega, la española, la británica…) en las que supuestamente todo puede hablarse, todo va a arreglarse si lo hablamos: a no tener vergüenza de ser quién unx es y hablar de forma “situada” para que la subcomunidad que uno representa vea su voz reflejada en público.
Pues no, dice Kaurismäki. La esfera pública en estas sociedades es una radio que repite los mismos enunciados chauvinistas hasta el cansancio. Son sociedades donde un pobre va a ponerse contra otro pobre, un trabajador contra otro, un vecino contra otro, repitiendo frases motivacionales o discursos sobre el emprendedurismo. Lo que mejor explica la forma de estas sociedades es la economía: la relativa inexpansión del capital y la reducción del salario.
Es un mundo sin diseño, un resto de mundo. Un ex capitalismo, o un capitalismo ex.
Pero por esa razón, las películas de Kaurismäki también son anti romcoms: son romcoms que trocan un asunto social por uno afectivo. Lugar para el optimismo, capaz no hay mucho. El problema de estos personajes no es resolver todo mediante el amor y dejar que la escalera social haga el resto (como le pasa a Bridget Jones). El problema es el salario.
Kaurismäki, aparte, pretende que el tango es finlandés. Según un artículo de The Economist:
Kaurismäki dice que el tango se originó en el extremo oriental del país (una región densamente boscosa que hoy pertenece a Rusia), donde los pastores cantaban para protegerse tanto de su propia soledad como de los lobos que atacaban el ganado. Los lugareños empezaron a bailar tango en los salones de baile, junto a los lagos; en 1880, el tango había llegado a la costa occidental, desde donde los marineros lo llevaron a los bares de Uruguay y Buenos Aires.
Finlandia virreinal
Los cines desvencijados, los cafés con tragamonedas, las calles vacías, las marcas antiguas y desaparecidas… todo lo que parece virreinal (en el sentido de colonial) en el cine de Kaurismäki es un poco virreinal de verdad. Este es un cine social de la desinversión, que muestra qué pasa en una sociedad que conserva sus afiliaciones geopolíticas en desmedro de su crecimiento económico. Finlandia podría ser cualquier lugar del virreinato del Alto Perú durante el siglo XVIII. Es una sociedad que sufre un desfase en su ciclo de producción, que reproduce ciudadanos aptos para vivir en una economía que tal vez ya no existe. (Lo mismo que el estado altoperuano reproducía “españoles americanos”, un poco inútiles de cara a la segunda revolución industrial.) Finlandia es un típico jardín cerrado del alicaído proteccionismo industrial noratlántico, una sociedad donde todo se viene abajo en función de sus propias contradicciones pero que se esfuerza por no caer en las garras del imaginario oso autocrático que la amenazaría.
De ahí la relación tóxica de Kaurismäki con la cultura estadounidense. Como buen exponente new wave, Kaurismäki tiene una admiración verdadera por el pop y por la industria cultural. Pero, para que le guste realmente la industria cultural, necesita verla medio tirada, exhausta, no puede gustarle si no. Entonces le gustan las rockolas (porque son viejas, o porque nadie las cuida) pero no la digitalización del cine ni las sagas del universo Marvel (“no es algo que pueda ver si es domingo a la tarde y tengo resaca”, dijo como si él fuera uno de sus personajes).
Esta relación tóxica es genuina, porque es reveladora de los problemas del proteccionismo imperial de la actualidad. Ni Finlandia, ni casi ningún dominio europeo bajo la gobernancia noratlántica, podrían abrazar una hegemonía no occidental. Pero a la vez, quedarse en el molde es quedarse en el razonamiento circular de la insatisfacción: estoy deprimido porque tomo alcohol y tomo alcohol porque estoy deprimido, dice Holappa.
Me quedo al final con un comentario que hace Ansa cuando salen del cine. “No había forma de que la policía manejara esa situación”, dice hablando de una película de George Romero.
“Simplemente había demasiados zombies”.