Vida cotidiana

La beca Nirvana

16-05-2024

Por: Tomás Fracchia

Tomas Fracchia escribe un cuento de una experiencia rural fallida. Una promesa de una vida que no llegó jamás. Una beca inventada para garantizar horas de placer y de pintura.

La beca Nirvana

Recibo un llamado de un amigo, me comenta que conoció una gente que tiene un campo acá cerca y que buscan casero. Me sugiere que haga una entrevista, le digo que estoy bien en mi rancho y que no quiero cambios. Insiste y me dice:

-Mirá si te dan una chata y además te queda tiempo para pintar, quizás es como la beca Guggenheim.

Ahí me encendí. Me vi manejando una F100, cortando pasto y pintando en un galpón olvidado. Llamé y arreglé un encuentro. Fui en bici, ya que son dos kilómetros desde acá.

El campo se llama Nirvana y lo tengo visto porque cuando salimos a caminar hacia Cordobita (un arroyito de llanura que recuerda las sierras) pasamos por la entrada y siempre me llama la atención. Es una tranquera y un camino largo que se aleja hasta unas casas de paredes amarillas.

Voy a la cita, paso la tranquera y recorro ese camino entre dos parcelas de cultivo, a medida que me acerco siento curiosidad por saber quien será el señor Nirvana. Veo el chalet principal, cerca el quincho con cerramientos de vidrio y aluminio y más atrás galpones, eucaliptus gigantes, un tanque australiano. Y viene él, un tipo común, como si fuera un abogado o contador o milico. Lleva boina y tiene unos hombros que impresionan, es mayor que yo. Bien patrón. Nos damos la mano, su fuerza es brutal. Me convida café en el quincho. Él se sienta del otro lado de una gran mesa y delante tiene carpetas y papeles. Necesita un casero y me cuenta su experiencia con los anteriores: robos, vagancia. Me habla de uno que fingió que habían entrado a robar y armó una escenografía con ropa tirada y una puerta forzada, las armas sin aparecer, “que son lo primero que se llevan, ya que hay mucho mercado”, según dice.

Después, me invita a caminar y a mostrarme en qué consiste el trabajo. A las vacas, por la tarde, hay que cambiarlas de corral y darles de comer. Lo mismo hay que hacer con los gansos. Hay que barrer las galerías y “juntar mugre”. “Mugre” se le dice acá a las ramitas y hojitas que caen de los árboles. Hay que cortar el césped con un tractorcito John Deere que es un encanto. También hay que hacer leña.

Llegamos a un recinto donde está apilada, que es un círculo al cual entrás, compuesto por astillas bien parejas. Un trabajo impecable que sería el deseo de cualquier artista del Land Art, es una corona como de dos metros de altura. No dejo de admirarla –ahí sí que hubo un real becario–. Me comenta que fue tarea de un chaqueño, su casero anterior. Casi puedo verlo en su trabajo, ver sus manos y percibir que calidad de hombre es. Me demoro en mis pensamientos pero el señor me invita a seguir.

Llegamos a las dependencias del gaucho –que sería yo–. Una cocina muy austera con techos altos, pisos de cerámico rojo, una mesa, una silla. Todo impecable. La pieza, divina, chiquita, con una cama tendida con una frazada marrón a cuadros.

El tipo me dice (porque ya me trataba como si el trabajo fuera mío):

–Tenés una garrafa y 6,4 kw de electricidad por mes, ya que el casero anterior encendía una estufa eléctrica y me aumentó el consumo.

Seguimos el tour. Me muestra el tanque australiano que es una locura, de chapa gruesa sobre un promontorio, con tres metros de profundidad y diez de diámetro, una boca de llenado de cuatro pulgadas. Un sueño. Además, es la pileta ¡Guau! Me imagino nadando en círculos a pleno cielo. Interrumpe mi ensoñación.

–Acá, a Nirvana, no podés traer a nadie –aclara y sigue–. Tenés un franco y medio por semana y estaría bien que te los tomes cuando yo no estoy, así cuando vengo hacemos tareas juntos, el sueldo es de 80 mil pesos más los aportes–. Esa semana yo le había comprado zapatillas a Fran por 30mil.

–Y una cosa más –me dice– ¿Ves allá arriba? Tengo una cámara y allá arriba del molino, otra, y allá otra, y yo desde San Isidro controlo todo desde mi celu.

Quedo mudo por un instante y veo lo que podría ser vivir vigilado. Chau nadar en círculos. Chau F100. Me despedí y volví feliz a mi rancho de pintor.


Portada: “Fim de romance”. Antônio Diogo da Silva Parreiras. 1915.

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