Cine y series

Objetos con una vida de estrellas

13-01-2025

Por: Claudio Iglesias

Ideas para el momento actual a partir de Dahomey (2024) de la documentalista senegalesa Mati Diop

Objetos con una vida de estrellas

2 de enero. Las noticias vuelven a la normalidad después del feriado y me entero de algo que había visto en las redes pero no había querido ver: el gobierno cerró el Centro Cultural Conti, en la ex ESMA. El futuro del resto de agencias que funcionan en el lugar quedó en la incertidumbre, incluyendo los archivos de la CONADEP y otros materiales patrimonializados (con el reconocimiento de UNESCO). En una entrevista radial, una trabajadora detalla los efectos del cierre pero sin desánimo, con neutralidad en la voz.

Ese mismo día, aprovechando la falta de noticias del feriado, TN anunciaba a un cantante de las cercanías de Santa Fe como uno de los nuevos valores de la música nacional. El chico canta folclore con una base de trap. Es un chico blanco que en el video aparecía disfrazado de chacarero, subido a una camioneta Chevrolet entre fardos de pastura para ganado. Parece decidido a destronar a Abel Pintos, pensé cuando lo vi. La letra añoraba un amor perdido, contra un fondo litoraleño de establos  y sauces.

¿Tirar una estatua al río es la única forma viable de relacionarse con el patrimonio hoy en día? ¿Qué otras formas hay? ¿Qué hacer cuando no se pueden tirar estatuas al río?

Mucha gente cree que los estudios patrimoniales se ocupan del cuidado de bienes históricos, sitios como Stonehenge o las pirámides. Pero también se ocupan de las relaciones de identificación que los grupos que integran una sociedad tienen con el arte y la historia. ¿Quiénes somos los que nos vemos reflejados en una obra de arte o un objeto cualquiera? El patrimonio refiere a esa relación narcisista por la que alguna cosa nos parece lo más propio o lo más ajeno de todo. ¿Y qué hay del tema en una sociedad como la nuestra, con una divisoria sociorracial muy solapada? Se me ocurren muchas cosas para hacer.

Noviembre de 2021. Veintiséis tesoros del reino de Dahomey están a punto de abandonar París para volver a su país de origen, la actual república de Benin. Entre las piezas devueltas se encuentran las estatuas de madera del rey Ghezo y sus herederos, Glélé y Behanzin, representados con cabezas de pájaro, león y tiburón. Entre muchos otros, estos artefactos fueron robados por las tropas francesas en 1892. Esta es la historia detrás de Dahomey (2024), de la directora senegalesa Mati Diop, que filmó el tránsito de la restitución con la idea de hacer un “documental de fantasía”, como ella dice. La estatua del rey Ghezo habla en off mientras es objeto de todos los ritos patrimoniales: se la desmonta en el museo Quai Branly en París, se la embala en una caja, ficha de registro, zorritas, transporte internacional. Hasta ahí, la película parece un manual para trabajadores de museos.

Dahomey muestra de cerca la bienvenida de los objetos en Benin: el cortejo de estado que reciben las esculturas, finalmente instaladas para que el público las visite. Son recibidas por periodistas, fotógrafos, curadores y figuras del gobierno, como verdaderas celebridades. Mati Diop sigue los lineamientos del enfoque biográfico de los artefactos culturales. Es una forma de estudiar la cultura material que busca comprender la historia de las cosas como si fueran personas que en su trayecto vital van moviéndose por distintos sistemas de intercambio y significación. En el caso de los veintiséis tesoros, pasaron de ser objetos con una significación propia a ser bienes robados, después fueron objetos etnográficos en el museo antropológico de una potencia colonial, y al final… ¿volvieron? a Benin a ser… ¿obras de arte? ¿objetos históricos? Después de narrar el periplo de los objetos entre cajas, vitrinas y fichas de inventario (todo lo que llamaría inmediatamente la atención de unx estudiante de museología o curaduría), viene la parte realmente crítica desde el punto de vista patrimonial: Diop pasa a un aula universitaria donde lxs estudiantes debaten qué son estos objetos que acaban de llegar, y qué valor tienen. 

Justamente las discusiones atraviesan todas las capas de disonancia patrimonial. Algo hace ruido en el hecho de recibir estos nuevos monumentos como una especie de dádiva de parte del antiguo opresor colonial. Los objetos se muestran como arte en un museo: dos cosas que en las lenguas oriundas del continente africano encuentran difícil equivalencia. Celebrar su regreso también es celebrar el proceso de restitución mismo como si fuera un proceso logrado, algo lindo que hacen los países (devolverse objetos que se robaron, como niños después de una pelea). En la idea de poner algo en un museo como si no hubiera pasado nada, hay una forma de disociación. Además, Francia se quedó con la mayoría de los tesoros, devolvió menos del 1% de todo lo que tiene. Además, Francia es un país decadente. Además, el gobierno de Benin convierte la restitución en un acto publicitario. Etc. etc.

De repente la vida de los objetos de madera y hierro es una vida de celebridades: hay un montón de actividad y bullicio a su alrededor. No se sabe qué son (si son arte o no), pero se habla mucho de ellos. Desde el punto de vista del enfoque biográfico, esta conversión de las estatuas en celebridades polémicas es el verdadero efecto patrimonial de la restitución.

Me pongo a pensar si, a la larga, los celebrity studies y el patrimonio no van a confluir en una carrera nueva que tenga un poco de las dos cosas. Pienso en Moria Casán: parte de su fama está inventariada en objetos, memorias, fotos. Ella misma es una especie de museo brillante. Los veintiséis tesoros de Dahomey se desempeñan como grandes estrellas.

Pero este carácter celeb de los referentes patrimoniales es posible sobre un sustrato de políticas culturales e institucionales. De hecho, una crítica de algunas de las voces que la película recoge es que los tesoros que ya fueron trofeos del expolio ahora se convierten en trofeos de una especie de identificación nacionalista de parte del gobierno de Benin.

“Cuando los hombres están muertos, entran en la historia. Cuando las estatuas están muertas, entran en el arte.” Así comienza el documental de Chris Marker y Alain Resnais sobre arte africano, Les statues meurent aussi (1953). Dahomey tiene una mirada menos pesimista. El proceso que narran Marker y Resnais (la conversión del arte africano en el invento del arte africano de parte del coleccionismo europeo) en Dahomey se invierte, o continúa en una dirección nueva: la etapa del fortalecimiento del estado (por viejo que suene) en el contexto post imperialista y multipolar que hoy vive una parte de África.

Nosotros estamos en el cuadrante inverso: a juzgar por sus políticas públicas, la sociedad argentina se está despatrimonializando, está en un proceso deliberado de reducción patrimonial. Y no me refiero solo a los recortes de presupuesto: grupos y discusiones que tenían una realidad patrimonial nítida, como las políticas de memoria, se están perdiendo. El relato patrimonial gris y monótono en torno a los antiguos éxitos del orden conservador se ve como un monumento chiquito y abandonado en un país dedicado al extractivismo.

El fin de las políticas de memoria va de la mano con un andamiaje muy preciso para desacreditar y silenciar la problemática de derechos humanos en sí misma. Pero también es la presentación en sociedad de algo parecido a una purga patrimonial, un reajuste violento de los que consideramos los objetos y discursos significativos para la identidad nacional. 

Dahomey nos muestra un camino de puntos que se puede recorrer al revés. En la película, las decisiones al nivel del estado y las instituciones (la inversión pública en museos y universidades, la acción diplomática, etc.) permiten la devolución de los tesoros y, como efecto de ella, la discusión patrimonial entre les estudiantes. El camino opuesto es difícil, pero no imposible. La discusión social de lo que consideramos patrimonio, lo “propio” y lo “ajeno” de los grupos que integran nuestra sociedad, en el futuro va a dar sustento a que se desarrollen políticas culturales concretas. La discusión precedería a la acción. Pero para eso hay que dejar de lado lo que creíamos que sabíamos que nuestra sociedad es (y no es).


Las condiciones en Argentina no podrían ser mejores: cuando el estado se conduce con violencia, es el momento para poner en discusión la cultura que creíamos nacional en primer lugar. (Sabemos que el estado no va a hacerlo, y tampoco va a fingir que lo hace, porque está muy ocupado mirándose en el espejo de la presidencia de Juárez Celman.)

Estos procesos de destrucción en sí mismos pueden ser objeto de nueva creación patrimonial. Pero hay que tomarse el tema con frialdad, con mucha perspectiva. Estas épocas necesitan una mirada fría, que permita establecer datos. Más que los discursos indignados, sirven los registros, que en el futuro van a poder establecer dichos y hechos.

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