“Mi padre tiene una doble vida. De día, con traje y guardapolvo blanco, es director de escuela. Y de noche, vestido como un maleante, pega por el barrio carteles en los que promociona esa misma escuela. No habla de esos afiches con nadie. Solo lo sabemos sus hijos y su esposa. Cuando nos metemos en el auto y salimos a toda velocidad, tengo la sensación de que estamos consumando un delito, aunque no tengo claro cuál.”
Con esta imagen, la de su padre pegando afiches en el medio de la noche (afiches que un rato antes él mismo escribió en cursiva con marcador indeleble mientras calentaba pegamento en una olla) Mercedes Halfon nos presenta a su padre, Horacio, el protagonista de esta novela. Horacio es muchas cosas: docente, director de escuela, historiador, peronista, fanático de los autos, padre de cuatro hijos, y, también, esto. Un hombre que deja su letra manuscrita en afiches inmensos.
Vida de Horacio puede leerse de muchas formas. Es, como todo lo que escribe Mercedes, un libro inclasificable, despreocupado por encajar en algún género. Narrativa personal, ejercicio periodístico, álbum de familia y retrato generacional. Pero hay un hilo que conecta todas estas dimensiones eclécticas: las distintas superficies donde se inscribe la escritura que la narradora revisa con obsesión para encontrar un posible origen de su oficio. “Sobre la mesa en que estudiaba mi padre, ahora, escribo”. La mesa, los pizarrones, las pintadas políticas, los cuadernos con apuntes, los poemas anotados en los márgenes de otras cosas, las hojas mecanografiadas, la letra de su hijo que está aprendiendo a escribir, el grabador con el que conserva las memorias de su padre, los afiches en el reverso de propagandas y, en última instancia, este libro que escribe para unir todo eso.
Mercedes se queda hasta tarde con su hijo practicando la escritura. No le sale bien la cursiva y sus letras ocupan toda la hoja. Dice que para enseñarle no solo piensa en la forma de las letras, sino en el movimiento, en la coreografía del lápiz. Otra noche escribe cuando su hijo ya se durmió. Le roba unas horas al sueño. “En algún momento de mi vida ocurrió esto: ser la última que se acuesta y la primera que se levanta. En el medio, escribo”.
“En todas las vidas, creo, hay muchas vidas”, dice la narradora. Una de las muchas vidas de Horacio fue la escritura de esos afiches que pegaba por las noches. Su letra cursiva, ovalada, pareja, inclinada hacia la derecha en el reverso de afiches de propagandas políticas. Cuando Mercedes le pregunta por ellos dice que “los pensaba como algo que de pronto te encontrabas en la calle, sin esperarlo. ¿Qué hace ese cartel ahí?”
La noche parece ser en esta familia el momento ideal para la práctica de la escritura. Mercedes, su padre y su hijo escriben en el reverso del día, como en el reverso de las hojas. La escritura, desde las pinturas rupestres, existe gracias a su condición material. Esa materialidad que pone en primer plano este libro. La materialidad de la letra que aparece en los márgenes de las hojas, la del marcador indeleble en un afiche, la de la pasta bermellón en una pared, la materialidad de una actividad clandestina que empuja para ser huella. Hasta que, de pronto, sucede la magia, el destello: hay algo ahí donde antes no había nada.
Vida de Horacio, de Mercedes Halfon. 172 páginas; 20×13 cm. Entropía, 2023