Un día en la vida

Un día en la vida de una pintora

11-09-2024

Por: Florencia Böhtlingk

En esta nueva sección, pensada para retratar la vida de los artistas, la pintora Florencia Bohtlingk narra en detalle cómo se pasan las horas. Una pequeña crónica del transcurrir de los días entre las obligaciones, el placer y la pintura.

Un día en la vida de una pintora

Anoche, como todas las noches últimamente, me despertaron las carcajadas de los borrachos. Son unos vecinos jóvenes que a las 2 am se reúnen en la vereda. Ríen, conversan, bromean durante horas hasta que se oye un motor y algunos se van.

Quedé en vela, oyéndolos a través del vidrio, rindiéndome finalmente a su tajante derecho a la joda.

Me despierto, tomamos mate, vemos salir el sol y meditamos. Esta práctica requiere una firme intención pero como los efectos son tan evidentes se impone sola. Por ejemplo si antes quedaba velando en medio de la noche, la cabeza galopaba desbocada, ahora se queda razonablemente tranquila. Nos despedimos y salgo para yoga, otra práctica a la que le soy tan fiel como a la pintura. Hace 25 años que hago la misma serie de ejercicios y siempre es diferente. El cuerpo en comunidad se va desplegando mientras la cabeza sigue su discursito.

Paso por la casa de mi hijo Remo para alimentar a Botas, su gato. Todo en orden salvo que Botas está muy hambriento, los gatos de la cuadra le comen la comida, ya me avisó Remo antes de irse por unos días.

En casa como unos huevos revueltos con banana parada en la cocina como es mi costumbre. Hago mate y subo al taller. Miro los cuadros que arrancamos el lunes con Gaia. Su retrato pintado directamente con pincel, ella leyendo “Superficies de Placer”. La idea es que lo sigamos varias sesiones durante la mañana para tener la misma luz, sino siempre me queda esa sensación de que el tiempo es poco y no alcanzo a profundizar. También hay tres telitas, cada una con un casalito de aves rioplatenses. Teros, horneros, benteveos. Es increíble! En ese momento encaré estas obras, inclusive el retrato, sin un poco de ilusión. Lo hice para vencer al tedio y al sinsentido. Ahora brillan solitos con vida propia. Miro profundamente la ribera vertical que venimos haciendo hace rato. Le haría esto y esto. Le pondría rojo sobre el amarillo del aura del ombú y le pintaría un poco mas claro una porción de cielo que aparece por detrás de la ciudad. Y esa garza tan ridícula que quedó en primer plano? Parece un dibujo animado. Quisiera pintar “adulto” a lo Richter.

Hojeo unos cuadernos viejos y encuentro uno de acuarelas del 2013 que me pone los pelos de punta. Cómo palpitan. Mis hijos todavía vivían conmigo y aparece Ornella la perra blanca. Abro al azar las cartas de Giambiagi y leo: “Hay que ver si la “realidad concreta nacional” en estas alturas de la cultura universal, es una finalidad del arte.” Buena pregunta pienso, y paso al Tao Te King. Lo abro y me toca: “El vacío del corazón”. Otro más: “La amarga gracia”. Mientras tomo mate pienso en cómo necesito los oráculos.

Me pongo ropa de taller y encaro la tela de los benteveos que ya tiene seco el fondo amarillo. Comienzo a pintarlos sin apartarme de la paleta que vengo usando hace rato: Amarillo cromo, rojo cadmio, azul ultramar y tierra sombra natural. Con estos colores el infinito. Preparo azul, rojo y tierra para alcanzar un negro que va en la cabeza y el antifaz del benteveo. Tierra y rojo para las alas, la panza queda amarilla por el fondo. Mientras pinto, miles de pensamientos aparecen y siguen camino. Escucho una lista de boleros clásicos, de la mayoría ya me sé la letra porque en la pandemia estaba mucho tiempo sola y me puse a cantar. Pinto el cielo con un celeste muy argentino dejando en negativo las hojas del sauce llorón que irán en un verde mezcla del azul y el amarillo. La idea de estos cuadritos, me digo, es seguir los pasos de Hiroshigue, que pintaba parejitas de aves y flores o plantas. Uno se pone zanahorias locas e intuitivas para hacer los cuadros. Empiezo otra tela donde con carbonilla voy planteando unas cotorritas en un árbol de espinillo, con sus flores tipo pompón, que ya empiezan a estallar por el barrio. Algo avanzo, todo suma, voy adelantando. Dejo los pinceles en diluyente y abandono el repertorio de trapos llenos de pintura que me acompañan a diario. Me saco la ropa, ducha y ropa decente. Les doy una vuelta a mis perros. Me sigue el perfume del espinillo luego de las lluvias.

En un rato voy a buscar a mi hermana que ya pasó por la panadería y vamos a visitar a los viejos. Jugaremos cartas y supongo que volveré temprano. Ojalá esta noche no canten los borrachos.


Imagen de portada: Florencia Bohtlingk, 2024

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