Sobre Andrei Cadere
23-10-2024Por: Fran Stella
Fran Stella retoma las round wooden bars de Andrei Cadere para indagar en sus implicancias desde lo espiritual, lo filosófico y lo empírico.
Las obras de Andrei Cadere, Round Wooden Bars varían entre los pocos centímetros de longitud y los varios metros. Están hechas de cilindros de madera pintados y ensamblados. Los colores, plenos en cada segmento, varían entre los primarios, los secundarios, el marrón, el blanco y el negro y conforman patrones a veces regulares y otras irregulares.
Cabe preguntarse si las barras sugieren un uso específico, aunque indeterminado, porque tienen implicado al cuerpo-humano-que-las-usa en sí mismas o porque originalmente Andrei se paseaba con ellas por las calles. La pregunta podría formularse a la inversa: ¿Acaso Andrei se paseó con ellas por las calles de París, las llevó a inauguraciones, las apoyó contra la pared de muestras que no eran suyas, porque las varas mismas lo sugerían? Si bien la manera de manipularlas es clara (tomándolas con al menos una mano), la finalidad permanece velada.
En un nivel, las varas remiten a los cayados de los pastores y la acción de recorrer la ciudad con ellas, a la trashumancia, la tarea de llevar el ganado a través de las montañas siguiendo el ciclo de las estaciones para asegurar su alimento. Si estiramos un poco más ese hilo, la vara recta, que indica el camino a seguir, tiene implicado al tiempo cíclico, la rueda en constante movimiento, como contexto más amplio.
En ese sentido, podríamos pensar las “Round Wooden Bars” como varas de medición, divididas en segmentos del mismo tamaño, donde la ciclicidad está dada por el ritmo y la alternancia de colores. Primas lejanas del ábaco, quizás, es curioso que en sus comienzos hayan sido rectangulares y sólo tiempo después tomaran su forma final redondeada, acaso para poder reunir dos nociones de tiempo diferentes: el lineal y el circular.
La capacidad de reunir tiempos de estas varas llama especialmente mi atención. La trashumancia es la actividad que realiza el pastor. El pastor, como figura, es imagen y símbolo de Jesús para la mitología católica. Es el pastor el que sabe mejor que las ovejas mismas dónde encontrar alimento y cuál es el camino más seguro, así como es Jesús quien sabe mejor que nosotrxs, sus corderos, cómo llegar a la tierra prometida. Jesús es también, simbólicamente, una imagen antropomórfica para el puente como lo que conecta dos orillas. Jesús es el hijo, la corporización y prueba constante de un vínculo. Algo complejo para nuestros cerebros de comprender: la santísima trinidad.
A medida que este texto crece, cada vez más las varas se revelan como dispositivos capaces de albergar infinitas capas de significación como si estuvieran hechas de hojaldre. Vínculo, promesa, camino a seguir, juicio, tiempo bíblico. Contrasta la complejidad simbólica con la simpleza morfológica y es pertinente preguntarse si no es lo simple el mejor contenedor para lo complejo, en un gesto que acorta la distancia entre los pares de ese binomio y elabora un vínculo entre ellos diferente al de la oposición irreconciliable. Un vínculo que podríamos imaginar como diagonal.
Metámonos un poco más en esto del vínculo. Desde lo formal, podemos pensar estas obras como instrumentos para visibilizar la conexión entre dos puntos: para volver evidente la diagonal que conecta el punto de apoyo inferior con el superior. Así, armar la hipotenusa del triángulo recto implica, por un lado, acercar una dirección alternativa y desestabilizante a los ejes vertical y horizontal, y por el otro, desnudar el vínculo existente entre dos puntos conformando un nuevo eje. Suceden juntas, al mismo tiempo.
Por último, es interesante pensarlas dentro de la esfera del juego y el ritual. En “Infancia e Historia”, Agamben escribe que “existe una relación al mismo tiempo de correspondencia y oposición entre juego y rito, en el sentido de que ambos mantienen una relación con el calendario y con el tiempo pero que dicha relación es inversa en cada caso: el rito fija y estructura el calendario, el juego en cambio (…) lo altera y lo destruye”.
Según él, “en el juego solamente sobrevive el rito y no se conserva más que la forma del drama sagrado (…) se ha olvidado y anulado el mito”. Es fácil imaginar el deambular sin rumbo del artista con una vara al hombro, irrumpiendo en inauguraciones, sin que se entienda muy bien por qué o para qué, como puro juego desprovisto de relato. Como pareciera por algunos escritos sobre su obra, bastante disímiles entre sí, que oscilan entre la actitud desafiante al poder (¿quizás un gesto diagonalizante para la fija cruz ortogonal de lo establecido?) y las simples ganas de hacerse conocido, lo que Andrei generaba con sus acciones se resiste a estabilizarse y fijarse y puede albergar múltiples capas de sentido.
“Si lo sagrado puede definirse como la unidad consustancial del mito y el rito, podríamos decir que hay juego cuando sólo se cumple una mitad de la operación sagrada, traduciendo únicamente el mito en palabras y únicamente el rito en acciones”. Pura acción que, en simultáneo, remite a lo sagrado como algo que alguna vez perteneció a esa esfera y ya no más. Es desde esta perspectiva que podríamos profundizar en la relación entre las obras de Andrei y el tiempo: “Lo que el juguete conserva de su modelo sagrado o económico (…) no es más que la temporalidad humana que estaba contenida en ellos, su pura esencia histórica”.
Tiempo mítico se revela como el fondo más escurridizo de estas varas y las enlaza rápidamente, una vez roto el hechizo, con el báculo de Hermes Trismegisto o Mercurio. Dios de los caminos, los ladrones, los vínculos, el intercambio, el comercio, la palabra, la mente, los puentes, las encrucijadas. Ser escurridizo, embustero, cambiante, ligero y rápido, de muchas caras.
El báculo o la vara, en sus múltiples resonancias con lo mítico y lo sagrado, merece que nos metamos en la distinción de esta herramienta con la espada. Sophie Strand, escritora animista, se mete mucho en este tema en su libro “The Flowering Wand”. La espada, como herramienta tradicionalmente asociado a “lo masculino” y al Héroe, tiene un extremo hecho para ser tomada y otro para cortar. Es decir, hace circular la energía en un solo sentido: hacia afuera, con el objetivo de cortar, matar, separar aquello que es ‘uno’ en partes más pequeñas.
La vara o el báculo, en cambio, no tienen un extremo único sino que generan un movimiento doble. En muchas tradiciones, son el instrumento de figuras más ambivalentes como Merlín (un mago conocedor de los secretos de la tierra, las hierbas, las pociones) o incluso híbridas como Dionisos, mitad animal mitad humano. Son instrumentos que juntan, extensiones del cuerpo humano que, cuál prótesis, se valen del reino vegetal o mineral para entrelazarse con aquello que es diferente y que también somos: el mundo exterior.
El hecho de que Andrei repartiera volantes con el itinerario detallado -casi minuto a minuto- del recorrido que haría con las obras por la ciudad parece sugerir que estas hipótesis no son tan alocadas. Agregan además una última capa al trabajo: la del espacio. O mejor dicho, a la unidad entre espacio, tiempo y desplazamiento (lineal o circular) como fundamento de lo vivo.