Literatura

Oportunidades perdidas

25-04-2024
Oportunidades perdidas

Por culpa de un berretín adolescente no quise estudiar inglés cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Durante algunos años, mis abuelos me pagaron clases en un instituto para que aprendiera y al principio, era muy bueno. Después, muy malo. Mi baja tolerancia al fracaso -defecto que todavía arrastro- generó que dejara las clases cuando tenía 15 años, justo en el momento que estaba por rendir el First. Desde entonces, y hasta el año pasado, no volví a tomar ningún curso de inglés. Generalmente, trato de ser certero con las decisiones que tomo y, sobre todo, me esfuerzo por no decir “me arrepiento de”. Sin embargo, en este caso en particular, sí me arrepiento de no haber estudiado en su momento este otro idioma. Hoy, hay cosas que quiero leer en inglés y no puedo. Mi bienestar como lector, muchas veces, depende de la buena predisposición de las editoriales y, sobre todo, de los y las traductoras: sin ese pasaje alquímico de un idioma a otro me perdería de mucha literatura. 

Sobre el oficio de la traducción se ha escrito mucho y recientemente la editorial Gris Tormenta reeditó Perder el Nobel, un libro Laura Esther Wolfson -traductora y escritora estadounidense que se especializó en ruso y francés-, que reflexiona y analiza esta práctica, al mismo tiempo que entrecruza esas ideas con su vida personal y la obra de Svetlana Alexiévich, la autora bielorrusa que ganó el Nobel de Literatura en 2015. Es justamente ese enredo lo que le da al ensayo un ritmo particular: no se trata de una seguidilla de hipótesis e ideas sueltas, sino más bien una crónica de cómo nuestros trabajos y nuestras obsesiones se meten en nuestras vidas, a tal punto que son las que nos garantizar un poco de bienestar o de molestia y angustia. En el fondo, Perder el Nobel habla de los límites, de esos márgenes por los que caminamos y en donde todo se mezcla, como si trabajar, pensar, escribir y vivir fueran una misma cosa.


Supongo que mi apego por la literatura argentina y latinoamericana tiene que ver con que la puedo leer en su idioma original. A veces, cuando leo traducciones, siento que estoy leyendo otra cosa y no el libro en cuestión. Sé que estoy equivocado, pero me pasa así. Sin embargo, tampoco estoy tan seguro de qué tan fiel debería ser una traductora o un traductor cuando empieza a pasar un texto de una lengua a otra. En Se vive y se traduce, un libro de Laura Wittner –poeta y traductora–, se señala que cuando se hace ese pasaje siempre algo se gana y algo se pierde. La pregunta es qué es eso que se gana y que se pierde y si los lectores y quienes traducen ponemos las mismas cosas en juego. 


Lo de “perder el Nobel” surge de una oportunidad que Wolfson tuvo que dejar pasar, a raíz de un problema de salud. Ella fue intérprete de Svetlana Alexiévich y después fue convocada para que tradujera sus libros al inglés. Sin embargo, no pudo aceptar el trabajo. Al poco tiempo, la autora bielorrusa ganó el Nobel de literatura y Wolfson sólo pudo lamentarse. La manera que encontró la autora para escapar de ese desánimo es ir y venir en reflexiones sobre su trabajo, la vida de Alexiévich y su literatura. Escribe Wolfson: “Me pierdo en estas reflexiones para no recriminarme por lo del Nobel. Mi método consiste en una mezcla de aceptación y negación. No es bueno detenerse en lo que habría podido ser: la participación en algo significativo, la satisfacción que ello conlleva y, sí, el honor y el prestigio también, y tal vez una ganancia económica modesta… ¿Quién en nuestra cultura, en la que la celebridad equivale a la divinidad, no desearía estar tan cerca de la gloria? Negarlo sería falso”. Más allá de la pesadumbre, Perder el Nobel va más allá de eso: de lo que también habla Wolfson es de cómo seguir después de que se te escapa la tortuga o el ticket dorado para entrar en la fábrica de chocolates de Willy Wonka.


Leí Perder el Nobel en voz alta con Joaquin. Lo leímos en la playa. Él un pedazo y yo otro. La imagen fue cursi y snob en partes iguales: estábamos en Mar del Plata, ícono de la cultura pop y de la decadencia, pero nos separamos de eso leyendo un ensayo sobre una autora bielorrusa. Sin embargo, Mar del Plata y Perder el Nobel se encuentran en un punto: la historia de esta ciudad y la de la autora del libro giran en torno a lo que podría ser y no fue, a las promesas sobre el bidet. 

A medida que avanzamos en la lectura empecé a notar que todos, todo el tiempo, estamos tratando de traducir algo. Por ejemplo, cuando me pongo a escribir convierto una cosa en otra. En este caso, convierto un libro –Perder el Nobel– en un texto breve, una reseña que va y viene entre ideas dispersas. También estoy traduciendo ese viaje a la playa. Incluso ahora llego a pensar que vivimos haciendo esfuerzos para traducir a las personas que tenemos alrededor. Ellas dicen, piensan y sienten cosas que creemos entender, pero el entendimiento nunca es total. A veces, puedo llegar a imaginar o especular en qué está pensando Joaquín y traducir eso en algo que me haga sentido. Pero en el fondo, es imposible. El otro siempre, en algún punto, es opaco. Imagino que ese misterio, ese lugar inaccesible de esa otra persona, es lo que nos hace seguir al lado suyo: querer develar el misterio. Qué es lo que Joaquin querrá traducir de mí y qué es lo que yo quiero traducir de él. Qué tan fieles serán, de las versiones originales, las traducciones que hacemos el uno del otro.  


Pocas obras de Frank O’Hara fueron traducidas al español. En Argentina, el único libro suyo que se consigue es Meditaciones en una emergencia. Además, hay dos antologías de poemas pero son póstumas e incluyen varios poemas repetidos. Trato de leer todo lo que hay disponible y comparo las traducciones. Algunas me gustan más que otras, pero en todas encuentro algo que no me cierra. Quisiera poder leer esos poemas en su idioma original, pero por ahora no puedo. Imagino que, de una manera mucho menos intensa, mi frustración es parecida a la Wolfson: ella perdió la oportunidad de traducir a una Nobel de literatura y yo de estudiar inglés a tiempo.


Perder el Nobel, Laura Esther Wolfson.
Editorial: Gris Tormenta.
Páginas: 80. Publicación: noviembre 2018.
Segunda edición: enero 2024.

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