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La verdad del wéstern

15-03-2024
La verdad del wéstern

¿Por qué Lisandro Alonso, que se dio a conocer filmando un día en la vida de un hachero pampeano, nos presenta un wéstern grabado en Estados Unidos? Sobre todo, ¿por qué un wéstern? Con ello, pone en juego una pregunta acerca de la verdad y su representación. No solo porque las películas del Oeste nunca consiguieron representar la verdad de su país, sino porque está protagonizada por una comunidad indígena cuyas vidas están marcadas por esta representación de la verdad, la cual no les pertenece.

Alaina está cansada de ser policía en la reserva india de Pine Ridge. Sadie, su sobrina, con la ayuda del abuelo, decide emprender un vuelo con el que podrá dejar de ver antiguos wésterns en blanco y negro para encontrarse con los sueños de otros nativos, ahora en Sudamérica. Por fin, Eureka ha sido estrenada en los cines argentinos, pero esto no resuelve ninguno de los enigmas que emana.

A las películas de Alonso siempre parece que el tema se les escapa, que uno nunca sabe de qué hablan. Esto se debe a que no hay ninguna trama que complique la existencia de un personaje para que, después, esta sea resuelta narrativamente. Eureka muestra cómo los nativos fueron colonizados, entre otros dispositivos, por la cultura cinematográfica llamada wéstern, industria que fue el primer gran negocio del cine y que, lejos de conseguir representar la sociedad estadounidense, se ha reducido a no ser más que una precisa técnica reproducida incansablemente. Entonces, el film se enmarca en este preciso género, pero no por la capacidad que tuvo para retratar la realidad de un lugar y una época, sino porque en su formalidad este pueblo encuentra la causa de sus problemas materiales. El director pone como tema la representación misma y su relación, ahora sí, con la realidad de un pueblo, los nativos americanos.

La película ocurre en la reserva de Pine Ridge, hogar de los Oglala Lakota, en Dakota del Sur. Ahora bien, en realidad son tres, tres historias. La primera, el wéstern como tal, está grabada en algún lugar del Old West —realmente es el desierto almeriense de Tabernas, el mini Hollywood español—. La última ocurre en la Amazonia, llena de resonancias de ancestrales amerindios que contrastan con una particular fiebre del oro. Hay un gesto que se repite en todas las películas de Alonso, como si su forma de hacer cine tuviera un automatismo: los guiones surgen a partir de la geografía. Se ubica un territorio que es deseable grabar y esa localización construye la historia. Siempre son lugares particulares: un valle aislado de Ushuaia, la soledad de La Pampa, la mitológica Patagonia y ahora la reserva de Pine Ridge o la selva amazónica. Lugares que, especialmente, destacan por la soledad. En este caso, la reserva india de Pine Ridge también destaca por la pobreza, el desempleo, el alcoholismo y el suicidio infantil. Quien habla en las imágenes es la locación, con su ambigüedad y sus contradicciones, y no un relato preestablecido.

La verdad del wéstern, entonces, no refiere a un valor de certeza o exactitud. Todo lo contrario, lo que nos muestran estas imágenes es que cada una de ellas tiene una verdad particular, como cada pueblo o geografía. Que no hay una verdad sobre la verdad. Que no hay un sistema, un discurso o una interpretación que incluya todas estas particularidades. Por esto la verdad siempre tiene una estructura de ficción, la cual comparte con el cine. Con esto, uno no intenta interponer un escepticismo político o un antirealismo cinematográfico; Eureka demuestra que esta misma estructura ficcional compartida por la realidad y el cine tiene consecuencias materiales, las cuales podemos ver en los habitantes de Pine Ridge. La verdad de la ficción, por consiguiente, existe, pero se ubica a este nivel: en las consecuencias que sus imágenes y relatos conllevan.

Las películas del Lejano Oeste siempre nos han mentido. Todos sabemos que los cowboys superando adversidades climáticas, los disparos certeros entre colonos, una multitud de engaños sobre los indios y sus prolongados silencios han estado al servicio del mito estadounidense. Pero el argentino Lisandro Alonso consigue, con su wéstern, que este género norteamericano también tenga, ahora, una verdad. De esta forma ubicamos una función social en el cine de Alonso. Trae la realidad material particular de un pueblo que ha sido marginalizado bajo el credo de estas representaciones o farsas y que se encuentra en constante lucha contra el olvido. La película no intenta decir ninguna verdad, pero sus imágenes, como la verdad, hablan por sí solas.

*Por último, no dejar de comentar que el estreno fue proyectado en la sala Lugones, una hora después de que nos cargara la policía a unas pocas cuadras, enfrente del cine Gaumont, por estar denunciando los despidos en el INCAA —institución que, como de costumbre, apoyó la realización de esta película—. 


Eureka (2023) de Lisando Alonso se proyecta en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530).
Funciones: Jueves 14, viernes 15, sábado 16 y domingo 17 a las 20 horas. Miércoles 20, jueves 21 y sábado 23 a las 20 horas. Viernes 22 a las 17 horas.
Valor de las localidades: Entrada general: $2.600.- Estudiantes /Jubilados: $1.300.

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