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De escritura, los privilegios y el Virginia Slims

16-10-2024

Por: Mauge Sologuestua

Centrada en la multi publicada Berta Müller, y bañada de críticas a los poderes de la comunicación y la creatividad, Culpa cero es una oportunidad para pensar en los privilegios de escribir y de ser vehículos de experiencias. Y no tanto.

De escritura, los privilegios y el Virginia Slims

En una escena cultural argentina que pelea por la inclusión y reconocimiento de los autores en las presentaciones, la obra protagonizada, escrita y dirigida por Valeria Bertucelli, junto a Mora Elizalde y Malena Pichot, habla de la hipocresía y los lujos que visten a una autora de libros de autoayuda que tiene todo resuelto. Con una cuenta bancaria abultada por las ventas de su bestseller, una hija preadolescente que al menos le habla de a ratos y un descanso en Uruguay se empieza a desentrañar la vida de Berta Müller.

Como parte de la complejidad de la historia, una satírica entrevista cita a la escritora con un periodista: dos actores de la cultura popular argentina. Por un lado, un periodista que no se anima a repreguntar, que acepta sin interrumpir las declaraciones de Müller y que parece sumiso ante la opinión vacía de su interlocutora que habla de sus lujos. Y por otro, ella, que se para en la vereda de los escritores que dicen asumir una crítica al sistema de clases y en sus obras parecen entender los privilegios que tienen, pero que en la práctica las cosas son muy diferentes.

El caso de Marta, el personaje de Justina Bustos, nos enfrenta a otra de las grandes contradicciones de los escritores: apropiarse de las experiencias y vivencias de clases menos favorecidas buscando una narrativa atractiva, sin otorgar reconocimiento. En los libros de autoayuda, el sufrimiento de otros se convierte en un recurso para el éxito personal, ignorando – en el caso de la película a propósito– la responsabilidad ética que conlleva narrar la vida de otros. Con un tapado de piel como vehículo, la historia nos relata un pedido de empatía que le hace Berta a Marta, cuando es la misma Berta la que no concibe esta palabra en el diccionario.

Es inevitable reconocer el concepto marxista en Berta y Marta, ya que ambos personajes, muy estereotipados, cumplen a la perfección con la lucha por dominar y por subsistir, respectivamente. Berta, utilizando sus manipulaciones y generando culpa en las personas indicadas obtiene que otros trabajen para ella. Y Marta, por su parte, lucha por subsistir en un mundo creativo que parece estar regalado a la élite literaria. La diferencia entre ambas es que a una la ausencia de culpa la motoriza a la impunidad.

Muy pocas veces se analiza la escritura como una oportunidad de transmitir experiencias y vivencias, sino que, al menos en el último tiempo, se busca aún más el elemento comercial de los textos. Si vende, quiere decir que es bueno. Si vende, quiere decir que es exitoso. Lo cierto es que esto es apenas una parte de la experiencia porque no se tiene en cuenta el gran enemigo cultural de la época: el consumo irónico. Y esto nos empuja a preguntarnos si el éxito es solo el reconocimiento, entradas vendidas o cantidad de reproducciones; o que las ideas y letras volcadas en esos textos perduren en la memoria -individual o colectiva- por un tiempo determinado.

En esta era del capitalismo de punto y coma al que algunos estamos asistiendo como espectadores, adquiere especialmente atención la figura del ghostwriter. El hecho de que alguien, asintiendo en silencio, escriba en lugar de la cara visible del éxito comercial es una estafa al lector quien, se supone, empatiza con la idea de que quien les habla es la misma persona que figura en la tapa de los libros. De la misma manera, se da una especie de cadena de favores en la que el público lector es constantemente bastardeado porque, en el caso de Berta, ni siquiera lee lo que manda a escribir; por lo que le importa poco la calidad de contenido que entrega porque sabe que va a vender de todos modos por aquello de hazte fama y échate a dormir. La cadena continúa con un director editorial al que tampoco parece importarle el contenido de los textos, porque tampoco se da cuenta que las frases contenidas son de autores universales. El desconocimiento es absoluto en pos de vender más y más.

En línea con esto, el capitalismo voraz obliga a los autores a una demanda constante de producción. Basta con ver entrevistas en las que, en medio de una presentación de cualquier formato cultural, una pregunta obligada es para cuándo saldrá la continuación o un nuevo contenido del autor. Esto impulsa a que editoriales y productoras soliciten más y más a un autor que acaba de parir a su criatura literaria o audiovisual. Y es, en este puerperio, que nace la necesidad de ayuda como un ghostwriter. A veces, responde a limitaciones propias del autor; pero más a un modelo de producción que hay que cumplir.

Con algunos cabos sueltos de por medio, la protagonista sufre una especie de cancelación por su accionar primario de plagiar textos de autores universales como Ghandi o Séneca. La pregunta es, como escribe Tamara Tenembaum en su columna sobre Tár en ElDiarioAR , si el castigo que obtiene a cambio es uno “para construir una sociedad mejor”. Si bien las películas son diferentes y los temas de las mismas son bastante opuestos, es oportuno destacar que para Berta Müller el castigo parece impulsarla a ser un monstruo sin que se le mueva un solo pelo por ello. Y de hecho, recibe la inmediata aceptación y reconocimiento de la sociedad que la aplaude por eso mismo. Entonces, ¿qué tipo de remedio es necesario? ¿De qué sirve la cancelación si no es una solución definitiva al delito que la originó?


Foto de portada: Leticia Obeid. Notas 2010.

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