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Ceci y Fer: “Estar inspiradx es no tener miedo”

04-11-2024

Por: Natalia Laube

Desde fines de los 90, cuando dieron origen a la galería Belleza y Felicidad, Fernanda Laguna y Cecilia Pavón vienen marcando el pulso del mundo del arte y la literatura, por separado o como explosiva dupla. Después de un tiempo de distancia y de llevar proyectos adelante cada una por su cuenta, las amigas se vuelven a reunir y a trabajar juntas en una serie de talleres en el espacio Microcentro. Como un monstruo de dos cabezas que se complementan, hablan de su manera de producir y de ver el mundo.

Ceci y Fer: “Estar inspiradx es no tener miedo”

No tengo claro cuándo fue la primera vez que escuché hablar de Fernanda Laguna y de Cecilia Pavón, estimo que debe haber sido poco tiempo antes del cierre de Belleza & Felicidad, uno de los proyectos artísticos emblema de los earlys 2000 porteños al que yo, que me jacto de recorrer la oferta cultural de Buenos Aires con dedicación e intensidad, no llegué a ir. De más está decir que me cuesta perdonarme esto último, porque si bien todavía era bastante joven en 2007, año en que la galería cerró, tenía la edad suficiente para entender que las cosas geniales en esta ciudad están hechas para ser fugaces, y que un destello debe ser aprovechado en el momento. 

Sí estoy segura de que finalmente di con la obra de las dos a través de sus libros, y recuerdo cómo algunos de los poemas de Fernanda y Cecilia hicieron mella en mi forma de estar en el mundo. También, cómo me ayudaron a entender algo que hasta entonces intuía pero no había constatado, y es que la pulsión por captar lo cotidiano no se contrapone a la de habitar lo profundo. Que si existe –como escribió hace un tiempo Juan Laxagueborde–, una vanguardia humilde, Fernanda y Cecilia son sus comandantes. De este hallazgo personal pasaron por lo menos quince años; del día en que Belleza y Felicidad abrió sus puertas, veinticinco. Mucha vida, en ambos casos. Quizá por eso cuando nos encontramos en Microcentro –la oficina poética que abrió Cecilia y donde, entre otras actividades, por estos días está coordinando el taller de Poesía y Magia que la reencuentra con Fernanda, después de casi ocho años de no trabajar juntas–, el primer tema sobre el que conversamos no sea la amistad, ni la literatura, ni el arte, sino el paso del tiempo. 

Fernanda Laguna: No estoy preparada para ser una mujer mayor. 

Cecilia Pavón: Yo no me considero una persona mayor. Cuando Fer leyó acá en Microcentro, una chica le preguntó: “¿Cómo haces para escribir algo tan fresco?”. Eso me hizo pensar: más allá de lo físico, el peligro es volverse grande de cabeza y de espíritu. 

FL: Yo creo que la edad también pasa un poco por la autopercepción. Los mandatos existen: a tal edad tenés que hacer esto, a tal edad aquello otro, a los ochenta ya no podés pensar en sexo. Pero más allá del cuerpo y de lo que dictan las voces de afuera, la edad está en la cabeza de uno. 

CP: También creo que uno se avejenta cuando empieza a pensar que ya está consagrado… Eso me aburre tanto. No quiero llegar a ser alguien que piensa ‘Ya hice todo lo que tenía que hacer en mi vida, soy alguien’. O hablar mal de los jóvenes, ¡qué horror! Fernanda el otro día me dijo ‘yo nunca voy a decir nada de los celulares porque no quiero hablar mal de los jóvenes’. Y me di cuenta de que tenía razón, que hablar mal de la tecnología es hablar mal de los jóvenes, porque los jóvenes viven en ese mundo. Hay muchos escritores que lo hacen, no me acuerdo ahora de sus nombres. 

FL: No, nunca.

CP: ¿Qué, vos decís pensar que los pibes están haciendo cualquiera? ¡Horror, no! Y aparte no existe eso, porque miles de jóvenes están haciendo cosas.

FL: Yo sentí la misma complicidad de siempre. 

CP: Recién hablábamos sobre la edad. Y bueno, yo pienso que la edad también ayuda en esto. Con los años empezás a revisar por qué te enojaste con una persona o con la otra, en qué momento se generó el cortocircuito. Por lo menos a mí me pasa eso. Y creo que de más joven tuve un montón de rollos, que muchas veces no me supe comunicar, que hice cosas un poco destructivas… y ahora pienso que está buenísimo no destruir las cosas. Con los años aprendés eso: que está bueno no destruir. Por eso, creo que me resulta más fácil ahora encontrar dinámicas que funcionen con otros. 

FL: Con Cecilia yo aprendí a escuchar. Me enseñó a entender que el lugar que una tiene hay que llevarlo adelante, hay que producirlo y sostenerlo. Creo que Ceci y yo somos amigas poéticas, tenemos mucha sincronía en lo poético y en lo artístico…

CP: Y eso hace que te elijas una y otra vez. Porque realmente es difícil encontrar a alguien a quien, para empezar, admires, y con quien tengas afinidad para trabajar. Cuando éramos chicas, en el mundo del arte había pocas alianzas entre mujeres. Había dos o tres mujeres que eran las elegidas de los grupos de varones. Lo dice Chris Kraus: “Siempre elegían a una mujer, y ahí tenías a todos los varones santificándola”. Eso nos hizo valorar el espacio que existía entre nosotras. Porque todo cambió mucho en los últimos años: en el mundo de la cultura y del arte, las jerarquías eran masculinas. 

FL: Y en ese contexto, nosotras sosteníamos un espacio… 

CP: Que nos tiraban abajo todo el tiempo. Porque era así, nos lo tiraban abajo constantemente. 

CP: No sé, porque yo creo que la gente que critica a los tarados tiene un problema (risas). No veo qué tiene de bueno ser inteligente si usás la inteligencia para tirar abajo lo que hacen otros. 

FL: Igual, como decíamos antes, creo que a nosotras nunca nos importaron la consagración o el prestigio en esos términos. Se nos jugaba otra cosa, y creo que sí contribuimos a la horizontalidad poética, a que mucha más gente empezara a escribir. Quizá eso sea algo así como la anti-consagración, pero fue una de las cosas más lindas que nos pasaron. 

CP: Sí, ¡crear algo vivo! 

FL: Nunca fuimos de asociar lo consagrado con lo sagrado, nosotras tratamos siempre de profanar esa cosa sagrada de la literatura: siempre quisimos que la poesía sea algo para usar, para decirle algo a alguien, para bardear, para recordarle a una persona que la querés… 

FL: Creo que sí éramos conscientes. En una nota hasta dijimos “Somos feministas”, ¿te acordás? Cuando el término se usaba muchísimo menos. 

CP: Sí, en ese momento el único lugar donde podías encontrar refugio era con los gays, estaba en Rojas, por ejemplo… y  la cultura queer ya era feminista. Ese era el único lugar al que una chica se podía integrar, porque los espacios de varones eran muy expulsivos. 

FL: Igual yo tengo que asumir que en algún punto pensaba “Bueno, el mundo es así”. Tenía la idea de que todo ese maltrato era normal. Había una diferencia de jerarquía entre ellos y nosotras, y ellos además eran todos amigos. 

CP: Claro, estaban por un lado ‘los que escriben bien’ y estas boludas que escribían mal. Pero después, como decís, un montón de gente empezó a leer lo que escribían las boludas que escriben mal y se olvidó lo que escribían los genios. Y no es que nosotras lo hayamos buscado. Evidentemente éramos mejores artistas (se sonríe). ¿Y qué nos hacía mejores artistas? Darnos cuenta de que el mundo estaba cambiando; porque es eso lo que tiene que hacer un artista: saber leer la atmósfera de su época. En la atmósfera está el presente, el pasado y el futuro. 

FL: Cambió el paradigma. Nosotras planteábamos que nos gustaba la idea de que hubiera una diversidad de voces, y que la poesía era para todes, que estaba bueno que todo el mundo pudiera escribir, frente a la idea de los genios en los castillos. Hoy todo el mundo escribe poemas, los publica en sus redes, y es hermoso eso. 

CP: Quisimos compartir teorías sobre lo que hacemos, teorías que fueron apareciendo después de mucho tiempo y se volvieron, de cierta forma, nuestras propias teorías sobre la escritura, la creación y la poesía. Nos juntamos algunas veces a pensar ideas, las fuimos anotando y se armó un programa buenísimo. 

FL: Y el armado del programa fue bastante veloz. Cuando trabajamos juntas somos muy expeditivas, no dudamos. Cuando tenés una amistad poética o artística, eso es muy importante: no dudar mucho, no tener miedo a lo que dirán los demás… Yo soy re miedosa en un montón de cosas, pero en esto no tengo miedo. En el arte no tengo miedo. 

CP: Creo que yo sí era más del miedo en el arte, y con Fernanda me lo saqué. Y esa es también un poco la idea del taller, que los alumnos puedan ver que la poesía también tiene una parte de magia. Magia también es perderle el miedo a la crítica. 

FL: Justo el otro día pensaba: “Estar inspirada es no tener miedo”. Y ese es un estado espectacular. Ya solo por no tener miedo podés hacer un montón de cosas. 

CP: Es que para mí el arte siempre es colectivo, grupal. Esa idea del artista aislado, solitario, yo creo que hace mucho no refleja la realidad. Si yo no hubiera leído a Fernanda, a Gabriela, a Marina y otras poetas de mi generación es posible que no hubiera escrito. 

FL: Sí. Yo a veces cuando menciono algunas cosas o proyectos directamente hablo en plural, porque siempre hay alguien que hizo tal cosa antes, me acuerdo de alguien que hizo tal otra, que…

CP: Más en el arte contemporáneo, ¿no? Donde no sé si hay originalidad. Bueno, en la poesía tampoco. El arte es viral, y ese es su sentido; que vos puedas crear una idea, que esa idea sea como un meme, como una especie de cosa que se va reproduciendo en la cultura, y que incluso va cambiando. 

FL: Sí, esa figura del genio solo como que ya fue. Es linda la idea de disolverse en lo colectivo. Y que tu poesía y tu arte estén también en la poesía y el arte de otros. 

CP: Obviamente, al mercado no le conviene, porque para vender muchos libros sigue necesitando de la figura del genio, del escritor que todo el mundo quiere leer. El arte colectivo es menos monetizable. Pero sin dudas tiene más fuerza. ¿Viste cuando dicen que dos cabezas piensan más que una? Yo de verdad siento que es así, que todo lo colectivo al final tiene mucha más potencia que lo individual. 


Foto de portada: Imanol Subiela Salvo.