Para contar este drama y a través de él, iluminar posibles vías de transformación a la situación del arte en nuestra realidad contemporánea occidental, es preciso ir atrás en el tiempo, retraerse a ese punto de inflexión que es el surgimiento del romanticismo y el iluminismo (como dos corrientes contrarias a partir de las cuales se despliega este drama), a la época de las revoluciones a finales de siglo XVIII. Hasta este momento, las artes y la estructura social entera responden a un orden monárquico -teocrático y en este orden, a pesar de ya ser profundamente decadente, descansaban.
Aunque bien podemos rastrear en el renacimiento el surgimiento de las divas en el arte, en figuras como las de Leonardo y Miguel Ángel y cómo a partir de ellas se da esta inflexión en el arte sagrado, en el que la subjetividad del artista comienza a tener cada vez mayor preponderancia y cómo este fenómeno está relacionado con el surgimiento de una fuerte burguesía que comenzaba a desplazar el sentido del arte ya no solamente a lo sacro si no también a intereses claramente burgueses, el paisaje, los bodegones, la escuela flamenca, luego el barroco, etc.
En la consolidación iluminista del pensamiento científico, la idea aristotélica de la separación de objeto y sujeto, en la creencia de que hay una realidad natural separada del que la observa, se gesta esta tragedia. El pensamiento secular de occidente asienta las bases del irracional racionalismo, es una razón que se circunscribe a este dogma y niega el razonamiento lógico independiente. La verdad queda supeditada a esta idea, que no es otra cosa que la lógica de un poder bien definido. En ésta independencia revolucionaria de las coronas y el papado, en la crítica al dogma de la religión, nace el dogma de la nueva religión no-religión moderna, cientificista, iluminista, racionalista, vale aclarar que estamos hablando de un momento en el que el poder centralizado en Europa era totalmente patriarcal, colonialista, y la esclavitud como negocio gozaba de pletórica salud. Es aquí donde las artes se encuentran “liberadas” del poder hegemónico de la nobleza y la religión cristiana para ser lanzadas a un camino de experimentación en el que el Romanticismo tiene un papel clave.
Es en este momento histórico en que personalidades como Goethe en Alemania, o William Blake en Inglaterra beben de las fuentes de alquimistas, filósofos neoplatónicos y místicos, algunos de los cuales ya tenían influencias del hinduismo y otras visiones orientales, a partir de ellas se reivindica un saber ancestral que sienta las bases de una idea de filosofía perenne o de que todas las religiones y conocimientos ancestrales en realidad son una sola, pero con diferentes formas según épocas y culturas.
La figura de Blake como poeta y pintor místico, como artista visionario, nos da las claves de una manera de situarse en la práctica artística independiente de los poderes más allá del dogma religioso (de la época y geografía) o científico. Según Blake, la imaginación es la existencia humana en sí misma, es el mundo real y eterno de la cual este universo vegetal no es más que una sombra leve, a diferencia de la fantasía relacionada a lo fantasmático, espectral. El mundus imaginalis es el lugar donde la materia se espiritualiza y donde el espíritu se materializa, es el punto en el que vive el símbolo que surge del contacto de estos dos mundos. No se debe separar el yo de la naturaleza, el observador y el observado son lo mismo, pero ¿cómo alcanzamos esta certeza? A través de la imaginación, la imaginación es la clave. En vuestro seno se alberga vuestro cielo y vuestra tierra, aunque parezca estar fuera: se halla dentro, en vuestra imaginación.
Por lo tanto, el artista, a través de la base rítmica poética, es aquel que en este nuevo orden revolucionariamente cientificista, mantiene vivo el fuego del espíritu, uniendo a través del símbolo y la imaginación estos pares de opuestos en los que el pensamiento adolescente se polariza y exalta en la razón material.
Volviendo al tema de la LA DIVA, resulta conveniente recordar al maestro Goethe y a su Joven Werther. En Las penas del joven Werther, su primer novela semi autobiográfica, encontramos una profecía suicida y auto cumplida en la primera representación clara y exaltada de la idea del genio en el arte, podríamos decir que las estrellas de rock, del cine y de todas las ramas del arte replican esta figura madre en la que la exaltación del yo, de su independencia personal apasionada diera lugar a este Frankenstein moderno del genio artístico, cabe recordar que Werther se termina suicidando.
Tenemos entonces a estos dos artistas poetas que en los albores de la revolución industrial sientan las bases del rol del artista en esta nueva organización social. La del artista visionario y la del artista genio, que de alguna manera son punto de partida para el desarrollo posterior de las vanguardias en el arte.
En las décadas posteriores veremos movimientos en los que estos roles se fusionan y se distancian y también lo hacen con el paradigma cada vez más sólido de esta mirada empirista en la que la realidad se entiende como el objeto separado del sujeto y que sólo a través de los sentidos y la razón se conoce el mundo, desde esta creencia se profundiza una lógica de producción extractivista de los recursos naturales y de pueblos de menor desarrollo tecnocrático subyugados. Se puede decir que esta polarización del pensamiento occidental es diabólica entendiendo que diábolo significa separación en tanto que símbolo es unión, al negar la realidad del mundo espiritual y ese estadio intermedio que es la imaginación, se produce esta disociación y se acrecienta la tragedia. El progreso alza sus alas de humo de hidrocarburos y como un embrujo envuelve a la humanidad en una fe ciega. La realidad lógica del avance científico y técnico, cada vez dan menos lugar a la integración de un mundo espiritual, las culturas ancestrales son denostadas y entendidas como “primitivas”, la idea de trascendencia es desplazada solamente al ámbito de lo social, las vanguardias artísticas toman posturas en relación a los movimientos sociales y políticos y la esfera espiritual va siendo cada vez más desplazada, sucumbiendo de esta manera y sin saberlo, al embrujo materialista de la época. Hay una voracidad del conocimiento que surge desde todo lo que está fuera, lo que se percibe a través de los sentidos y de la “razón objetiva” generando una aceleración en los métodos productivos y de comunicación inusitada, sin medir el impacto o el balance con las otras realidades. La exaltación total alienante de la máquina, hace su paroxismo en el prepotente manifiesto futurista de 1909, por el poeta italiano Marinetti, en el que la guerra, la velocidad, la destrucción y el desprecio por las mujeres son glorificados. En esos años empiezan a emerger figuras de artistas, en el seno mismo de las vanguardias, como genios en los que los intereses personales de riqueza y gloria personal se pueden empezar a leer tan preponderantes como su obra, el ideal a seguir es cada vez más el del magnate y el científico y los artistas adoptan rasgos de éstos.
Si bien a lo largo de estos años siempre hubo contraculturas que son absorbidas y vaciadas de contenido cada vez con mayor celeridad por el aparato capitalista, no es hasta el trauma nuclear y la guerra fría en que vemos la muerte total de los ideales vanguardistas y la entrega de los artistas al nuevo dios que ya venía naciendo pero ahora es indiscutiblemente glorificado: EL MERCADO.
Vale reconocer que al mismo tiempo que toda esta tragedia se va profundizando, y nuestra protagonista, La Diva, consolidando como cortesana del nuevo dios MERCADO, se puede rastrear un linaje que desciende de este rol de artista visionario, cercano al brujo, al chamán o al mago que Blake tan bien representa. Artistas como Odilón Redón, Hilma Af Klint, Khalil Gibran, Moreau en el siglo XIX y en el siglo XX Leonora Carrington, C.G. Jung, Remedios Varo, Aldous Huxley, en la Argentina Xul Solar, por citar sólo a algunos de los que sostienen la llama encendida de las tradiciones ancestrales y simbólicas en el arte, que siguió reverberando hasta nuestros días.
Con la llegada de la guerra fría nos encontramos con el surgimiento del expresionismo abstracto norteamericano, “vanguardia” puesta en escena a través de la CIA por el estado de EEUU y sus transnacionales. En esa carrera contra la URSS que abarcaba todas las áreas del saber, había que ganarle al realismo socialista, no es ingenuo que se incentive una abstracción “libre” en contraposición al realismo socialista. Un fenómeno que ejemplifica muy bien cómo detrás de las tendencias artísticas occidentales están promovidas por los estados y las transnacionales y cómo éstas configuran el aparato de mercado en el que el arte se sostiene, marcando la agenda. Aparato en el que los museos ocupan el rol de legitimadores de estas tendencias políticas.
Luego vienen el arte pop y conceptual, más cercanos a las lógicas productivistas del capitalismo, nutriéndose de mecanismos provenientes de la cultura de masas y los medios masivos de comunicación y normativización, dándole paso al vigente arte contemporáneo y al surgimiento de divas pop en el arte como Andy Warhol en el norte o Marta Minujín en nuestras latitudes, entre tantísimas otras.
Así es que llegamos a nuestros días atravesados por una cultura en la que el arte y todas las áreas de la cultura, el personaje se transformó en algo imprescindible para la interacción, sobre todo comercial. Pareciera que en el ámbito del mainstream, la figura del artista no tiene otro destino que el de la Diva, personajes de nuestro imaginario pop contemporáneo, de artistas genios; rock stars y estrellas del cine y la TV alimentan, cimientan las subjetividades. Las divas cosificadas, marca registrada, que pululan por doquier, devenidas influencers parecieran en sus historias confirmar el patetismo que este modo cultural propone. Atrapados en una rueda que gira sobre sí misma en busca de la novedad, lo nuevo per se, con el peligroso olvido de nuestras raíces y el desdén y negación a lo que vino antes hasta soslayar la soberbia creencia de que las antiguas civilizaciones eran primitivas o extrayendo de ellas lo conveniente, vaciándose de contenido.
El arte contemporáneo, vale aclarar que no todo el arte contemporáneo, es una gran broma, una broma que se fue de tema, una broma que viene siendo demasiado larga y que allí todo es a base de discurso, la imagen en sí misma no dice prácticamente nada y hay que sobre intelectualizar demasiado el discurso para que aquello tenga sentido.
El olvido del anima mundis, del alma del universo, de la pacha mama y de todo lo que en ella habita, es el olvido de el mundo de lo imaginal, y la caída diabólica al embrutecimiento de nuestra cultura, Símbolo para unir, símbolo para recordar, el órgano de la imaginación es el del cuerpo del alma, es el corazón del alma, se trata de un recordar, de un volver al corazón como clave para una posible conexión con montañas, animales, árboles, ángeles, musas, daimones, hadas, alienígenas y otros seres interdimensionales para generar obras que operan la transformación desde lo simbólico en la realidad de esta alma colectiva.
Foto de portada: Xul Solar. Piai. 1923. Acuarela sobre papel. Colección Museo Nacional de Bellas Artes.
Este comentario podría empezar así: “¡Qué bueno fue haber leído una novela nueva escrita en primera persona y que me haya encantado!”. Pero para que la frase caiga bien parada tendría que recapitular una serie de pensamientos que surgieron a partir de distintas charlas y revivieron con la lectura de Soy fan, la novela de Sheena Patel. Hace un tiempo, había algo que se llamaba “literatura del yo” ¿Qué pasó con ese término? ¿Sigue existiendo? Tengo la sensación de que ya no se usa tanto. Sin embargo, la primera persona sigue siendo la más elegida en las novelas actuales y en particular esa primera persona que es íntima, cercana y que parece querer borrar su estatuto de artificio. Una primera persona que busca alejarse de la “ficción” y camuflarse de “realidad”. Como si la literatura estuviese en deuda con el “mundo real” y tuviese que emparejarse con él. A la vez, eso produce un efecto y es que cuando uno lee algo cuyo comienzo es: “Espío por internet a una mujer que se acuesta con el mismo hombre que yo”, inmediatamente empieza una elucubración con lo autobiográfico.
Bajo este espejismo extraño que produce la primera persona, hay algunas novelas que toman la oportunidad para hacer algo que se despega de ese vicio por parecerse a la “vida real” y ese “como si” se vuelve algo más pegajoso, gracioso, raro. Ese es el caso de Soy fan, la primera novela de la autora inglesa Sheena Patel, publicada en 2022 en Londres y traducida al español recientemente por Alpha Decay. La sensación que produce leer este libro es que es muy muy de ahora, pero no de una manera que molesta, donde aparece la pregunta “¿Y a mí esto qué me importa?” sino de una manera filosa, un poco cínica, por momentos algo baja línea y bastante adictiva.
Está escrita en capítulos cortos, fragmentos desordenados que narran la obsesión de la protagonista con dos personajes a los que bautiza: “el hombre con el que quiero estar” y “la mujer con la que estoy obsesionada”. Los stalkea con fijación demoníaca todos los días. Así nos enteramos de que la mujer con la que está obsesionada es una nepo baby hija de un poeta-botánico famoso: “Miro videos en YouTube en los que la mujer con la que estoy obsesionada dialoga con su famoso padre, un poeta, crítico y defensor de la tierra que a los finales de los setenta triunfa con un ensayo seminal y aparentemente rompedor titulado Hallar poesía cultivando un jardín.”
Cada personaje está atravesado por algunos tags o aesthetics que suenan conocidos a nuestra vida occidental en las ciudades y que definen su identidad. Los de “la mujer con la que estoy obsesionada” tienen que ver con crear un perfil de pureza y “completitud victoriana” a través de su relación especial con la naturaleza, don con el que vino dotada de nacimiento y a través de su curaduría de objetos caros de diseñadores. Es un arquetipo de los casos en que “lo orgánico” y todas las derivas de lo “natural” se convierten en un símbolo de estatus y poder.
“El hombre con el que quiero estar”, en cambio, no se entiende bien qué hace. Solo es claro que es una especie de intelectual, relacionado al “mundo del arte” y que tiene una mujer y varias amantes al mismo tiempo, entre ellas, la narradora de la novela: “El hombre con el que quiero estar ha participado en mesas redondas con mujeres siendo él el único varón; no tengo ni idea de qué lo autoriza a ser el único hombre en esos debates. (…) Me digo, qué pensarían estas activistas si lo conocieran de verdad”.
A lo largo de todo el libro la narradora hace una alianza entre obsesión y fanatismo: “El hombre con el que quiero estar es una de las personas más inteligentes que conozco y este es uno de los motivos por los que me intriga tanto”. La tensión entre estos dos estados de la mente es extremada y propulsada a través de las redes sociales, específicamente de Instagram, donde cualquiera puede convertirse en objeto de adulación para los demás.
En un momento, se hace una pregunta que muy probablemente todo aquél con un uso diario de la red social se pregunta: “¿Por qué sé todo esto? Mi cerebro está a rebosar de basura sobre ella pero siento una necesidad irreprimible de saber más cosas”. En este sentido, Soy fan es también una reflexión sobre los estados no sólo mentales sino también físicos en los que nos coloca el abuso de voyerismo al que nos sometemos a diario: “Nunca había sentido mi corazón hacer las cosas que está haciendo” declara la narradora después de una sesión intensa de stalking.
Entonces, quizás, la pregunta por el concepto de literatura del yo y por lo autobiográfico podrían servir en realidad para pensar las derivas que tienen los materiales cotidianos –como el uso de las redes sociales y la terminología de internet– al interior de la narración. Soy fan trabaja en este sentido a favor de una literatura en la que es posible la existencia de ésta información a la par de la construcción de un relato. Muchas veces esa batería de términos que saturan nuestra mente en la vida cotidiana, cuando aparecen en un libro, construyen un espejo cuyo reflejo nos da rechazo. Soy fan, en cambio, produce el reverso de esa sensación, que podría ser el fanatismo.
Soy fan, de Sheena Patel.
Ediotial Alpha Decay.
204 páginas.
2023.
Foto de portada: Franco Fontana. “People”. Colección Museo Nacional de Bellas Artes.
Ser una chica en Buenos Aires. Ser una chica de la noche, ser una chica sensible, ser una conchuda. Ser una chica viéndose a sí misma a través de los ojos de alguien más, ser tu propia voyeur. Hysteric, la primera primera muestra individual de Paloma Klenik, evoca desde el lienzo un mundo nocturno, femenino, onírico, porteño.
Los edificios iluminados se convierten en cúpulas medievales, una chica desnuda observa, desde su cama de ladrillo, a un grupo de brujas fashionistas contándose chismes. Modelos insomnes que parecen salidas de una novela de Ottessa Moshfegh se mueven por la ciudad en lencería y a veces la lencería deja de necesitarlas a ellas: dos de las obras que conforman esta muestra están protagonizadas por la ropa interior personificada, que tiene encuentros nocturnos colgada sobre el tender en las afueras de algún pueblo. (Me parece injusto evadir los datos biográficos y dejar de contar que, en su Instagram, la artista tiene un posteo que rinde homenaje a todas sus bombachas favoritas).
En otro jardín, el de un palacio o una mansión, alguien se esconde entre las plantas para espiar a la distancia el encuentro íntimo entre dos chicas enmarcadas por una ventana brillante. Sus siluetas y su aire versallesco recuerdan a Revolutionary Girl Utena (1997), el icónico animé yuri en que la protagonista tiene que batirse a duelo de espada para quedarse con la princesa. Hay ecos del estribillo de su opening, que repite: “Vamos a vivir nuestras vidas heroicamente, vamos a vivirlas con estilo”.
¿Pero qué significa “vivir con estilo”? Hay, en las escenas que retrata Paloma, nacida en 1997, cierta nostalgia por un pasado que nunca se conoció —la efervescencia de los 90s que se puede ver en Sex and the City, una suerte de romanticismo victoriano que nos lleva al 1800— en sintonía con el presente inmediato de Tiktok y Onlyfans. Los outfits, el maquillaje, el cinismo, la sensualidad y la amistad, esos elementos que abonan a la escena del arte local, se trasladan a la materialidad de la obra en forma de cuento de hadas. “Lo showgirl se siente como imposición en los cuadros de Paloma”, escribe Vicky Colmegna, curadora de la muestra, en su texto de sala. Sin caer en reflexiones demasiado evidentes sobre la experiencia femenina, se podría decir que las protagonistas de estas obras son performers condenadas al show por efecto de algún maleficio.
Lo rural y lo urbano, lo nuevo y lo viejo, estas ideas no funcionan por oposición en el mundo que propone Hysteric, más bien conjugan un espacio temporal paralelo. Es un espacio que puedo reconocer fácilmente, sé que estuve ahí. Pero no puedo definir si lo viví despierta o en sueños, si son pesadillas o fantasías, porque estas imágenes son parte de otro tiempo. El tiempo del hechizo que cae sobre Buenos Aires cada fin de semana.
Hysteric se puede visitar en la galería Hipopoety (Viamonte 949) hasta el 5 de octubre.
Jueves, viernes y sábados de 16 a 20hs. Gratis.
Foto de portada: Paloma Klenik.
Anoche, como todas las noches últimamente, me despertaron las carcajadas de los borrachos. Son unos vecinos jóvenes que a las 2 am se reúnen en la vereda. Ríen, conversan, bromean durante horas hasta que se oye un motor y algunos se van.
Quedé en vela, oyéndolos a través del vidrio, rindiéndome finalmente a su tajante derecho a la joda.
Me despierto, tomamos mate, vemos salir el sol y meditamos. Esta práctica requiere una firme intención pero como los efectos son tan evidentes se impone sola. Por ejemplo si antes quedaba velando en medio de la noche, la cabeza galopaba desbocada, ahora se queda razonablemente tranquila. Nos despedimos y salgo para yoga, otra práctica a la que le soy tan fiel como a la pintura. Hace 25 años que hago la misma serie de ejercicios y siempre es diferente. El cuerpo en comunidad se va desplegando mientras la cabeza sigue su discursito.
Paso por la casa de mi hijo Remo para alimentar a Botas, su gato. Todo en orden salvo que Botas está muy hambriento, los gatos de la cuadra le comen la comida, ya me avisó Remo antes de irse por unos días.
En casa como unos huevos revueltos con banana parada en la cocina como es mi costumbre. Hago mate y subo al taller. Miro los cuadros que arrancamos el lunes con Gaia. Su retrato pintado directamente con pincel, ella leyendo “Superficies de Placer”. La idea es que lo sigamos varias sesiones durante la mañana para tener la misma luz, sino siempre me queda esa sensación de que el tiempo es poco y no alcanzo a profundizar. También hay tres telitas, cada una con un casalito de aves rioplatenses. Teros, horneros, benteveos. Es increíble! En ese momento encaré estas obras, inclusive el retrato, sin un poco de ilusión. Lo hice para vencer al tedio y al sinsentido. Ahora brillan solitos con vida propia. Miro profundamente la ribera vertical que venimos haciendo hace rato. Le haría esto y esto. Le pondría rojo sobre el amarillo del aura del ombú y le pintaría un poco mas claro una porción de cielo que aparece por detrás de la ciudad. Y esa garza tan ridícula que quedó en primer plano? Parece un dibujo animado. Quisiera pintar “adulto” a lo Richter.
Hojeo unos cuadernos viejos y encuentro uno de acuarelas del 2013 que me pone los pelos de punta. Cómo palpitan. Mis hijos todavía vivían conmigo y aparece Ornella la perra blanca. Abro al azar las cartas de Giambiagi y leo: “Hay que ver si la “realidad concreta nacional” en estas alturas de la cultura universal, es una finalidad del arte.” Buena pregunta pienso, y paso al Tao Te King. Lo abro y me toca: “El vacío del corazón”. Otro más: “La amarga gracia”. Mientras tomo mate pienso en cómo necesito los oráculos.
Me pongo ropa de taller y encaro la tela de los benteveos que ya tiene seco el fondo amarillo. Comienzo a pintarlos sin apartarme de la paleta que vengo usando hace rato: Amarillo cromo, rojo cadmio, azul ultramar y tierra sombra natural. Con estos colores el infinito. Preparo azul, rojo y tierra para alcanzar un negro que va en la cabeza y el antifaz del benteveo. Tierra y rojo para las alas, la panza queda amarilla por el fondo. Mientras pinto, miles de pensamientos aparecen y siguen camino. Escucho una lista de boleros clásicos, de la mayoría ya me sé la letra porque en la pandemia estaba mucho tiempo sola y me puse a cantar. Pinto el cielo con un celeste muy argentino dejando en negativo las hojas del sauce llorón que irán en un verde mezcla del azul y el amarillo. La idea de estos cuadritos, me digo, es seguir los pasos de Hiroshigue, que pintaba parejitas de aves y flores o plantas. Uno se pone zanahorias locas e intuitivas para hacer los cuadros. Empiezo otra tela donde con carbonilla voy planteando unas cotorritas en un árbol de espinillo, con sus flores tipo pompón, que ya empiezan a estallar por el barrio. Algo avanzo, todo suma, voy adelantando. Dejo los pinceles en diluyente y abandono el repertorio de trapos llenos de pintura que me acompañan a diario. Me saco la ropa, ducha y ropa decente. Les doy una vuelta a mis perros. Me sigue el perfume del espinillo luego de las lluvias.
En un rato voy a buscar a mi hermana que ya pasó por la panadería y vamos a visitar a los viejos. Jugaremos cartas y supongo que volveré temprano. Ojalá esta noche no canten los borrachos.
Imagen de portada: Florencia Bohtlingk, 2024
Le pregunté al Chat GPT si existían casos en la historia donde reinos o territorios hayan sido gobernados por dos hermanas. Al principio dijo que sí, y después que no. Típico del Chat GPT. Resulta que existen varios casos de hermanas que fueron reinas pero en diferentes períodos. Nunca al mismo tiempo.
Por curiosidad, o para tener una excusa para escribir, reformulo mi pregunta y escribo: ¿Hay casos de hermanas que hayan gobernado juntas en la literatura o el teatro? Y me responde que existen casos de hermanas involucradas en el poder, como en Antígona de Sófocles, pero que no comparten el trono.
Aclaración: Si existe algún texto más indie que no haya encontrado, te invito a dejarlo en los comentarios pero después de terminar de leer este texto porque sino me arruinás la idea. Sigamos.
En ese momento, descubro que Diana y Daiana, las protagonistas de la obra Las reinas -interpretadas por Paula Grinszpan y Lucía Maciel-, son las primeras monarcas hermanas de la historia. Eso explica por qué todo les salió tan mal. Como no saben ni siquiera quién de las dos nació primero, les toca gobernar juntas el Kingdom. Cantan excelente, combinan muy bien la ropa, hacen unos chistes bárbaros, pero gobernando son de terror. Perdieron un ticket que tienen que rendir y ahora su reinado está en peligro.
Me sorprende muchísimo la forma en que las actrices manejan la respiración y la cadencia de las palabras acompañadas casi toda la obra por la música en vivo que interpreta Miguel Canevari. Pienso en eso para no detenerme en la crítica al poder que realizan en medio de algunos chistes. Si bien nunca se paran desde un lugar de denuncia, en algunos momentos reflexiono sobre lo absurda que se puede poner la política a veces. Como ese meme que tiene a una persona con una bolsa en la cabeza y dice: “los que pensaban que la política servía para transformar realidades”.
Ahora también pienso que es absurdo intentar escribir un meme y que quede gracioso.
Hay mucha química entre Paula y Lucía arriba del escenario. Se nota que manejan el mismo código de humor y también se nota que ya trabajaron juntas antes. De hecho, ambas dirigen la obra Paraguay que, en clave de comedia musical, cuenta la historia de dos mujeres que emprenden un viaje hacia la libertad.
Detesto el concepto plan “antidomingo” pero salgo del teatro un poco sorprendida por la cantidad de gente que sale los domingos a la noche y bastante contenta porque me saqué el jogging y me reí un montón.
En este contexto que se siente muy divide y reinarás parece importante vestirnos, juntarnos con otros cuerpos, reírnos de lo absurdo que es todo y no pensar en nada un ratito. No sé por qué en todos los textos me pongo pesada con la importancia de ir al teatro. En fin, a Las reinas le queda una función el domingo 6 de octubre en el Astros. Quizás la vea de vuelta.
Las reinas
Dramaturgia: Paula Grinszpan y Lucía Maciel.
Dirección: Paula Grinszpan, Lucía Maciel, Lucía Panno.
Elenco:Paula Grinszpan, Lucía Maciel y Miguel Canevari
Imagen de portada: Andy Warhol. 1985. Queen Elizabeth II.
Una noche en la que no podía dormir, cuando tenía 7 años, apareció en mi cabeza esta idea: es imposible que todas las personas que existen en el mundo tengan el mismo nivel de conciencia que yo. Sería excesivo que todos experimenten la vida como lo hago, cada uno dentro de su cabeza mirando por la ventana mental todo lo que pasa. Esa sobrecarga de información no podía estar presente en cada una de las caras que me cruzara por la vida. Entonces, imaginé que cada uno de los sujetos que existían a la par mío debían tener su propia galaxia, un universo aparte para cada quien. Eso no significaba que por ejemplo mi mejor amigo fuera una alucinación mía. Solo que a mi galaxia llegaba un reflejo de su luz. Capaz él en realidad estaba comiendo panchitos en frente mío, pero su verdadero ser estaba haciendo cualquier otra cosa por su lado.
Siento que Mi Suzuki, la novela de Veronica Volman editada por Entre Ríos, despliega esta idea, un poco enroscada y neurótica de mi parte, poniéndola a jugar: ¿y si todas las “cosas” contienen un universo? Hay una teoría que postula que incluso una roca tiene conciencia, y que formas más complejas de “experimentar” (porque, ¿qué es tener conciencia más que eso? ¿percibir el entorno y percibirse?) son una acumulación de capas de conciencia. Como si la roca percibiera más “rústicamente” y una montaña llegara a hacerlo gracias a la sumatoria de experiencias de esas mismas rocas.
Hay objetos con los que tenemos relaciones más especiales que con otros. Cuando uno sale con el auto a pasear, tiene que pensar en él como un ser viviente: hay que alimentarlo con nafta, buscarle un lugar seguro para descansar cuando lo dejamos y sufrimos si encontramos que alguien lo lastimó. A veces decimos que dejamos al auto “durmiendo afuera” porque no quedó dentro de un garage, como si este no fuera “afuera”. Estoy seguro de que si Lisa, la propietaria de la Suzuki Grand Vitara 2012 roja que aparece en la novela, pudiera invitarla a dormir con ella, lo haría. La esperaría con las sábanas recién lavadas, y la abrazaría con una pierna encima, mientras le hace cucharita. La primera vez que dormí con alguien sentía como si fuera un auto encendido en reposo. Su pecho vibraba dándole una apariencia espectacular de maquinaria perfecta.
Doomscroleando en el bondi veo una frase: “Everything around me was someone’s lifework”. Lo pienso y me apichono. Todos estos años de humanidad deviniendo como producto en todas las cosas que están enfrente mío. El escaparate de un kiosco lleno de vaporizadores de nicotina. La correa de quien lleva un perro medio rengo. Cuando Lisa cuenta que va a participar en la construcción de la computadora más grande del mundo, no parece abrumarse. Simplemente contempla ese infinito de materiales, computos y arquitecturas como quien nombra a un ex por su nombre en una charla, el cual simboliza la historia kilométrica de un romance. Resume la complejidad extrema y la pone a la par del resto de las entidades que la rodean.
Un corazón adulto bombea 70 milímetros de sangre por latido. Esos latidos suelen repetirse 70 veces por minuto. Eso nos da aproximadamente 5 litros de sangre por minuto. Todos los litros que bombea un corazón durante una vida más o menos larga (unos 70 años) equivalen a alrededor de 10 segundos del caudal que mueve el Río de la Plata. Mi Suzuki me lleva a celebrar los milagros de la repetición. O los milagros en la repetición. O entre la repetición. Terminé de leer con ganas de relacionarme con todo lo que me rodea desde el cariño y sin pretensión –aunque sea difícil–, conmemorando el universo que contiene cada cosa (elemento/persona/sentimiento/tarea) existente. Invita a festejar las contradicciones que implican estar vivo. Extrañar a un amigo y no escribirle. Usar zapatillas de un talle mas grande. Escapar del algoritmo escuchando una radio yankee rutera.
Mi Suzuki, de Verónica Volman.
Editorial Entre Ríos.
2024.
Foto de portada: Keithfos.