Cuando se estrena una película de Yorgos Lanthimos, las alternas (modernes, distintas, rarites, etc.), tenemos una buenísima excusa para armar un plan: quedar para verla con otras amigas alternas, salir con el chongo, o desconectar la mente cuando hay problemas de cucarachos. Para esto, sus películas son efectivas porque, por un lado, desde el punto de vista narrativo, el enunciador busca que nos identifiquemos con las peripecias de los personajes, o como dicen por ahí, apunta a que nos metamos dentro de la película. Por otro lado, su cine trabaja con puestas en escena visualmente muy atractivas, desde el trabajo de colorimetrías hasta la predilección por encuadres estetizados.
Poor Things continúa una línea temática que caracteriza la filmografía de Lanthimos. Desde su primera película Kynodontas (2009) hasta The Favourite (2018), Lanthimos construye narraciones sobre la evolución de personajes peculiares: sean fríos, maquiavélicos o se encuentren confundidos, estos intentan integrarse (o desean conocer) un mundo que los rechaza por una determinación a la que se ven sometidos. Sin embargo, desde la puesta en escena, Lanthimos se ha alejado de los planos minimalistas y clínicos que reconocíamos en sus primeras películas. Como en el caso de su película anterior, The Favourite, ha optado por encuadres mucho más saturados, escenografías barrocas, uso de lentes ojo de pez y decisiones de vestuario que parecen más orientadas hacia lo Fashion. Independientemente de los motivos de este cambio, ya sea un aburguesamiento, una demanda industrial o un interés personal, Lanthimos parece estar inaugurando un nuevo capítulo en su filmografía: con tramas narrativas más sólidas y dejando atrás ese aire casi nihilista que caracterizaba sus primeros largometrajes. En Poor Things vemos a un Lanthimos más humanista, esperanzador y con un humor más evidente.
La historia gira en torno a la evolución de Bella Dexter, una joven inglesa que vive con el prestigioso doctor Godwin Baxter en una Londres steampunk futurista de finales del siglo XIX. La narración, que cuenta con elementos del Coming of Age y la ciencia ficción, parece construirse a partir de una hipótesis científica bastante provocativa. ¿Cuáles serían los resultados y las cuestiones éticas que surgirían de esta? Lanthimos decide situar el contexto de la historia en un pasado donde se ha cuestionado un pensamiento científico positivista decimonónico imperante en occidente. Con esto, parece ofrecernos una distancia temporal que genera discusiones bastante acaloradas entre los espectadores.
Un año después de la repercusión de Barbie, un hartazgo por parte del público hacia la politiquería de lo correcto que abunda en el cine de los últimos 10 años, y una derecha cada vez más reaccionaria ante la incorporación de identidades disidentes en producciones industriales, Poor Things se ha vuelto una de las películas más discutidas de lo que va de este año. Photodumps y tiktoks aparecen en nuestros feeds con diversas lecturas y opiniones sobre la película. No paramos de hacer scroll en los hilos de Twitter que se generan. Poor Things es un ejemplo de una capacidad del cine, algo que parecía estar perdiendo: afectar de algún modo la vida cotidiana del público, y generar discusiones sobre diversos temas sin censura.
El fenómeno que resultó de Poor Things (visto de forma exponencial en el 2022 con Barbie de Greta Gerwig) nos recuerda que la experiencia del cine no se limita únicamente a lo que sucede mientras miramos una película, sino que también incluye todo lo que se genera dentro nosotres, como espectadores, cuando salimos de la sala. Cuando volvemos a casa y hablamos con nosotres mismes, cuando vemos las imágenes proyectadas impregnadas en nuestra mente, o cuando nos reunimos con les otres y discutimos nuestro disenso.
Foto de portada: frame de Poor Things.
Hacía décadas Win Wenders no mostraba nada de Japón. La última vez fue en 1985, cuando estrenó Tokio-Ga, un documental en el que rinde homenaje al cine de Yasujiro Ozu. Ahora, el director alemán vuelve a hacerlo con Perfect Days, una obra que escribió junto al guionista y productor japonés Takumi Takasaki.
En la primavera del 2022, durante una visita a Japón, Wenders conoció los baños públicos que diseñaron reconocidos arquitectos (Kengo Kuma, Shigeru Ban y Tadao Ando, entre otros) con motivo de los Juegos Olímpicos de 2020, postergados por la pandemia. Estas instalaciones que sobresalen entre los árboles de varios parques de Tokio se convirtieron en el disparador perfecto para su nueva historia que rodó en tan solo 16 días.
En Perfect Days, el protagonista es un hombre que trabaja limpiando baños públicos en Tokio. Todos los días, Hirayama (Koji Yakusho) se levanta muy temprano, cuando el sol aún no salió, riega sus bonsáis, pone una moneda en una máquina expendedora que le sirve el desayuno, maneja en silencio a su lugar de trabajo mientras escucha música, limpia minuciosamente cada baño, almuerza en un parque al aire libre, vuelve a su casa y lee hasta dormirse. Vemos la misma secuencia una y otra vez.
Todos los días parecerían ser iguales, pero no. Algunos eventos obligan al protagonista a tomar pequeños desvíos en su rutina: un favor a un adolescente torpe que trabaja con él, la visita de una sobrina a quien no veía hacía años, una conversación de borrachos en el borde de un puente. Y sin embargo, estas interrupciones no transforman demasiado los días de Hirayama, que sigue eligiendo hacer siempre lo mismo sin dejar de sentir satisfacción en cada acción que repite.
Hirayama nos hace pensar en Paterson, el protagonista de la película con el mismo nombre del cineasta estadounidense Jim Jarmush, que todos los días conduce un autobús, lee y escribe poesía. Ambos avanzan con calma, imperturbables, mientras contemplan la belleza de lo ordinario. Sus sonrisas sutiles, que parecen casi inocentes, nos recuerdan que hay satisfacción en la sencillez.
De muchas maneras, Perfect Days habla de eso. La música que escucha Hirayama y que escuchamos nosotros no es aleatoria. Suena Perfect Day, de Lou Reed que, podríamos decir, habla de la búsqueda de la felicidad en los pequeños momentos. Y si escarbamos un poco más, encontramos una referencia menos evidente: Wenders incluye música de Van Morrison, que en los noventa lanzó Day like this, sobre encontrar placer en los momentos más simples.
Hirayama es un nostálgico. Maneja una camioneta vieja, saca fotos con una cámara compacta que revela los fines de semana, lee libros vde bolsillo de segunda mano y escucha cassettes. Los años sesenta y setenta se cuelan en el Tokio de baños inteligentes, impecables y modernos, a través de la música que escucha el personaje: The Velvet Underground, Patti Smith y Nina Simone, entre otros artistas de esa época.
Los días se acaban cuando Hirayama se duerme. Entre día y día aparecen imágenes en blanco y negro que remiten a las fotos que saca el protagonista con su cámara compacta en la hora del almuerzo. Son imágenes de copas de árboles, fundidos largos que recién logramos entender en los créditos, cuando el director muestra la definición de “komorebi”: “En japonés [komorebi] se refiere al brillo de la luz y las sombras que crean las hojas que se mecen con el viento. Sólo existe una vez, en ese momento”. Esta vez Wenders nos lleva a Japón para recordarnos que cada momento cotidiano es fugaz y sagrado, que no tiene sentido perdernos en la búsqueda de lo extraordinario. Sólo necesitamos observar con atención para ver lo único de cada instante.
Foto de portada: frame de Perfect days.
Qué difícil es escribir sobre lo que no se entiende. Pero lo que es bien raro es desear hacerlo. Muy diferente a esas veces en que ves el trabajo de unx artista, o escuchás un disco, y aparece una especie de intensidad creativa que, en el mejor de los casos, dará lugar a un punteo o borrador que después de mucho o no tanto trabajo se transformará en un texto. Ver la obra de Nacha Canvas fue diferente, porque me sentí totalmente desorientada al mismo tiempo que me surgía un impulso de escribir. A veces es necesario escribir para encauzar el pensamiento.
Me parece linda esta idea de que, aunque algunxs artistas tienen ideas o sentimientos que lxs arrebatan y entonces hacen obras, hay otrxs que lo que quieren es aprender técnicas u oficios como, no sé, el dibujo con granito, la carpintería, herrería o cerámica. La investigación de Nacha Canvas sobre lo material es tan exhaustiva que no me sorprendería que en unos años la obra se convierta en la construcción íntegra de una casa, con cañerías e instalación eléctrica. O una montaña de hielo. Por eso, más allá de los diferentes temas que aborda, lo que se insinúa es que el material está guiado por una especie de curiosidad. La curiosidad es valiosa porque además de mover cosas siempre guarda una pizca de inocencia.

Me animaría a decir que si sobre algo descansa la retórica sobre cierto arte abstracto que borra consciente o inconscientemente cualquier connotación o rastro del artista como individuo, es la idea de los ilimitados significados. Y esto lo digo porque el contexto en el que vi por última vez el trabajo de Nacha, antes de una última visita al taller, fue en una clínica de obra que compartimos. Y ahí pude ver por primera vez una gran y variada cantidad de obras suyas. Pero por el contexto, también escuché las devoluciones que unx a unx le iban dando sus compañerxs, que sentadxs en el piso, formaban un círculo. Ahí empezó aquel ejercicio típico de las clínicas de obra donde las devoluciones suelen comenzar con frases como “yo pienso que…” y “esto me hace acordar a…”. Aparecían referencias del tipo Jurassic park, Alien, y otras cosas como fantasías distópicas. Y así pude ver, una tras otra, como cada hipótesis era, no diría rechazada por la artista, pero definitivamente tampoco aceptada (aunque con extrema amabilidad). Era divertido casi. Pero ¿por qué nadie daba con una referencia del todo acertada? Siempre estamos persiguiendo el significado. Un vicio agrio.
Estas esculturas las entendí menos pero me atrajeron particularmente a pesar o quizás por aquello a lo que no conseguía acceder. Lo que sí confirmé es (algo que intuí cuando vi las obras anteriores) cierta presencia de un espíritu cartoon. Una fluidez agradable gracias a la incorporación del hierro, que, paradójicamente, otorga la posibilidad del movimiento a algunas obras y que a la vez forma líneas expresivas. El hierro como dibujo en el aire. Este era un deseo que Nacha Canvas había expresado en alguna conversación, poder incorporar algo de sus dibujos a las esculturas. Justamente esas líneas me hacen acordar a los borradores de los dibujos de Mickey Mouse. Y en general a cómo está señalado el movimiento en las historietas. También me acordé de algunos pokemones. Las esculturas se volvieron más amigables de alguna manera.
Para aliviar la distancia con la escultura como disciplina y para entender algunas tradiciones, me propuse estudiar un poco sobre la historia de la escultura contemporánea. Después de mirar un rato la biblioteca encontré un texto de Diedrich Diederichsen sobre unas esculturas de Paul Mccarthy que no tienen nada que ver con estas pero me gustó una idea que era algo así como que una escultura evidencia las huellas del trabajo que se hizo sobre ella pero que lo importante no es el resultado final sino como esconden una temporalidad oculta. A su vez la idea de la temporalidad oculta me hizo pensar en el trabajo asalariado y en una charla que escuché por youtube que se llamaba “Esa cosa muy extraña llamada mercancía” en la que especialistas en teoría marxista conversaban y en un momento un chico habló de que para Louis Althusser la ideología no es algo ideal, no está en nuestras mentes o en nuestras almas sino que la ideología es material y está en lo que hacemos. Todo esto a la vez me hizo acordar a lo que señala Oscar Masotta cuando habla de Rogelio Polesello. Dice que Polesello usa un overol y un soplete para trabajar, arbitrariamente, como un obrero metalúrgico. Y lo que dice Masotta es que esa contradicción, bueno, aparece pero no es culpa del artista sino de la estructura social en la que aparece y que “solo se podrá terminar con aquellos impases cambiando en su raíz misma la estructura”. Y eso es algo que por alguna razón también pensé cuando visité el taller de Nacha que funciona arriba de donde funciona su marca de productos de cerámica hechos a mano que hace poco decidió dejar para dedicarse más a sus obras. Ella también usa herramientas y overoles.

Antes de despedirnos Nacha me adelantó que en el medio de la sala habrá un cuarto con ventanas a través de las cuales se podrá mirar pero sin poder acceder. Me pareció bien, como si estuviese ejerciendo algún tipo de control sobre lo que se puede y lo que no, una ambigüedad que estaba en las últimas esculturas que no se sabía hasta dónde se podía interactuar. También me dijo que quería probar ponerle ojos a algunas de las esculturas. Habrá que ir a ver la muestra. Al fin y al cabo las galerías habilitan a las cosas a ser ellas mismas. Quizás lo que hay que hacer es dejar a estas esculturas en paz. Quizás debería dejarlas vivir auténtica y completamente. Pero… ¿Qué se hace con todas las hipótesis descartadas? ¿Qué se les puede decir a todas esas ideas inútiles, más que decirles que nunca existieron?
Foto de portada: Nacha Canvas.
¿Cúal fue la época de tu vida en la que más cerámicas hiciste?
Yo había ido de chica a clases de cerámica. Y después cuando [mis hijxs] Isa y Vicho eran chicxs, 2013 o 2014, ellxs empezaron a ir a un taller de cerámica que estaba bueno. Y ahí me metí yo también en ese taller. Aprendí a hacer chorizos, las formas largas que hacés al amasar y que después podés usar para construir de distintas formas. Yo las quería usar para dibujar… para hacer dibujos con esas líneas de distintos colores ya hechas, colgándolas de la pared.
Pero entonces me regalaron una libretita con hojas que tenían un componente de arcilla. Y pensé en dibujar sobre cerámica, tratando de encontrar una opción al dibujo sobre papel. Pensando en dibujar sobre un material que fuera vidriado, que se conservara solo. Empecé a hacer placas rectangulares de arcilla. Fui al taller de Gabriel Baggio y después a otro taller, donde aprendí a hacer rectángulos. Aprendí técnicas: dibujo con pincel, dibujo incrustado, todo antes de tener un horno que me compré con una beca del FNA en 2017. Ahí empecé más en serio: ceniceros, cosas utilitarias, más chorizos…
En el medio hice una muestra, en el Centro Cultural Recoleta, de los chorizos y las plaquitas. Todo pegado a la pared. Se llamó Informe araña, una muestra muy chiquita, en 2016.
Dibujabas con la cerámica. Y después hubo más cosas que no mostraste en esa muestra.
Después hice unas placas planas, después hice unas piezas que no mostré nunca. También hice en el torno cosas más utilitarias. Lo que más me gustaba era dibujar: bowls dibujados, que quedaban medio deformes. Algunos platos, ceniceros, todo dibujado. Pizzas de cerámica…
A veces dibujás (sobre papel) objetos escultóricos, o estatuas. ¿Cómo llega eso después a la cerámica?
Sí, en la arcilla está implícito ir a lo corporeo, a la tercera dimensión, pero en mi trabajo no. Hago cosas planas con cerámica. Por ahí entra la tercera dimensión en el dibujo. Me gusta eso que tiene la arcilla, algo de ser hecho de barro, de crear vida a partir de ese material. Las pizzas vinieron un poco por eso. Cuando uno agarra la arcilla te imaginás que podés crear un mundo con todas las cosas que tiene…. Como que con este material puedo recrear lo que se me ocurre.
Se podría hacer un mundo con arcilla pero más deforme todavía… más deforme que la realidad.
Las pizzas tienen algo de chiste. Pensaba en las obras de Mariana López, sus objetos hechos de tela. Como que el chiste es que una pizza sea una pizza de cerámica. Como que algo no sea lo que debe ser (usar un cenicero de cerámica con un cigarrilo de cerámica, si no.)
Es como un eco deforme del mundo, muy gracioso. Poder comer cualquier cosa que agarrás. Estaría buenísimo poder comer así. Agarrás el palo, amasás, horneás y decís: listo, a comer. Sin tener que comprar, lavar, preparar… todo lo que hay que hacer con la comida.
Como si te pudieras comer los azulejos o las baldosas…
Medio como comerte cualquier cosa que tenés al lado, sí.
¿Y las placas?
Las placas aparecieron por un tema de resolver algo del soporte. El papel es la superficie que más me gusta pero todo el tema de enmarcar no me gustaba. La cerámica venía a reemplazar eso. Pensé que iba a funcionarme y lo probé, pero es complicado, porque la superficie absorbe mucho el agua, se corta mucho el trazo. Se puede esmaltar antes o después. Pero es complicado de las dos formas. Por eso probé incrustar, que es dibujar desbastando y después rellenando con arcilla coloreada. El trazo ahí es continuo. Pero es mucho más artesanal.
¿Había mucha incomoidad en el trato con el material? Como ese trabajo para tratar de hacer algo o controlar un efecto secundario. Como usar un instrumento para hacer ruido, ¿algo así?
Yo tenía esa idea de dibujar sobre un soporte ya vidriado, eso era la cerámica para mí. Cuando era chica pensaba que las profesoras le echaban vidrio triturado a las piezas cuando nos íbamos del taller al final de la clase. Eso me encantaba. Después me había olvidado la cosa tan seca de la cerámica, ahí apareció la dificultad. Dejé de ir a talleres porque se ponían demasiado técnicos. Cada tanto me dan ganas de volver a probar.

¿De chica qué hacías?
Hacía ceniceros. Íbamos a una escuela a contraturno, Escuela de Estética se llamaba. Era una escuela artística, con varias materias. En cerámica trabajábamos todos alrededor de una mesa. Los trabajos se veían polvosos antes de entrar al horno y después brillantes.
Hacer cosas utilitarias era super bien recibido en la infancia. Todos hacíamos ceniceros. Hacíamos muchos trabajos grupales. Después más tarde hice ceniceros. Aprendía con una profe que me dijo que el rojo era muy caro. Yo lo mezclé y quedó todo marrón, después cuando fui a comprar me di cuenta de que había un montón de marrones y que sí el rojo era carísimo.
Mi uso de la cerámica es mucho más amateur que el de la gente que sabe o va a los talleres para hacer el proceso del ceramista bien aprendido. Como demasiado obsesivo y medio industrial.
¿Y cómo es la relación entre los objetos de arcilla y la historia de vida de una persona? Macetas, platos, todas esas cosas.
Una vive rodeada de cerámica y en un momento se da cuenta de que también puede hacer objetos de cerámica. Pero también hay algo en la masa, algo táctil, de darle forma, que se sostenga, que es moldeable, que me hace acordar a la comida, a amasar pan, que de chicxs a veces te dejan hacer, y que también tiene un poco de relación con la caca, cuando ves la caca que queda en el inodoro, o caca de perros. Y después lo que te permite, lo que más ves en un taller, es que los objetos que te rodean son utilitarios. Y decís: yo puedo hacer estos objetos.
También cuando ves cerámica precolombina, ves objetos utilitarios que tienen fantasía: animales, o cosas que a una le parece que tienen fantasía… decís, podés hacer lo que quieras.
¿Y la relación con el arte precolombino, de dónde viene?
Me relacioné con eso medio de manera escolar, en septimo nos llevaron al Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Nos dejaron libres por el museo para que cada unx escribiera lo que quisiera sobre alguna pieza. Yo escribí sobre una pieza hecha con metal. Y cuando tenía quince años fui a México y me enamoré del Museo de Antropología. Fui varias veces a recorrer la colección…
¿Ibas sola…?
El viaje lo hicimos con una amiga que tenía quince y el hermano de ella que tenía doce. Parábamos en lo de un amigo de los padres de ellos, argentinos exiliados allá. Andábamos medio a solas por la ciudad. Al museo íbamos mi amiga y yo. Me gustaba el lado más formal de las piezas pero también el imaginario enome, y para mí un poco desconocido, algo entre religión y cultura… pero también cómo a las cosas utilitarias, que había un montón, se las llenaba de contenido. Era muy impresionante, muy variado, todo muy rococó, muy laberíntico.
Al ver una pieza que tenía una función pero ahora está exhibida, en una base, en una vitrina, ¿cómo hacer para ver? Por ahí a veces es raro pararse adelante de algo y verlo, ¿no te pasa?
Es verdad como que es raro ver la cerámica como arte, como que no sabés que estás viendo, en el museo de allá creo que lo que me pasaba es que estaba tan presente que es un museo de antropología, que las piezas son algo histórico, parte de una cosmovisión… no te las presentaban como arte, capaz que eso cambiaba la manera de mirarlo.
¿La puesta en escena?
Claro. Un montaje teatral para piezas que tienen la impronta de lo utilitario, creo que eso activa algo vivo, que pasa en el teatro, esa cosa solemne pero en la que puede pasar cualquier cosa, con el actor que puede no solo cometer errores, escupir, trabarse, caerse, hacer algo mal.
Imagen de portada: ‘Sin título’, María Guerrieri. Lápiz sobre papel 2018.
Mucho se ha dicho sobre Jorge Gumier Maier: inevitable pensarlo como esa mítica figura construida como un faro ornamentado de luz rosácea en los 90. Pero para quienes no tuvimos el placer de conocerlo, nos toca rearmar ese perfil a partir de numerosos textos, anécdotas –tan graciosas como belicosas– y su amplio abanico de obras desperdigadas en museos y colecciones particulares. Un archivo de producciones que construyó su propia historia épica desde unos márgenes desviados, curvos, y que sigue abriendo posibilidades de acción para nuestro presente. El pasado vuelve, esta vez de la mano (y de la lengua sagaz) de una LOCA.
Porque si hablamos de un archivo como el de Gumier, lo importante es poder activarlo en los tiempos que corren, avivar su potencia transformadora y así fortalecer la construcción de relatos alternativos que desbordan a la HISTORIA (esa con mayúscula, con sus pretensiones de dominio sobre “lo real”). En este sentido, su figura de antihéroe marica nos vuelve a aleccionar con la exhibición Desde los márgenes. Gumier Maier en los 80, con curaduría de la investigadora Natalia Pineau, en el Museo Nacional de Bellas Artes.
A partir de la rebosante reunión de cerca de 90 pinturas, dibujos, ilustraciones, fotografías, publicaciones y documentos fechados entre 1978 a 1989, esta muestra da cuenta del afilado periodo de Gumier antes de su paso como curador de la Galería del Rojas. Allí se presentan los fogonazos de una intensa militancia político-sexual y las brasas primigenias de lo que sería su famosa, pero no por eso menos crítica, estética rosa: sus “pinturas objeto” repletas de volutas y colores pasteles realizadas a partir de los 90, alineadas a una memoria afectiva marica cuyo énfasis estaba puesto en el goce, la belleza y lo decorativo.
Un antecedente a tener en cuenta de esta exhibición fue Cómo ser una verdadera loca (2022), realizada en EROS por Nicolás Cuello y Santiago Villanueva: un archivero rosa repleto de fotos, algunas pequeñas obras y diversas publicaciones (¡para tocar!) en torno a Gumier como periodista-activista. El título de aquella muestra hacía referencia a un artículo homónimo publicado en la revista Sodoma en 1984 por Jorge Wildmer –pseudónimo que usaba Gumier–. Esta fue una publicación editada por el Grupo de Acción Gay (GAG), del que formó parte activa y fundacional.
Es en este artículo, una suerte de manifiesto queer que reivindica políticamente la propia “desviación”, que pueden encontrarse los cimientos de Desde los márgenes… Porque el margen es ese extremo, un límite para la acción (como pueden ser las paredes y vitrinas de un museo público), al tiempo que también es un espacio o una oportunidad para que algo suceda. Y es en esos desvíos de posibilidad donde se mueve la militancia y la producción visual temprana de Mirna de Palomar –otro nombre de fantasía de Gumier– propuesta en la exposición: un YIRE artístico de disciplinas y frágiles materiales donde el deseo marca el pulso, así como un YIRE identitario que buscaba correrse de los discursos hegemónicos de su momento.
Sus obras nos traen fragmentos de posibles amantes, con slips y jeans abultados, penes erectos u otros relajados que dejan su huella en yeso cual fósiles disidentes. Espaldas sensuales y atléticas, y algunas miradas de soslayo. Un deseo nómade que parece no querer mirarnos a la cara, quizás por el peligro que eso suponía en la dictadura o en un retorno democrático en la que aún persistían patrones autoritarios; o sencillamente una mirada marica deseante que hacía uso del poder del fragmento, de la parte por el todo, de ese pequeño (¡o no tanto!) detalle que hace de las cosas algo bello y SENSUAL.
En la otra curva, los desvíos escriturales de la activista Lic. Raquel Gutraiman –un tercer apodo utilizado por el artista– allí expuestos buscaban reivindicar identidades que no sólo traicionaban la estructura heterosexual sino también aquellas que la nueva “sensibilidad gay” de la postdictadura buscaba construir: disidencias que no irritaran o confundieran a la nueva moral democrática, con su respectiva cuota de estabilidad identitaria. En contrapartida, Greta Goldman –sí, otro alterego– celebraba ferozmente la potencia y los excesos fulgurantes de la loca, la marica afeminada y las travas como agentes transformadores para disolver el binarismo de las identidades sexo-genéricas.
Así que si algo seguimos aprendiendo de esta loca es que se puede resistir a la norma desde los márgenes y celebrar eso otro indefinido. Porque el arte y los archivos maricas siempre van más allá: son fuga, exceso y dispersión. Y en esta línea, sinuosa, una reflexión final del propio Gumier en la anuncia: “estoy uniendo sólo el hilo de la madeja: la idea de MODERACIÓN, el miedo al DESBORDE (¿y quién fija el borde?), quedarse en el MOLDE (¿aunque incomode?)”.
Desde los márgenes. Gumier Maier en los 80, con curaduría de Natalia Pineau, puede visitarse en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473) hasta el 24 de marzo de 2024.
Imagen de portada: obra de Jorge Gumier Maier.
Jueves
Vi 8 capítulos seguidos de Hunter x hunter y me tiene angustiado, pero voy a terminarla. Estoy en la parte donde Gon y su amigo luchan contra unas “hormigas quimera” gigantes que comen humanos. Los toman de las patas, y se los llevan volando con sus garras para alimentar a la reina. La reina es una especie de hormiga con mandíbulas filosas y que lo único que tiene es hambre. Hambre de hombres. Hay algo en ser presa que me da terror y a la vez no puedo dejar de mirar. Con la carne las hormigas hacen unas albóndigas que es lo que come la reina. También existen diálogos entre las hormigas y los humanos antes de ser comidos. Hunter hunter es un animé para niños.
Para levantarme el ánimo, Gabi me propuso que fuera a sus clases de yoga con cuerdas. Me parece una boludez, pero en este momento no puedo tomar decisiones y quizás me sirve. La profe se la nota agobiada, y pone un tono particular para hablar que escucho impostado. Tiene frases que repite como muletillas. Hoy estábamos relajando, ( yo colgado y unas señoras en el piso) y ella decía “escaneamos nuestro cuerpo, vértebra a vértebra….”y sin notarlo se paró sobre el pelo de una compañera, y la señora empezó a tironear desde el piso y a quejarse, y la profe no escuchaba y seguía con…. “y relajamos la mandíbula, aflojamos los párpados…” mientras seguía con el pie en su cabellera, y hasta que la señora la agarra el pie con la mano y le grita muy fuerte “Mi peloooo”.
Y nadie se relajó más. Se disculparon mutuamente infinitas veces.
Viernes
Fui a piano, me hizo bien, aunque no estudié nada de nada. Mi profe me contó antes de arrancar una historia con un alumno, que le había dicho que no iba a seguir, que lo lamentaba mucho pero “que siempre estaría en su corazón”. Y cuando mi profe lo llamó para entender mejor que pasaba, le dijo que su mujer en realidad quería que deje piano, que “el cáncer que tenía ella era porque él tocaba el piano.”
Por suerte mis dedos tienen memoria, y se mueven sin que yo tenga demasiada intervención. Termino siempre pensando las mismas cosas. Lo opaco que es el cuerpo, lo compartimentado que está-estoy. A veces para que me salga un pasaje tengo que evitar mirar mis manos. La vista entorpece. O Como cuando hablo y me escucho y pienso: ¿Quién habla?
Sábado
Me bajé un plug in que se llama TyFlow para simular telas en 3D. Es difícil y no hay demasiado en Youtube. Quiero ver si logro hacer un trapo plegado y luego darle movimiento. El año pasado lei parte del “El pliegue y el barroco” de Deleuze, y entendí bastante poco. Me pregunto cuan literal me puedo volver haciendo pliegues y porqué insisto tanto con esto. Las pinturas de los vestidos de mi vieja, los estampados que se doblan, las telas familiares que me alivian, el reverso constante. En mi cabeza piel/pelo/tela es lo mismo. Una albóndiga.
Lunes
Siempre empiezo la semana leyendo algunas noticias y se me ocurrió pintar las que leo más seguido, “Cuanto hay que ganar para ser de la clase media” by Infobae. Y empiezo a hacer las cuentas para ver si soy. Y luego agarro empiezo a hacer cuentas de cuanta plata necesito para dejar de trabajar. Este trabajo me puede llevar un tiempo. Ahora que lo pienso me parece una boludez pintar sobre eso, pero me gustó la imagen que ilustra la noticia: se ve una señora de espaldas (clase media) con las manos en la cintura mirando de espaldas una frutería.”