En una escena cultural argentina que pelea por la inclusión y reconocimiento de los autores en las presentaciones, la obra protagonizada, escrita y dirigida por Valeria Bertucelli, junto a Mora Elizalde y Malena Pichot, habla de la hipocresía y los lujos que visten a una autora de libros de autoayuda que tiene todo resuelto. Con una cuenta bancaria abultada por las ventas de su bestseller, una hija preadolescente que al menos le habla de a ratos y un descanso en Uruguay se empieza a desentrañar la vida de Berta Müller.

Como parte de la complejidad de la historia, una satírica entrevista cita a la escritora con un periodista: dos actores de la cultura popular argentina. Por un lado, un periodista que no se anima a repreguntar, que acepta sin interrumpir las declaraciones de Müller y que parece sumiso ante la opinión vacía de su interlocutora que habla de sus lujos. Y por otro, ella, que se para en la vereda de los escritores que dicen asumir una crítica al sistema de clases y en sus obras parecen entender los privilegios que tienen, pero que en la práctica las cosas son muy diferentes.

El caso de Marta, el personaje de Justina Bustos, nos enfrenta a otra de las grandes contradicciones de los escritores: apropiarse de las experiencias y vivencias de clases menos favorecidas buscando una narrativa atractiva, sin otorgar reconocimiento. En los libros de autoayuda, el sufrimiento de otros se convierte en un recurso para el éxito personal, ignorando – en el caso de la película a propósito– la responsabilidad ética que conlleva narrar la vida de otros. Con un tapado de piel como vehículo, la historia nos relata un pedido de empatía que le hace Berta a Marta, cuando es la misma Berta la que no concibe esta palabra en el diccionario.

Es inevitable reconocer el concepto marxista en Berta y Marta, ya que ambos personajes, muy estereotipados, cumplen a la perfección con la lucha por dominar y por subsistir, respectivamente. Berta, utilizando sus manipulaciones y generando culpa en las personas indicadas obtiene que otros trabajen para ella. Y Marta, por su parte, lucha por subsistir en un mundo creativo que parece estar regalado a la élite literaria. La diferencia entre ambas es que a una la ausencia de culpa la motoriza a la impunidad.

Muy pocas veces se analiza la escritura como una oportunidad de transmitir experiencias y vivencias, sino que, al menos en el último tiempo, se busca aún más el elemento comercial de los textos. Si vende, quiere decir que es bueno. Si vende, quiere decir que es exitoso. Lo cierto es que esto es apenas una parte de la experiencia porque no se tiene en cuenta el gran enemigo cultural de la época: el consumo irónico. Y esto nos empuja a preguntarnos si el éxito es solo el reconocimiento, entradas vendidas o cantidad de reproducciones; o que las ideas y letras volcadas en esos textos perduren en la memoria -individual o colectiva- por un tiempo determinado.

En esta era del capitalismo de punto y coma al que algunos estamos asistiendo como espectadores, adquiere especialmente atención la figura del ghostwriter. El hecho de que alguien, asintiendo en silencio, escriba en lugar de la cara visible del éxito comercial es una estafa al lector quien, se supone, empatiza con la idea de que quien les habla es la misma persona que figura en la tapa de los libros. De la misma manera, se da una especie de cadena de favores en la que el público lector es constantemente bastardeado porque, en el caso de Berta, ni siquiera lee lo que manda a escribir; por lo que le importa poco la calidad de contenido que entrega porque sabe que va a vender de todos modos por aquello de hazte fama y échate a dormir. La cadena continúa con un director editorial al que tampoco parece importarle el contenido de los textos, porque tampoco se da cuenta que las frases contenidas son de autores universales. El desconocimiento es absoluto en pos de vender más y más.

En línea con esto, el capitalismo voraz obliga a los autores a una demanda constante de producción. Basta con ver entrevistas en las que, en medio de una presentación de cualquier formato cultural, una pregunta obligada es para cuándo saldrá la continuación o un nuevo contenido del autor. Esto impulsa a que editoriales y productoras soliciten más y más a un autor que acaba de parir a su criatura literaria o audiovisual. Y es, en este puerperio, que nace la necesidad de ayuda como un ghostwriter. A veces, responde a limitaciones propias del autor; pero más a un modelo de producción que hay que cumplir.

Con algunos cabos sueltos de por medio, la protagonista sufre una especie de cancelación por su accionar primario de plagiar textos de autores universales como Ghandi o Séneca. La pregunta es, como escribe Tamara Tenembaum en su columna sobre Tár en ElDiarioAR , si el castigo que obtiene a cambio es uno “para construir una sociedad mejor”. Si bien las películas son diferentes y los temas de las mismas son bastante opuestos, es oportuno destacar que para Berta Müller el castigo parece impulsarla a ser un monstruo sin que se le mueva un solo pelo por ello. Y de hecho, recibe la inmediata aceptación y reconocimiento de la sociedad que la aplaude por eso mismo. Entonces, ¿qué tipo de remedio es necesario? ¿De qué sirve la cancelación si no es una solución definitiva al delito que la originó?


Foto de portada: Leticia Obeid. Notas 2010.

Mientras se prepara para su próximo recital, Dani Umpi, que está recién llegado de Uruguay, propone una breve genealogía de los duendes que lo marcaron (y que han reafirmado su condición duendil).


1. Dani Umpi es un duende que está siempre presente y oculto a la vez. Es fácil asociarlo a esta categoría por su aspecto físico –el tamaño pequeño, la cabeza pelada, la mirada pícara– pero esas no son sus únicas cualidades duendiles. Como él mismo explica, el duende siempre está atento, fetichizando los objetos, clasificando y cambiándole el valor a las cosas: al recorte, al papel, a las palabras, al sonido.

2. En “Teoría y juego del duende” (1933) Gabriel Garcia Lorca se refiere al duende como una energía que vive dentro de los poetas. Una fuerza creativa, inexplicable, que excede a la razón. Se distingue de la musa y del ángel: si éstos últimos llegan al artista desde afuera, al duende, en cambio, hay que buscarlo “en las últimas habitaciones de la sangre”, dice Lorca.

3. Un duende debería ser capaz de intrigar, de dejarte queriendo saber más, de convertir cualquier cosa en una joya.

4. Cuando piensa entre los duendes que lo marcaron, Dani destaca el imaginario medieval de William Blake: “La creación visionaria, reveladora, vivir en un estado de creación traduciendo las voces de los ángeles. La escritura mística como una práctica que implica una confianza total en la chispa de la inspiración”. Para criaturas como Umpi o Blake, la mejor decisión es vivir una vida atravesada por los símbolos. 

5. Si el artista Diego de Adúriz visita la casa de alguien que acaba de conocer, cambia los objetos de lugar. 

6. Una foto del presidente argentino Javier Milei disfrazado de duende recorre internet. Aunque más tarde se revelará que se trata de una foto editada, el fake es suficiente para que algunas personas vinculen su figura con la del duende. Su baja estatura y su imágen siniestra, caricaturesca, “poco seria”, parecen abonar a esta idea. Dani considera que esta visión es muy errada, “pero los duendes siempre tienen muy mala fama, malos entendidos, están para eso”. 

7. El duende debería albergar en su cuerpo iguales dosis de inocencia y oscuridad. Debería conocer la muerte. Ser capaz de asustar, de engañar.

8. Dani menciona a Xul Solar: “Nada que agregar”.

9. La teoría del duende que propone Lorca se basa, en parte, en los inicios de la música flamenca. “En toda la música árabe, danza, canción o elegía, la llegada del duende es saludada con enérgicos “¡Alá, Alá!”, “¡Dios, Dios!”, tan cerca del “¡Olé!” de los toros, que quién sabe si será lo mismo; y en todos los cantos del sur de España la aparición del duende es seguida por sinceros gritos de “¡Viva Dios!”, profundo, humano, tierno grito de una comunicación con Dios por medio de los cinco sentidos, gracias al duende que agita la voz y el cuerpo de la bailarina”. 

Bien podría decirse que lo mismo sucede cuando los gays de cualquier ciudad rioplatense ven aparecer a Dani Umpi sobre el escenario, cuando lo miran revolear alguna peluca larga o su cabeza esférica desnuda y ya no puede definirse de dónde provienen los gritos histéricos. Si del interior del duende, del cuerpo de los gays, o de un tercer lugar, el portal que se abre en medio de ambos. 

10. Dani Umpi tiene una teoría sobre los duendes, pero nunca terminó de desarrollarla. No hace falta. Su existencia es suficiente. 


Dani Umpi en La Tangente. Viernes 4 de octubre 20 hs.
Entradas disponibles acá.

Foto de portada: Dani Umpi. La Reina de La NBA. 2017. Collage sobre papel.

¿Llegaremos a ver un nuevo nuevo cine argentino? Me pregunto esto después de ver La práctica, la última película de Martín Rejtman que -al igual que una ruptura amorosa- me llenó de preguntas y también de nostalgia. En La práctica Gustavo y Vanesa son profesores de yoga y, después de separarse, tienen que reformular el vínculo. A la incomodidad de la separación se le suma una lesión de rodilla que acompaña a Gustavo durante toda la película. 

Varias décadas después, todavía hay mucho del impulso del cine que nació en los 90 en casi todas las películas argentinas: narrativas minimalistas, personajes comunes, la constante búsqueda de mostrar nuestra identidad. ¿En qué momento se rompe lo anterior y se crea algo nuevo? ¿Nadie aún tuvo una brillante idea diferente o son las expectativas del público las que hacen que sigamos viendo el mismo tipo de películas?

Este año se cumplieron 25 años del estreno de Silvia Prieto, la película de Rejtman que está incluída en la lista de las 100 mejores películas del cine argentino y que tuvo su reestreno en el Gaumont este mes. La muerte de Rosario Bléfari, la protagonista de Silvia Prieto, provocó un redescubrimiento de su legado artístico como música, escritora y también como actriz. Empezamos a ver remeras de Brite, se editaron libros que no había publicado y algunas canciones de su disco Estaciones (2005) volvieron a aparecer en las playlist de Spotify. ¿La extrañamos? ¿Consumimos eso para mostrar al resto nuestra identidad cultural alternativa? o ¿todo tiempo pasado fue mejor? 

Conocí a Rejtman cuando estudiaba periodismo en TEA. Una profesora puso Velcro y yo dentro de las lecturas obligatorias y, de pronto, tuve un nuevo escritor favorito. Antes de ver sus películas, leí sus libros: Velcro y Yo, Tres cuentos, Rapado, Literatura y otros cuentos. En ese orden. Después seguí con su cine. Vi todas las cosas que hizo, pero no me acuerdo en qué orden. Estoy casi segura de que primero vi Rapado, su primer largo estrenado en 1996. 

Como leí sus libros antes de ver sus películas me di cuenta que los personajes hablaban a la misma velocidad y con el mismo ritmo con el que yo los leía. Y también descubrí que todas las acciones que realizaban eran sin juzgarse: no se cuestionan las decisiones, no hay juicios de moral. Cuando un personaje realiza una acción el resto la acepta sin sorprenderse ni cuestionarse. 

Estuve leyendo qué dijeron otras personas sobre la obra de Rejtman y me sorprendió que muchos eligieron la palabra “apatía” para referirse al modo de actuar de los personajes de sus libros y sus películas. Jamás lo había pensado así. Es más, me parece horrible pensarlo así. Desde mi punto de vista, siempre fueron personajes que actúan sin pensar en las consecuencias, pero no de una forma extrema y arriesgada sino como algo más natural. Los riesgos, los compromisos, las presiones y el qué dirán no existen. A casi todo dicen que sí y gracias a eso tienen unas anécdotas bárbaras. 

Con mis amigos de la facultad durante mucho tiempo usamos el término “muy Rejtman” para referirnos a situaciones que nos pasaban. De pronto llegaba un mensaje al grupo que decía “me pasó algo muy Rejtman” y una ya se podía imaginar que la anécdota iba a estar llena de escenarios y personas intrascendentes pero que, sin embargo, tenía algo especial. 

Especial como el momento en donde tuve una cita con una chica por primera vez. Tenía 21 años y la gente se conocía por intereses de Facebook. Alguien había creado una página de Silvia Prieto y ella le dio Me gusta. La agregué y le mandé un mensaje. Me respondió al toque y me dijo que tenía 10 años más que yo y que estaba volviendo de un velorio. Algunos meses después nos vimos, hablamos sobre Rejtman gran parte de la noche y fuimos a su casa. Ese día descubrí dos cosas: que me gustan las mujeres y que me gustaría vivir un poco más sin pensar en las consecuencias. 

Pienso en la nostalgia que tiene La práctica, cuando encuentro guiños a otras películas de Rejtman. Por ejemplo, el protagonista lleva la ropa al lavadero y automáticamente hay una relación con Silvia Prieto y la escena en la que a ella le dan la ropa de otra persona por error y en lugar de devolverla decide cambiar su peso para usarla; o en la lesión Gustavo que su dolor lo acompaña a todos lados y todo el tiempo tiene que aclararlo, como Mariano de Dos disparos que tiene durante toda la película varios inconvenientes porque tiene una bala metida en el cuerpo. 

Es imposible ver La práctica con la potencia disruptiva que tuvo en algún momento el director. Hay que verla siendo conscientes de que ya conocemos el universo de Rejtman y tenemos una nueva oportunidad de ver una historia llena de los detalles que hicieron que nos gustara el cine. Yo misma siento nostalgia al escribir eso, la misma que sentí cuando salí de la sala y me acordé de la sensación de descubrir que te gusta mucho un director; y pensé en mis amigos de la facultad y me dieron ganas de escribirle un mensaje a esa chica con la que tuve la primera cita. 

Ojalá que hoy me pase algo muy Rejtman.


Foto de portada: Pope.L. Thunderbird Immolation a.k.a. Meditation Square Piece. 1978. Colección del MoMA.

Hay años mansos que pasan sin dejar demasiada huella y años explosivos que quedan marcados a fuego en la historia de una vida. 2016 fue para Maia Debowicz –periodista, crítica de cine, escritora– uno de aquellos: un año lleno de temblores, cuyos efectos siguen marcando el pulso de sus días. En cuestión de meses, la casa que compartía con su novio se pobló de conejos bebé y la relación con su mamá, que desde siempre había sido conflictiva, se fue tensando más y más, hasta volverse directamente imposible para ella. Podría pensarse que una anécdota y la otra no tienen muchas cosas en común más que el hecho de contar con Maia como protagonista. Pero, si se las mira de cerca, es posible detectar otros hilos que las unen: la pregunta por el instinto materno y por el material salvaje del que están hechos los vínculos más estrechos aparece con fuerza en ambos sucesos, que se fueron trenzando en los veinticinco capítulos que componen Los ruidos vienen de la cocina (La Crujía), su flamante novela. Allí, de la mano de Flora, su alter ego, Maia narra para repasar su propia historia y comprenderla. 

Como siempre que empiezo a escribir algo, lo primero que hice fue preguntarme qué tenía para decir con este texto. Hay temas que, a esta altura, parecen estar sobreexplorados, y siento que no me interesa meterme ahí si no tengo algo nuevo que decir. En este caso, sentí que podía valerme de mi perspectiva de hija, estudiando a esa madre, padeciéndola, observando a otras mamás para preguntarme si todas eran como la que me había tocado a mí, indagando en eso que supuestamente no podemos elegir. Cuestionando, a la vez, esa idea. A mí el lugar común de que “la familia no se elige” me molesta. Por supuesto uno nace incluido en una familia que no eligió, pero uno no tiene por qué aceptarla ni quedarse ahí. Ni siquiera tiene por qué aceptar todas las reglas que se le imponen si elige quedarse ahí. Ese, creo, es el gran descubrimiento de la narradora de esta novela. 

Cuando la pasaste mal en una familia nuclear, pensás constantemente en los vínculos. En los que te tocaron en el pasado, en cómo crear otros mejores en el presente. En parte, lo hacés porque tenés mucho miedo de volver a caer en ciertos lugares: el fantasma es volver a encontrarte envuelta en relaciones nocivas, que eso se vuelva cíclico. Y el libro fue una suerte de hechizo para no volver a caer en esa maldición, para no volver a poner a esa madre en otro cuerpo. 

Bueno, voy a terapia desde que tengo memoria. De chica me mandaron porque yo era una niña bastante rara y triste, pero viste que en la adultez en general redescubís ese espacio, te lo apropiás de otra forma. Hace varios años voy a una terapeuta que me gusta mucho, entre otras cosas porque me ayudó a poner en duda todo. Hay algo de los analistas que puede resultar medio peligroso: muchos son muy conservadores, te quieren ordenar. Y yo me estoy amigando mucho con mi caos, descubriendo que hay algo muy vital para mí ahí, en el movimiento permanente. Después de muchos años de hacer una terapia donde, pienso ahora, corría muchísima bajada de línea, encontré un espacio que también fue clave en el proceso de escritura esta novela, que me ayudó a pensar mi historia con un poco más de liviandad, a salir del dramatismo. Y, sobre todo, a aceptar que había cosas que yo no iba a poder cambiar. Darte cuenta de que algo no es posible puede ser muy liberador: te deja espacio para otros amores y otras vivencias.

Uno de mis mayores miedos tenía que ver con la mirada de los otros: que me vean como una guacha, como alguien que abandonó a su mamá. Porque sigue habiendo una idealización de la figura materna, en la cultura popular, en todos lados. Se escuchan todo el tiempo frases del estilo “El que no quiere a Oasis no quiere a su vieja”, como si no querer a tu mamá fuese un crimen de guerra. Y la familia no siempre es un lugar de encuentro y de amor. Por suerte, si sos de los que lo tuvieron que entender rápido, a medida que crecés te vas encontrando con otros que viven un poco igual a vos, y te vas compartiendo sabiduría. Así como antes las mamás se pasaban recetas y consejos para criar a los hijos, creo que hoy somos muchos los hijos que nos vamos transmitiendo ideas para tratar a nuestras madres o padres, para que no te consuman y, sobre todo, para que esa mirada que tienen sobre nosotros no determine lo que hacemos, cómo somos. 

Crédito: Sebastián Freire.

A los 18, cuando me fui de la casa materna, llegó Duchamp, el primero. Desde entonces, nunca dejé de vivir con al menos uno. Hasta la explosión que cuento en el libro, siempre fueron uno o dos. Después, mi coneja She-Ra quedó embarazada de mi conejo Warhol, aunque se suponía que él no podía ser papá porque ya era un conejo mayor. Hoy, ya no me imagino la vida sin conejos. 

Sí, son súper cariñosos y atentos a lo que te pasa. Como cualquier animal, cada uno es distinto al otro: he tenido conejos mucho más regalones y conejos súper independientes. Pero yo siento que forjé un vínculo muy estrecho con casi todos: cuando me pasa algo se dan cuenta y están más conmigo; si hay algo que tiene nerviosa rompen menos las pelotas. Son perceptivos y compañeros, y además forjan lazos entre ellos: están los que tienen mucha onda entre sí, los que no se bancan, es realmente una microsociedad. 

Gran parte de mi adolescencia y postadolescencia estuvo atravesada por las internaciones de mi mamá. Hubo un año en particular, creo que 2003 o 2004, en el que no recuerdo haber dormido. Es prácticamente imposible lo que digo, pero yo lo recuerdo así: si dormía, dormía poquísimo, estaba en estado de alerta permanente y me dejaba ganar por el sueño una o dos horas por noche. Entonces veía películas, tres o cuatro cada madrugada.  

La noche era el momento en que mi mamá se dormía con ayuda de la medicación, y los acompañantes terapéuticos se quedaban rondando la casa. Era terrorífico, y yo veía muchas películas perturbadoras, con climas ominosos. Pienso ahora que lo que necesitaba era salir de mi terror y entrar en otro. Me metí de lleno con Carpenter, con Cronenberg, con mucho cine de los setenta. Hoy pienso que ese fue de los mejores y de los peores años de mi vida, donde definitivamente se forjó un vínculo importante con el cine que después terminé aprovechando para hacer crítica. Algo a lo que en ese momento no sabía que me iba a dedicar, porque yo siempre llego un poco zigzagueando a las cosas. Pero, incluso antes de escribir sobre cine, me dediqué un tiempo a las arte visuales y ya había hecho algo de obra con la medicación que tomaba mi mamá. Pienso que, en general, el arte fue para mí un lugar donde estar a resguardo, una casa para huir de mi casa. No diría que me salvó, porque no creo que haya cosas que “te salven”, pero sí que fue un gran sostén. 

Creo que es algo que a muchos nos pasó ya entrados en la adultez. El camino siempre es encontrar gente que sea como una en distintos espacios y darse cuenta de que tan rara no eras. A mí me ayudó muchísimo empezar a trabajar en el suplemento Soy. Primero porque ahí descubrí que había gente mucho más rara que yo (risas), y segundo porque amplió mi idea de belleza, de atracción hacia el otro y empecé a poner en duda un montón de cosas más. Algo que me sigue enojando un montón del progresismo es que se acuse tan livianamente de frikis a Milei y otros personajes de este gobierno. Siento que retrocedemos mil años con esa idea. Quiero decir: detesto a este gobierno, pero no creo que nos gobiernen mal por ser raros, por no tener hijos o por querer a sus perros. En ese sentido, la campaña “Votá al normal” me pareció muy desacertada, porque ese odio al raro va a repercutir en todas las personas raras. Y tampoco creo que la ponderación de lo normal nos haya llevado a tan buen puerto. 


Foto de portada: Sebastián Freire.

Tilsa Otta es una poeta peruana nacida en 1982 en la ciudad de Lima. Se formó en dirección de cine, fotografía y realizó  un máster en videolab de creación audiovisual. Escribió varios libros de cuentos y poemarios. Hoy les traigo unas palabras sobre su último libro de poemas: Dos pequeñas islas mirándose, publicado en Argentina por la editorial Mansalva en 2023. 

Tilsa escribe poesías sobre la actualidad. Sobre los tiempos locos que estamos viviendo. Escribe sobre la inteligencia artificial. Trata a las conexiones entre seres humanos como si fueran el modelo que fue tomado para crear las conexiones submarinas entre fibras ópticas.

Escribe sobre un mundo donde la tensión entre soledad– no soledad involucra también a los aparatos. 

Por qué te fuiste?
por qué se fue internet?
es esto la soledad?
ya no lo sé

Leer el libro de Tilsa me dejó la sensación de haber presenciado a alguien pensar desde un avión, mirando el mundo con un sobrevuelo observador. Alguien que mira con preguntas. En momentos del libro es como si ese yo poético, desde el aire, decidiera lanzarse con un paracaídas e insertarse en la compleja trama del mundo. Tratando de comprender pero con la certeza de ya estar comprendiendo. La escritura de Tilsa me deja la sensación de que dar una clave para la actualidad se trata de lanzarse a buscarla en el afuera. 

Las generaciones mayores no lo entienden
insisten se enojan
y a lxs inventores del teléfono les costaría creerlo:
ya no usamos ese aparato para responder llamadas
sino para leer poemas
oh telefonistas eternas!
nos conectan con la fuente de poder
el silencioso diálogo interior universal
que nunca cuelga

En este pequeño poema sin título se esconde una clave: si utilizamos las tecnologías con particular naturalidad para leer poemas (más de uno de nosotros ha visto en lecturas de poesía ao vivo, cómo los recitantes leen desde sus celulares en lugar que de un papel), ¿por qué no incorporar a los teléfonos dentro de los poemas? ¿por qué no hacer de ellos un tema, una excusa para escribir? 

Como poeta, cada vez que pienso en incluir en mi escritura palabras del vocabulario de la tecnología, siento una fuerte resistencia. Como si estuvieran en boca de todos, todos nos sirviéramos de ellas, pero fueran algo muy lejano al arte. Leer el libro de Tilsa me impulsa a derribar esa barrera imaginaria. Ella utiliza, entre otras, estas palabras: internet, captcha, datos, mail, videollamada, roaming, robots, sin escribir precisamente sobre eso. Como un aspecto más que corre al compás de nuestra vida. 

La poesía es el arte de lo cotidiano. Pero, ¿qué pasa cuando lo cotidiano involucra elementos de un nuevo mundo? ¿Elementos que no comprendemos en lo más mínimo, pero que pueblan e invaden nuestro entorno? ¿Quién dice que no podemos escribir sobre ellos? ¿Es el poema el artefacto que integra esos dos mundos, uno de libros amarillentos con olor a húmedo, y otro de pdfs resplandecientes en aparatos pequeños?

Otra cosa que me gustaría señalar del poema citado anteriormente es la idea del diálogo, que atraviesa todo el libro. Diálogo interno, entre personas, entre personas- aparatos, entre la humanidad con su pasado y con la idea de futuro. 

Lista cuando tú lo estés
estaba lista para darte un hijo
nuestra conexión era fuerte
cuando comenzaste a transferirme
el pesado archivo

Tilsa escribe sobre los paralelismos entre las maneras de comunicarse dentro de este mundo y con este mundo. Con la naturaleza. Creo que subyace a este poema y a todo su libro una idea: acercarse a otro implica entender un lenguaje. Un código. Un cifrado específico y único. Una música, una frecuencia. Sintonizar con esas frecuencias para que puedan ser decodificadas en forma de poema implica una real conexión cuyo centro es la sensibilidad. 

Ella se pregunta por la tarea de dar significado y sentido a las cosas. Pero reconoce que esto es tarea puramente humana. ¿Y la naturaleza? ¿Qué rol cumple en todo este embrollo de pensamientos y sentimientos? La naturaleza se ríe. Dos pequeñas islas se miran. Los animales salieron a tomar las ciudades durante el lock down del 2020. Nada más. 

Nanoescritura entrando a mi cuerpo
por mis venas corren ideas extrañas
alteran las funciones de mis órganos internos
me rejuvenece el tratamiento
da contexto a mi taquicardia
quedan algunas frases sin sentido en mi corazón
que dan sentido a mi corazón

¿De qué estamos hechos? ¿De cultura o de naturaleza? ¿Son cuestiones que se ubican en extremos contrarios? Pienso en Perú, el país de origen de Tilsa. La cultura andina. La cultura de la naturaleza. La escritura de la poeta viene a tender puentes entre dicotomías. A perforar convenciones y temas aún no explorados para demostrar que nada está alejado de la poesía. Que la poesía es una manera de mirar. Una manera de encontrar respuestas. 

Por último, me gustaría señalar otra cuestión central que trae el libro. La pregunta por el devenir del mundo. El yo lírico se cuestiona: ¿Cuándo terminará el presente?. Creo que se trata de pensar a el futuro acechante como una sumatoria de todos los presentes que hubo alguna vez. Y pensar a la ficción, la escritura como una herramienta poderosa para describir al mismo tiempo que imaginar el mundo. Para tender puentes. ¿Qué es un puente sino un lugar de encuentro entre dos orillas, entre una isla y otra?

1. Para qué inventar una historia si se le pueden robar miles de buenas ideas, imágenes, epopeyas, romances, traiciones, peleas y cuchilladas a la Historia —esa que se escribe con mayúsculas—. El pasado es una fuente inagotable de inspiración para inventar nuevos relatos, nuevos poemas. Esa parecería ser la operación que hace Pilar Otero en su libro Asuntos internos. La autora le roba a la Historia algunas escenas y las reescribe para que parezcan episodios del mundo contemporáneo. Con sus poemas, elimina los cientos de años que separan al mundo de hoy de aquellos momentos fundacionales del país. 

2. Entre todas las cosas que se resignifican en este libro editado por Fadel&Fadel, está la expresión “asuntos internos”. Esa expresión, generalmente, se vincula con el Estado y con un problema que aparece al interior de esa estructura burocrática. Un policía se manda una cagada y asuntos internos, en el mejor de los casos, lo investiga. Un empleado público hace algo que no debe y asuntos internos le abre un sumario. Sin embargo, en los poemas de Otero, los asuntos internos tienen que ver con la identidad nacional; son esa cosa deforme que nos une con un hilo invisible a todas las personas que habitan esta tierra inflacionaria y que conocemos como la Argentina. 

3. La palabra “patria” se volvió, en los últimos años, una palabra en disputa. Se la han apropiado manos tan diversas que hoy en día no significa nada. Quizás en el Siglo XIX este problema ya existía. Quizás la idea de patria que tenía Juan Manuel de Rosas no era la misma que tenía José de San Martín o Julio Argentino Roca. Definitivamente la idea de patria que tiene Cristina Fernández de Kirchner no es igual de la de Javier Milei, ni tampoco de la de Pilar Otero. Se supone que todo el mundo debería estar a favor de “la patria”, pero como no sabemos qué es exactamente, se vuelve imposible que todo el mundo tire para el mismo lado. Hace unos 40 años alguien dijo: “Cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo”.

4. Asuntos internos reinventa algunas escenas icónicas de la industria nacional. En el poema que cierra el libro, Otero entrelaza a San Martín con el sargento Cabral en un romance homoérotico. De esta manera, la autora abre la posibilidad de que los padres de la patria hayan sido gays. Reparación histórica. Distopía queer. Justicia poética. 

5. Hoy, 17 de agosto, día del paso a la inmortalidad del libertador de América, el diario Página/12 publica una nota que recopila todos los mitos alrededor de la salud de San Martín: “Ni siquiera hay unanimidad para establecer la causa de su muerte en la absoluta precariedad de un cuarto al norte de Francia. Se habla de aneurisma, de infarto de miocardio y de insuficiencia cardíaca, aunque la que goza de mayor consenso es la generada por una hemorragia interna derivada de una úlcera. Además padecía de artritis y de cataratas, por lo que en sus últimos años ni siquiera podía hacer lo que él mismo reconocía que le encantaba como pocas otras cosas: leer”. La Historia no tiene manera de decirnos qué fue lo que pasó con este ícono nacional, cuál es la verdad acerca de su muerte. En este sentido, los poemas de Otero, su reversión de los hechos, son tan ciertos como cualquier enciclopedia. Es imposible decir una Verdad —con mayúsculas como la Historia— a través de las palabras. La realidad y lo verdadero no son cosas que se puedan aprehender con el lenguaje. Lo que importa, entonces, es cómo contamos el relato.

6. En el año 2010 tuve un fanatismo ridículo por el Bicentenario. En el colegio, una profesora de historia nos dio para leer miles de cosas sobre el tema. No puedo explicar bien por qué, pero me obsesioné. Ese mismo año, gracias a una promoción de Aerolíneas Argentinas, mi mamá y yo viajamos desde Trelew a Buenos Aires durante toda la Semana de Mayo, para visitar a mis tíos y mis hermanos mayores. El último día, mi hermano me acompañó al recital de Fito Páez en la 9 de Julio. Después de ese show sentí que yo era parte de algo más grande, de algo colectivo. Primero, pensé que era el peronismo y me puse a militar. Después, cuando abandoné la militancia por motivos que no vienen al caso, supuse que esa cosa colectiva era “la patria”. Sin embargo, con el diario del lunes, que muestra a un supuesto abanderado de la patria pidiendo que le digan “algo lindo”, se me ocurre que esa cosa colectiva de la que me sentí parte era, simplemente, la música popular.  

7. Volviendo a la cuestión queer, en uno de los poemas dos personas se enfrentan en un duelo gauchesco. No sabemos cuál es el género de quienes se enfrentan porque Otero se refiere a ellxs usando la letra x. Con ese gesto, la poeta tira abajo cientos de años de Historia, porque a una imagen que siempre se asoció con lo masculino (dos tipos peleando con un facón) ahora puede estar asociada a quien sea, independientemente de su identidad. Otero le regala la posibilidad de la violencia y la capacidad de blandir un cuchillo afilado a todo el mundo. 

8. En ese mismo poema del duelo gauchesco, lxs rivales intentan pelear en el Parque Lezama, pero el campo de batalla está tomado por una rave de gays. En otro texto, la narradora toma cocaína con descendientes de cómplices de la dictadura. La noche aparece como el único espacio en el que pueden convivir posiciones antagónicas. La noche es un punto de encuentro. La noche es la patria. 

9. Asuntos internos es una invitación para redefinir quiénes somos y de qué manera se construye una identidad colectiva. Es la puerta de entrada para discutir la cultura oficial y muchos símbolos que, según cómo se los lea, pueden unir o separar. 

10. 17 de agosto. Feliz día patrio.


Asuntos internos, Pilar Otero.
2024. Editorial Fadel&Fadel.
Poesía. 56 páginas.

Imagen de portada: Cándido López. 1891. “Desembarco del Ejército Argentino frente a las trincheras de Curuzú, el 12 de septiembre de 1866”.
Colección del Museo Nacional de Bellas Artes