Cuando le comenté la idea de escribir sobre su muestra, le pedí a Fantasy Dinasty permiso para quedarme con la pregunta más aburrida del texto de Sofi Finkel ¿Sabías que el Animal Print es un color? que acompañó Too Much (acontecida en Hipopoety los pasados meses de abril y mayo). Y esa pregunta es “En estos tiempos de retórica del ajuste, ¿será Too Much nuestra venganza?”

Porque sí, porque así es la vida, algunas nacen diva, como Fantasy Dinasty, y otras pesadas, como yo. 

Por supuesto que tanto Sofi Finkel, como Fantasy, como yo, sabemos la respuesta a esa pregunta. Y la respuesta es sí.

Veamos… la cuestión arte pop vs arte comprometido en Argentina es más vieja que la escarepela, más antigua que la democracia (que no es tan vieja es más tipo… cuarentona) y más gastada que jean Levis 541 de Maslatón. Pero nos queda preguntarnos cómo situar la fantasía hoy. Y preguntarnos también, cuál es el valor político de la fantasía pop por la fantasía pop en sí misma en este presente. Y en esto Fantasy, valga la redundancia, apunta y acierta. 

En una coyuntura que aprieta y ahorca, en la que debemos destinar mucha energía a sobrevivir, ¡qué importante la imaginación!… pero, ¿cómo hacerlo? ¿que poner en el tintero de absurdos que queremos decir o mostrar o realizar? Mi propuesta es… ¡hagámoslo como Fantasy! es decir, con nuestros animal prints favoritos. Y brillos. Y colores. Y peluchitos. Y además, hagámoslo bien grande. El tamaño importa. Todxs saben que es mentira que no. Entonces, es importante que pensemos en grande… porque sino, los únicos que piensan en tamaños enormes, son bueno, ya saben, los chabones. Y ya saben todxs lo mal que nos va cuando ellos tienen la hegemonía de lo grandilocuente ¡o peor! de la imaginación exhibida en público.

Fantasy Dinasty creció en el kiosco/regalería que su familia aún conserva en Ensenada. Por cuestiones ligadas al abastecimiento del negocio familiar, desde niña visita el barrio de Once. Es decir, es experta desde edad temprana en conseguir fantasías, chucherías, excentricidades, en el barrio más kitsch y cosmopolita de la Capital Federal. En este sentido Too Much es una muestra que estaba escrita, valga la redundancia, en el destino. Fue en Once que Fantasy consiguió las telas animal print que incorpora en algunas de sus esculturas. Y revolviendo… revolviendo encontró unas a mitad de precio porque un ventilador se les prendió fuego encima (cito exacto su relato) y el local las liquidaba por dañadas. En tu cara ajuste. La supervivencia y la experiencia, al servicio de la imaginación una vez más.

Ninguna de las formas de Too Much expuestas en Hipopoety (galería ubicada en el barrio de Retiro) remite a figuras. Fantasy me confiesa que tomó unas letras de una tipografía que le gusta y las deformó caprichosamente hasta el infinito. Otra venganza, la del capricho como fin último. La estrella, quizá, el sillón de zapato enorme, un sillón que Fantasy siempre había querido tener. Y lo hizo suyo. Con peluchitos. Y brillos. Y colores. 

Podría describir cada una de las piezas, pero no es el foco que me interesa. Más allá de la materialidad, las formas locas, y el montaje de la muestra, a mi, que soy una pesada pero también me conmuevo fácilmente, lo que más me emocionó de la muestra fue el gesto: el desparpajo de fantasear en grande y con todos los elementos que se le antojaron, los colores vivos, el animal print que es un color también, las texturas y el sin sentido. Y por suerte es un lugar, la fantasía, al que todavía podemos ir. 


Foto de portada cortesía galería hipopoety

A partir del sábado 22 de junio, la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín proyectará cuatro funciones únicas de Pacifiction (2022), inicialmente conocida como Bora Bora, el último largometraje del catalán Albert Serra y, posiblemente, la que sea su obra maestra.

Pacifiction es un viaje por los sublimes paisajes de Tahití, la isla más grande de la recóndita Polinesia, un territorio de ultramar francés localizado en el sur del océano Pacífico. En este paraíso terrenal, los protagonistas coquetean, se emborrachan y negocian, por ejemplo, acerca del nuevo casino, que las instituciones religiosas no ven con buenos ojos. Parece que no hay límites para la felicidad, pero eso sí, se apremia al más sigiloso. Ahora bien, todos estos diálogos entre montañas de origen volcánico y playas tienen como objeto, fuera de campo, pero de forma muy clara, las consecuencias del discurso del Estado de la Revolución en la vida de los tahitianos o maohis.

La película empieza con la llegada a la isla del alto comisario de la República, Monsieur De Roller. El representante del Estado francés se pasea libremente por los burdeles y los bares, con sus gafas oscurecidas y su impecable traje de lino blanco. Es en estos lugares que se siente mejor recibido, porque fuera de ellos no deja de tomar el pulso a una población local la ira de la cual puede despertar en cualquier momento. Los nativos buscan defender la tierra y el mar evitando cualquier tipo de reactivación de ensayo nuclear, situación crítica que igualmente aprovechan para defender intereses propios. La premonición de estas pruebas aparece cuando se nos muestra un desembarco con tráfico de trabajadoras sexuales al amanecer, el cual nos lleva a sospechar la presencia de un submarino cercano. Esta indiscreción por parte de la marina inicia una tensión entre el almirante y el comisario que persiste durante todo el film.

Entre 1966 y 1996, Francia realizó casi doscientas pruebas nucleares en el archipiélago. El Estado ha reconocido sus crímenes de guerra en Argelia, donde usaron a civiles como escudos humanos durante su lucha contra el Ejército de Liberación Nacional, pero no en la Polinesia. Lo que muestra Pacifiction,de forma excepcional, es que el proceso de colonización del Pacífico sigue en pie bajo nuevas modalidades. Según el Organismo Internacional de la Energía Atómica, Francia, el segundo mayor productor de electricidad nuclear del mundo, realizó quince pruebas de seguridad y ciento setenta y ocho ensayos de armas nucleares en los atolones polinesios. De estas, cuarenta y uno fueron atmosféricas y, el resto, submarinas. Provocaron graves consecuencias sanitarias y no ha existido casi ningún derecho de reparación para los habitantes. La prueba más catastrófica fue la explosión aérea termonuclear de 914 kilotones de la Operación Licorne. En 1998 se firmó en París el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos nucleares, el cual, en la película, parece que no se estaría respetando.

Este viaje a los paisajes tropicales de Tahití es una revisión de la literatura de viajes, los cuales reduce al absurdo, hasta el punto de mostrar cómo un político, linterna en mano en la noche oceánica, trata de buscar con una barquita y una moto de agua un submarino en alta mar; de las películas de carretera, con las largas escenas de De Roller en su coche oficial donde afirma que «la política es una discoteca»; y de los viajes iniciáticos, ya que el propio viaje del comisario, a partir de su encuentro con Shannah, seguramente la relación más compleja del film, es una experiencia que produce cambios subjetivos. Pero, especialmente, se revisitan estos géneros porque se politizan de una forma brillante: Serra consigue retratar los enredos estructurales del territorio de ultramar siendo fiel a su cine hiperrealista, sin escrúpulos ni aprensión, lleno de humor y absurdos, sin guion, sin narrar historias y sin caer en el placer de la identificación.

Desde la primera imagen, que nos muestra un puerto donde se acumulan innumerables contenedores metálicos —alegoría contemporánea del colonialismo bajo el proceso de la globalización—, se nos indica que el tema de esta monumental película son las contradicciones de la ocupación por parte del Estado francés de un territorio a dieciséis mil kilómetros de distancia, así como la angustia de algunos personajes por el fin del sueño socialdemócrata. Con Pacifiction, Albert Serra consigue alejarse, por momentos, de las mórbidas criaturas que habían protagonizado sus últimas películas —libertinos franceses, Luis XIV en su lecho de muerte, o Casanova y Drácula— y vuelve al magnetismo de las escenas de Don Quijote y Sancho en Honor de cavalleria (2006) o los tres Reyes Magos en El cant dels ocells (2008). Dicho esto, realiza una película que pone en el centro, como declaró el dirigente tahitiano independentista Oscar Temaru ante la Corte Penal Internacional hace cinco años, unos ensayos nucleares que no fueron otra cosa que colonialismo nuclear.


Pacifiction (2022) de Albert Serra se proyecta en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes, 1530)
Funciones: sábado 22, domingo 23, sábado 29 y domingo 30 a las 20 horas
Valor de las localidades: Entrada general: $3.000 - Estudiantes /Jubilados: $1.500


Foto de portada: Benoît Magimel y Pahoa Mahagafanau actúan en Pacifiction (Albert Serra, 2022)

“Entiendo que parte del efecto darkroom es la desindividualización, y que sientas que en verdad el espacio te traga y te escupe, pero no me sale suprimir la conciencia superyoica de que no puedo dejarme coger por gente fea”. Las palabras de G, escritas un sábado a las 4 am, llegan a mí a través de una catarata de mensajes de Whatsapp. Un darkroom es una habitación oscura donde, en medio de una fiesta, se pueden tener encuentros sexuales. Hace tiempo que existen en la cultura gay. Algunos logran su propósito de anonimato total, otros, en cambio, permiten vislumbrar un poco más lo que hay alrededor. La oscuridad está sujeta, claro, a la infraestructura. Pero la proximidad de los cuerpos es la misma en casi todos. 

Cuando ya es de día, a eso de las seis de la mañana, recibo noticias de G. En un nuevo mensaje redactado a modo de crónica, como si contara la excursión a los indios ranqueles, me dice que sigue vivo, que hizo las investigaciones pertinentes, se acercó a esos cuerpos que acechaban en la oscuridad y el darkroom terminó por convencerlo. Me aclara, por último, que todavía se encuentra en las inmediaciones de la discoteca Amerika

Pero no todos son adeptos. Otro amigo, R, me dice: “Creo que tengo un gran problema con la iluminación. Necesito mirarme con alguien, entender qué me gusta”. Me explica que la performatividad hot de los gays contemporáneos —necesaria, según su punto de vista, para ingresar en el darkroom o el spot sexual de una fiesta en Buenos Aires— le produce aversión. “Un montón de gays performeando para levantar, viendo quién es más potro. Nunca sabés porque no le ves la cara a nadie, es como teatro a ciegas. Me pregunto si soy romántico o algo por el estilo”.

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Históricamente, una de las principales esferas de la cultura gay masculina siempre ha sido la intervención secreta de los espacios públicos. Cada clase de encuentro tiene un nombre específico en inglés, y todos se engloban bajo el concepto de cruising. El término tetera, una de las contadas expresiones en castellano, se refiere, de modo general, a los encuentros sexuales en baños. Una tradición que empezó cuando no existían lugares donde hombres pudieran conocer otros hombres, y hoy en día se mantiene por morbo, misterio o aventura.  

El tema es un clásico pero volvió a estar en boga el último 7 de abril, cuando se viralizó el tweet de un chico que fue a hacer pis al baño de un Coto en Lanús. Dijo que, al entrar al cubículo, encontró un hueco en la pared lateral y sintió asco porque ya sabía de qué se trataba. Entonces se pasó al cubículo de al lado. Pero claro, el agujero, del otro lado, seguía estando ahí. No sólo estaba ahí sino que a través de ese orificio un desconocido asomó su pene. En ese momento le pegó una patada para protegerse y corrió en busca del guardia de seguridad con el fin de detener al acosador. Que resultó ser un chico de 19 años, cinco años menor que él. Lo persiguieron hasta que lograron retenerlo y llamaron a su familia para contarles a qué dedica el joven sus ratos libres.

Ese agujero en la pared del baño del Coto de Lanús era un gloryhole, otro término en inglés que se adaptó a la cultura local. A diferencia de los dakrooms porteños a los que se refieren mis amigos, el gloryhole del Coto parece algo auténticamente anónimo. En este caso, la oscuridad tiene que ver con el recorte del cuerpo, de la identidad, más que con un juego de luces en concreto.

Muy pronto se reveló que el autor del tweet era un chico trans. Entonces las redes sociales se dividieron en dos grupos, el primero, que apoyó la denuncia con voluntad de horda enfurecida, y el segundo, que defendió el gloryhole a fuerza de textos de teoría queer. Pero no fueron los únicos que opinaron. En las respuestas alguien comentó, por ejemplo, que la existencia del baño de un Coto de Lanús es profundamente más perturbadora que la mera existencia de un gloryhole.

G, por otro lado, me dice que en el gloryhole la dinámica está inscrita en el espacio, que si te metés en un baño con un agujero y lo reconocés como gloryhole sabés que está habilitado que por ahí pueda aparecer un miembro, por la inscripción efectiva del gloryhole en el espacio. Me explica estas cosas con seguridad científica. 

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La polémica también destapa una página web de nicho, Us And Bath, que significa, literalmente, nosotros y el baño. Es un blog secreto que funciona como mapa de teteras en Buenos Aires, y que también es un archivo del cruising en Argentina, con notas y textos que van del 1810 a la actualidad. 

“Los hombres hetero no están aislados, preguntale a cualquier chico que haya limpiado baños, que haya trabajado en McDonald’s, es algo que los varones saben que sucede. Es como un boy code, un código masculino, quizás por eso este chico trans todavía lo desconocía”, me dice A, otro amigo, experto en términos importados y en este tipo de anonimato gay. Me cuenta que descubrió la página a sus doce años. Cuando viajaba a Buenos Aires para acompañar a su papá a trabajar, se escapaba con el fin de husmear lo que sucedía en los baños de Burger King. 

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El chico que asegura haber sido víctima del gloryhole inició una denuncia penal y ganó una buena dosis de seguidores en sus redes sociales. Pero, con el correr de los últimos meses, sucedió lo que sucede con todo escándalo de Twitter: terminó enterrándose bajo las infinitas capas geológicas de la información virtual. 

En su ensayo “Elogio de la sombra”, el autor Junichiro Tanizaki explica el valor de la oscuridad para la tradición japonesa. La belleza, dice, pierde todo su brillo cuando se suprimen los efectos de la sombra. Este código estético, que lleva el nombre de yûgen, pone el foco en aquello que no se puede ver, aquello que tiene que ser sugerido. Las palabras nunca alcanzan. Ante la insuficiencia del lenguaje, se prioriza el placer sensible, fisiológico. Hacia el final del ensayo, Tanizaki propone “hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo”.

Hay cosas que sólo se pueden hacer en la oscuridad. O, más bien, que brillan mejor en los escondites, en el terreno del enigma. Pero la sombra no siempre habilita el mismo tipo de escenas. Pienso en mi propio caso: la única vez que estuve dentro de un darkroom fue para que alguien me hablara de sus sentimientos, y nada más.

Muchas veces les dije a otras personas que para vos, norma mía! es cómo me imagino que el mundo del arte debería ser para sentirme cómoda en él. Ahora me encuentro intentando explicar qué significaba esto que me parecía tan claro. Siempre supimos que este lugarno iba a durar para siempre, que en cualquier momento podía abandonarnos. Esa idea de final anunciado lo hacía tan diferente a un museo que tiene la misión de existir indefinidamente, más allá de si lo logra o no. Siempre dice: estoy acá para quedarme. Los distintos nombres que tuvo y sus superposiciones, 2019, spazio de arte, El universo, para vos, norma mía!, Normita que corresponden a espacios sucesivos o a distintos lugares del local en paralelo, de algún modo nos habían preparado para este instante. Pero ahora que esto está sucediendo siento que debería hacer una lista de mis impresiones y no tengo las cosas tan en claro. Era un lugar donde hacer muestras, comprar remeras, buzos, pantalones, gorros, libros, fanzines, dibujos, pinturas, artesanías, colgantes, aros, stickers, para hacer recitales, desfiles, lecturas, charlas, perfos, pero también era una especie de santuario, un taller, un mercado, una feria, un punto de encuentro para chusmear en la vereda, para beber con gente que una no conocía, para ranchear con quienes se quedasen hasta tarde y puedo seguir enumerando muchas cosas más. Era todo lo que a Fernanda Laguna, Andrés Politano y Santiago Villanueva se imaginaban que podían hacer ahí. Aún así, todo lo que digo no puede explicar por completo lo que nos pasaba. 

Algunos recuerdos mezclados. Clara Angélica Castro hizo una retrospectiva, mostraba sus pinturas, dibujos y videos de treinta años de trabajo. También trajo unos muñecos que estaban sentados en sillas. Ella me dijo que eran sus novios, no les hablaba cuando llegaba su pareja. Conocí a Cinthia Paraíso, pintaba un lienzo grande en la tienda, en el resto de la sala había otras pinturas y dibujos suyos con distintos personajes. Eran todas superheroínas, como muñecas del espacio. En un dibujo una penetraba a otra con una pija enorme. Chapé con alguien en una playa artificial hecha con arena mientras veía un video de Lulo Demarco en el que quedaba embarazado de un collie. En una muestra de Gumier Maier había un gran puff arrugado de muchos colores que parecía una carpa de circo. Una madrugada la extendimos por toda la sala. Acostadxs contemplamos las obras, había un estante con flores de Irupé hechas con mimbre y otras pintadas en tonos naranjas, rojos y amarillos. Desde esa altura y esa posición parecían moverse, como flotar por las aguas del río. Leí un poema de Luana Salvá: Sean putas / Sean borrachas / Lindas o feas / Peluqueras o de closet / Qué importa! / En el barrio las recuerdan sus amigas y vecinas. Abrí otro fanzine y leí un poema de Gisella Rivas sobre Juanito Laguna: ¿no eres feliz aquí? / Pues fijáte que sii  / Margarita: ¿y entonces por que te kieres ir? / Es que hay algo más allá para mí  / y lo quiero descubrir / pero no sé donde seguir. En El universo encontré un cementerio de insectos. Cada uno tenía sarcófago. Una cucaracha, envuelta en encaje blanco, descansaba dentro de una cajita de fósforos forrada de azul oscuro. Un grillo estaba dentro de un foquito de luz, como los que se usan para las guirnaldas en navidad, tenía unas cintitas rojas en las patas. Una noche nos quedamos seis personas con las llaves, se había inaugurado la muestra de los telgopores y encajes de Yente. Bailamos en la sala junto a las obras. El tenerlas tan cerca la hacía más vulnerables, como si en ese cuarto con las luces bajas pudiesen expresarse con franqueza sin ningún tipo truco que las mostrara lejanas.

En un texto de una muestra de Fer se podía leer esta enumeración: 1 tapiz, 1 árbol mágico, 3 frascos decorados, 1 cementerio, 1 cuadrito con caca de perro, 3 Madonnas, 1 chica llorando y 12 pedidos especiales. Cuando pienso en para vos, norma mía! me la imagino como una enumeración escrita en un papelito. Otra vez, ella dijo que el arte son sus dibujos en un diario, cosas que vende en la tienda, son como migas de un recorrido. No hay algo así como una obra, un evento. También se sabe que decir para vos, norma mía! es como decir “te quiero”, es algo que se expresa pero tampoco se sabe bien que significa, simplemente se regala o se invita. Y un poco todo esto fue para mí este local. Un sendero de migas, una serie de pequeños hallazgos que una podía conservar. En esa época, la vida era así para mí, estaba un poco pérdida y precisaba ese caminito sin grandes definiciones para seguir. Entre las cosas que me quedaron pendientes, una fue hacer un desfile para el carnaval en para vos, norma mía! Me habían invitado pero, por distintas cuestiones, no lo hice. Lo voy a hacer ahora.

Todxs tenían puestas guirnaldas de irupés de colores en la cabeza hechas por Gumier. Bailaban y cantaban chapoteando en una gran fuente azul cerúleo de Ideal Sánchez. Michelle animaba la ronda con un megáfono. Gisella y Mayra iban detrás empujando un carrito que tenía frases de colores pegadas: Fantasía o realidad??? Te animas a descifrar? Lo miraste? Lo pensaste? Ceretti las había ayudado a decorar el carro que tenía cds brillantes pegados, recortes de bolsillos de jeans con flores y un tubito de lubricante Tulipán. Ana también había colaborado con unas telas bordadas con abejas de colores flúo: fucsia, amarillo, naranja. Baby se puso a perrear dándolo todo hasta abajo mientras nos enceguecía con las luces de sus zapatillas. Gala cantaba un aria de ópera, llevaba un traje que tenía pegados pedacitos de obras de madera pintada por Naum Knop de colores rosados, verde agua y marrón que parecían caballos y alfiles de ajedrez. Los novios de Clara escoltaban a Gala bailando y tirando para arriba stickers de colores de las Kumbia queers que decían paraíso tropipunk. Santi, Rod y yo correteábamos como niñas entre el gentío alborotadas por el subidón del carnaval. Fer se había montado sobre el carrito vestida de muchos harapos de colores turquesas, rosa chanel y dorado. Andrés pasaba música desde la cabina que montamos en El universo decorada con lucecitas. Fabián le preparaba unos amarguitos. Ceci había perdido definitivamente en control y batía un espumante bañando a toda la gente que pasaba desprevenida. Entre los papelitos de colores, las frasecitas pegadas, la espuma de la bebida y las flores del irupé, el tiempo se encrespaba como los rizos de una peluca gastada. El sol empezaba a ponerse y nos dio los últimos destellos de la fiesta encendiendo los colores de la carroza. En ese momento tuve una visión: pude vernos desde lejos, como frases escritas en papel glasé, migas de shibré que nos dejaron estos años.   

Los lunes, martes y miércoles la entrada al Lorca cuesta mil seiscientos pesos. Lo mismo que vale, al momento de escribir esta nota, un alfajor. Sin saber de qué iba pero habiendo escuchado comentarios elogiosos, nos metimos en la sala dos a ver Anatomía de una caída y salimos con algunas ideas. 

Un perro baja corriendo las escaleras atrás de una pelotita que cae rebotando por los escalones. A los pies de esa escalera, en el living de la casa, una estudiante y una escritora graban una entrevista; arriba un niño abre canillas en un baño; en otro cuarto, un hombre escucha una versión instrumental de PIMP (el tema de 50 Cent) en loop a un volumen exagerado. La primera escena de Anatomía de una caída es caótica, los eventos suceden en simultáneo y de forma más o menos desordenada, aparentemente inconexa. 

Cuando la estudiante se asegura de que el celular está grabando, le anuncia a Sandra que pueden empezar la conversación y le hace  una pregunta que no conseguirá respuesta, ya sea porque PIMP se escucha cada vez más fuerte, hasta el punto de imposibilitar el diálogo; ya sea porque Sandra parece más interesada en coquetear que en responder; o por ambas razones o por ninguna en particular. Es difícil determinar con precisión por qué suceden las cosas. Nunca hay un último motivo, un único motivo, un origen claro y distinto. Y esa complejidad queda expuesta en el resto del relato.

Sandra es la madre del niño, la esposa de ese hombre que molesta arriba y es, además, una escritora exitosa. La madre, la esposa, la mujer, la escritora, no corren por carriles separados y la pregunta que le plantea la estudiante para comenzar la entrevista tiene en cuenta este enredo: “la forma en la que describís el accidente del hijo es difícil de leer porque sabemos que se trata de tu propia vida. ¿Crees que solo se puede escribir desde la experiencia? (…) ¿Para empezar a escribir necesitas algo real primero? Decís que tus libros siempre mezclan realidad y ficción, eso hace que querramos saber qué es qué”.

Estas preguntas quedarán abiertas y resonarán en las siguientes dos horas y media de película, en las que Sandra es indagada por la justicia que intenta esclarecer la causa de la muerte de su marido, Samuel. Porque en los juicios, como en las películas y los libros, la verdad parece importar menos que la verosimilitud. 

En uno de los momentos más tensos de la película, se expone ante el tribunal un registro de audio que guardaba Samuel en su pendrive. La corte, chismosa, para la oreja para escuchar una jugosa discusión de la pareja. Ninguno de los dos parece tener razón o no tenerla. No hay culpables e inocentes, como los hay necesariamente en los juicios. Hay dos cuestiones que se plantean en esta escena  que nos gustaría tomar como excusa para pensar un poco más allá de la película. Por un lado, el tema de no escribir. Por el otro, el problema de los métodos para sí escribir. 

TIEMPO PARA ESCRIBIR

En su libro “Prendas contra las mujeres” Anne Boyer hace una aproximación a este tema en un ensayo-poema titulado “¿Qué es no escribir?”:

Hay años, días, horas, minutos, semanas, momentos y otras medidas de tiempo gastado en la producción del “no escribir”. No escribir es trabajar, y cuando no es trabajar en un trabajo pago, es trabajar en un trabajo impago como cuidar a los demás, y cuando no es trabajar en un trabajo impago como el cuidado, cuidar también de un cuerpo humano, y cuando no es cuidar de un cuerpo humano muchas horas, semanas, años y otras medidas de tiempo gastadas ocupandose de la mente en maneras como leer o aprender y cuando no es leer o aprender también es hacer cosas (como prendas, comida, plantas, obras de arte, cosas decorativas) y cuando no es leer o aprender y trabajar y hacer y cuidar y preocuparse, también es la política, y cuando no es la política también es el tipo de medicación de la que se trata el consumo, en su mayor parte de sexo o ebriedad, cigarrillos, drogas, historias de amor apasionadas, productos culturales, también internet. 

“¿Crees que solo se puede escribir desde la experiencia?”, le pregunta a Sandra la estudiante. En esta lógica “la experiencia” corresponde con no-escribir y escribir pareciera ser una elaboración de no-escribir. Entonces no-escribir es la materia prima para la escritura, y el tiempo disponible, la condición necesaria para elaborarla.

La diferencia en la distribución de tiempo disponible para escribir y el tiempo dedicado al no-escribir está en el centro de la discusión de la pareja. El reparto es desigual y Samuel, a cargo de las tareas de cuidado del hijo de ambos y frustrado con su carrera de escritor, encuentra en ese desbalance el quid del problema.

¿Cómo encontrar el tiempo de escribir en un contexto de disputas políticas urgentes, de emergencia económica, de internet, de borracheras y de amor? ¿Cuánto tiempo nos queda para eso? ¿Cuánta energía? ¿Cuánta disponibilidad emocional para el ensayo, la prueba, el error? ¿Son conscientes quienes tienen tiempo para escribir de cuánto tiempo lleva la producción de no-escribir? ¿Cuando escribir es un trabajo remunerado es escribir o no-escribir? ¿Por que nos tortura tanto a lxs que escribimos no estar escribiendo? 

¿Siempre hay que estar escribiendo algo para escribir?

MÉTODOS PARA SÍ ESCRIBIR

En los ’80, Manuel Puig le pagaba un extra al plomero para que, además de cambiarle el cuerito a las canillas de su departamento en Río, le contara sus historias de amor. Este método, que no estuvo exento de posteriores problemas legales, reconocía mediante ese “extra” que el relato del muchacho carioca era materia prima para la producción del escritor. 

Antes de morir, Samuel había estado grabando fragmentos de su vida (fragmentos de no-escribir) con el fin de usarlos en un proyecto literario. Es la segunda ocasión en la película en que alguien graba a Sandra para transcribir sus palabras. Pero la estudiante de la primera escena había explicitado el método, el marido no. Esto tiene que ver con el tipo de escritura que se propone cada uno. La escritura académica tiene formas muy codificadas, no es aceptable grabar una entrevista sin anunciarlo o usar una idea ajena sin citar a su autor. La literatura, en cambio, tiene los caminos menos trazados y esto favorece a que los límites se difuminen.

La idea de que un autor debe tener una voz original e inspirada, está en desuso desde hace tiempo y son muchos los escritores, Puig uno de ellos, que desafiaron estas premisas con sus métodos. Que un artista se apropie de discursos que forman parte de un lenguaje público o de la cultura es una práctica extendida y usual, pero cuando aquello de lo que se apropia pertenece a una esfera privada estamos frente a un problema diferente. Grabar a una persona sin su consentimiento es, como mínimo, cuestionable. Pero cuando se trata de arte parece que entramos en una zona donde los pactos habituales se suspenden y los posibles métodos para la producción se amplían. ¿Samuel provocó la discusión adrede con el fin de obtener materia prima potente para su proyecto literario? 

Por otro lado, Sandra usó una idea de Samuel en una de sus novelas sin darle crédito. Las ideas no tienen certificado de autenticidad, nunca son del todo originales, ni propias, ni privadas. Cuando el tráfico de ideas ocurre en la intimidad de un vínculo amoroso en el que también se intercambian otros bienes extraños, por ejemplo, sexo, tiempo, responsabilidades compartidas ¿pueden dividirse como si fueran un bien patrimonial?

Siempre dije que Miss Kittin es la poeta definitiva. Mientras escribo esto aún suena “The Beach” en mi cabeza. “Sun is shining tonight / The sun, the moon, the city lights / I can’t remember where I am / It could be Cannes, Saint Tropez or Tahiti”. 

Kittin y yo nos remontamos a varios años atrás. Ella no lo sabe, pero pasamos mucho tiempo juntos en mi habitación: ella en mi computadora, yo en mi cama. Varias noches con todas las pestañas del navegador abiertas, cada una con una canción distinta cargada y su letra correspondiente. Amaba escuchar su música, pero más amaba consultar los textos de las letras que para mí eran tan importantes como el sonido de la canción. Envidiaba la manera de hablar tan elegante, rápida y descomprimida sobre una canción tan bailable. La sílaba necesaria se reproducía en el momento necesario. 

Por sobre todas las cosas me hipnotizaba su pronunciación francesa del inglés.

En el taxi camino a Deseo, mis amigas hablan de muchas cosas. Yo me desconcentro de la conversación, miro por la ventana y recopilo mentalmente algunas de mis canciones favoritas mientras el auto atraviesa un parque. “L’homme dans l’ombre”, “You and Us”, “Madame Hollywood”, “Retrovision”, “The Womb” o más clásicas como “1000 dreams” y “Leather Forever”.

Al llegar, encontramos a más amigas en el boulevard de enfrente y entramos juntas. “Flavia está conmigo” le digo a la chica de seguridad y entramos. Violeta Alegre, InVertida, está tocando y sin previo aviso nos sorprende con “Rippin Kittin”. Pienso en mandarle un mensaje a mi novio, él ama esta canción tanto como yo. En realidad no conozco a nadie que no ame Rippin Kittin, es una canción excelente desde donde la analicemos: una narrativa, un videoclip fanmade hermoso, un estribillo muy pegadizo y Miss Kittin asesina. 

La noche progresa y decido ir al camarín en busca de algo para tomar. Abro la puerta y me sorprendo con su presencia. No es que no supiera que eventualmente Kittin iba a estar ahí, pero minutos antes había entrado al camarín y no había nadie. Ahí está, tiene unos ojos muy brillantes y una sonrisa especial. Habla con algunos conocidos, no me animo a interrumpir para saludar, pero ella me mira y le hago un saludo a la distancia, sonriéndole. Me devuelve la sonrisa. Agarro una cerveza y salgo, me dio timidez. 

Algunos tragos más y empieza el set de Andrea Paz. Yo me quedo pensando en la cara de Kittin, que es como la de una muñeca de porcelana blanca. Alguien me entrega una fantasía nocturna y yo me ofrezco al baile, bailamos con mis amigos en trance. Las horas pasan. 

La música para, se escuchan aplausos y una leve variación en la puesta lumínica señalaría que Kittin está por empezar. La fantasía nocturna ya hizo su efecto. Todas las personas que le daban la espalda a la cabina se dan vuelta. Kittin camina por la pasarela entre el camarín y la cabina, recibe los aplausos y hace un gesto facial, una sonrisa rara, como si almacenara esos aplausos dentro suyo. El set empieza bruscamente, no en un mal sentido, pero con un mensaje implícito que indicaría que no hay tiempo que perder. Entre algunas canciones no propias intercala hits como “1982” y “Frank Sinatra” o cortes del último disco con The Hacker como “19”.

Bailo y me siento adentro de mi computadora. El videoclip de Rippin Kittin es enorme y el piso de Deseo se transforma en los techos de los edificios por donde camina la chica del video. Los reflectores que iluminan la pista son ventanas prendidas. La gente bailando a mi alrededor son autos que se desplazan en cámara rápida. Rippin Kittin no está sonando pero me siento en un estado Rippin Kittin de la mente. 

Decido cambiar de posición. Me muevo y me paro detrás de la cabina. Sube May Mc Laren a la cabina vestida de enfermera S&M ensangrentada. Me saludó en el camarín y el look fue una grata sorpresa. Ahora están las dos lado a lado, tengo esta idea fijada en la cabeza, pero juntas parecen dos muñequitas de porcelana. Kittin enciende un cigarrillo, agarra el micrófono y da play a la última canción del set, la mítica “The Beach”. Todos bailan y gritan. Las luces se tornan cálidas, solares, sé que Tornasol (el iluminador) conoce y ama este tema. Es rara la decisión de terminar un DJ set con el bonus track de tu primer disco de hace más de 20 años, pero no por eso la decisión es menos hermosa. Bailo y me posee el poema de mi amiga Tilsa Otta:

I love her and this song

This is her best song EVER!

Her voice is beautiful!
She needs to sing more songs like this omg
Wish this was longer
Exactly what was thinking!
Im obsessed and shes so sexy omg
It’s sounds like she just sang what was on her mind. That’s why it’s so beautiful and deep
This is the best song on the album 

I love this girl. Just omg
I want this song inside me 

Termina el set de Kittin, se ve y se oye una gran ovación y ella se va al camarín. Empieza a tocar May Mc Laren y rápidamente hace al público suyo, como si Miss Kittin no acabara de hacer un set de dos horas y media antes que ella. Decido ir a buscar un último trago, o un último contacto con Kittin, y me acerco al camarín.

Entro y Kittin conversa con todos. Todos le dan sus apreciaciones del set y ella sonríe y agradece. Los sillones de terciopelo están ocupados y los ceniceros tienen cigarrillos en desuso pero que aún humean. Permanezco en silencio, no sé bien qué decir. Me gustaría decirle algo distinto a lo que le dicen todos. Me acerco a la heladera para agarrar una cerveza más. Kittin frena una de sus conversaciones, se acerca a la heladera también y se para detrás mío. Me doy vuelta y la saludo, no puedo evitarlo, y me saluda con amabilidad. Cotejo muchas opciones de frases que decirle, cosas más específicas y otras más generales, algunas rebuscadas y otras más obvias. Me pierdo en mis propios pensamientos y solamente pronuncio: “Oh my god I love you so much your set was amazing!!!!” En mi mejor estilo Tilsa Otta. Ella me sonríe nuevamente y me dice “Thanks, I love you too”. Agarra algo de la heladera y vuelve a su conversación original. Yo abro mi lata y me voy a bailar lo que queda del set de Mc Laren. Al rato la fiesta termina, pido un auto y me voy a mi casa a dormir. El conductor maneja por una Buenos Aires muerta, o más bien recién nacida, de calles desérticas. En el auto suena la radio Aspen y empieza a sonar una de mis canciones favoritas del mundo, “I’m not in love” de 10cc. Canto mentalmente la canción mientras miro el paisaje de la ciudad por la ventana. La canción se apaga, mi mente le hace un fade out, lo único que escucho ahora es el instrumental de The Beach loopeado y la voz de Kittin diciendo “Thanks, I love you too”, “Thanks, I love you too”, “Thanks, I love you too”, “Thanks, I love you too”.