Hay una transformada que vive. Pero no se entiende dónde. Si dentro de ella misma o afuera, si en el pasado, en el presente o en otra vida. La obra “Animal Anterior” de Denise Groesman y Agostina Luz López es una invitación amorfa y atemporal a recorrer una vida, la de Silvia. Silvia Estrin es la performer, la actriz y a la vez la voz en primera persona: relata, repta, recita, se cuestiona, baila, se convierte en polvo. Y por entre el vestuario nos deja ver su piel.
La música compuesta para la obra por Miguel Garutti es un anfibio expectante que acompaña a Silvia o vive dentro de ella. Esta dualidad dentro/fuera persiste en todo el recorrido. Al igual que la dualidad entre una vida humana y otra animal ¿Habrá algo mas monstruoso que mutar? ¿Que cambiar de piel y de pelaje? Y lo hacemos todo el tiempo.
El texto está plagado de preguntas que funcionan como afirmación, entre ellas hay una tácita, que aparece de manera casi inevitable: ¿cuantas pieles caben en una vida?
La confusión viscosa de la metamorfosis nos acecha, puede ser una transformación animal o simplemente envejecer, según que ángulo se ilumine, según qué escama de Silvia miremos.
Hay dos elementos que irrumpen, en primer lugar una aspiradora robot que baila junto a Silvia, la persigue por momentos, la acompaña también. Pareciera encarnar su conciencia, o el paso del tiempo, pero con la distancia y la gracia de un objeto semi-animado. El otro elemento es la misma Silvia, su rostro, las texturas de su piel y la terminación de sus manos. Sostener en soledad la escena y la intimidad a la que por momentos nos introduce.
No podría decir si “Animal Anterior” es una obra de teatro, un biodrama, una performance, una obra de danza o teatro experimental, y no creo que realmente importe. Podría definirlo como algo más clásico y quizá de otro universo semántico: es un retrato. Un retrato de vida rebelde en estado casi salvaje, con maquinitas que acechan y nos traen nuestra propia voz, como aquel poema de Bignozzi
“ Sufro, amo, todos sabíamos por la revolución /
a veces tengo miedo de que seamos felices.”
Animal Anterior puede verse en Zelaya este viernes 20 a las 21hs. Entradas a $8.000 disponibles por transferencia a liletic.mp consultas por descuentos y envío de comprobantes a animalanterior@gmail.com
Imagen de portada
Pair of Shoes, unknown, ca. 1928 (made), Victoria and Albert Museum
Nos juntamos para hacer bardo, estamos hartas de que usen nuestro nombre estas mugrosas de dos patas. Aguantamos bastante, nos sacaron nuestro sótano y llegaron ellas con SU basura. Porque ésta no es una basura comestible que aprovechamos, estos desechos son incomibles pero para ellas tienen un valor. Oímos la palabra “arte”, ¡cómo se tuercen sus narices cuando lo nombran! Aguantamos ese arte en nuestro reino subterráneo, pero ahora el hartazgo llegó: hablan de ARTE RATA, ¿Qué saben de ser una rata? Típico de opresor, que cuando cae en cuenta de sus atrocidades, se compadece del oprimido, robándole su voz. Milenariamente, nos acompañábamos en nuestra supervivencia, su basura era nuestra oportunidad. Fuimos objeto de adoración pero también carne de cañón. Les dimos enfermedades, nos dieron el exterminio. Ahora hacen arte basado en nosotras. Muy tarde. La tecnología rata de la que esta muestra hace alarde, es un saber que nos pasamos entre nuestras crías. Nosotras sobrevivimos en base a la crisis, es nuestra forma de organización, nos movemos en base a las dificultades que se nos presentan. Y salteamos con astucia la masacre perpetua. Mas que astutas, somos callejeras, somos pillas. Tenemos todo un mundo en contra, y aún así, estamos viviendo bajo sus narices. A lo mejor estos artistas envidian eso de nosotras. Por eso quieren nuestros márgenes, que son mas vitales que la punta de la pirámide. ¿Pero algo más quieren ocuparnos?
Bajamos por la escaleras, el lugar ya está cerrado, en plena oscuridad, y nos encontramos con un laberinto sensible. Hecho de cartón que fácilmente podemos roer y destrozar, lo reconocemos, con él envuelven su basura para sacarla de acá. O entrarla. Con las compañeras comenzamos el ataque, esta basura merece reducirse al polvo. No nos importa que no sea comestible, nos importa destruir, hacer caca por todos lados, arruinar el arte rata. Y entre todas comenzamos a desmontar este museo improvisado en nuestro nombre. Profanaron la basura y la volvieron mercancía, entonces su mercancía la volveremos a hacer basura. Algunas compañeras subieron y se arrojaron a destruir las botellas de plástico y las cajas viejas de cigarrillos. Otras comenzaron la roída del cartón. Nada es imprudente para nuestros colmillos, atravesamos hasta el metal. En el fondo unas tablas de maderas con basura pegada, se vuelve aserrín. Hojas de revistas, de papel, fotos, comienzan a ser despedazadas. Una base de tergopol cae ante las mordidas dejando una bolsa tirada en el piso. Los bordes de madera de unas ventanas con stickers empiezan a ser masacrados. Perdimos a dos compañeras electrocutadas mordiendo el cable de una tele. Otras tres lloraron al ver un colchón y reconocerse pintadas. Tontas, ese edificio idílico de ratas propietarias no existe. Otras compañeras se quedan cómodas disfrutando de unas habitaciones colgantes. ¿No entendieron? Otras pelean porque encontraron el corazón de una manzana en un velero pirata. Otras se intoxican con los restos de pinturas que intentan roer de una paleta, sin darse cuenta que estaban tragando vidrio. Una silla abierta es desmembrada frente la mirada de dos abuelitas. Un telón cae y vemos un corazón arrugado. Intentamos morderlo pero nuestros esfuerzos son inútiles, su material no cede. Algunas temblaron. Chillidos. Estos descartes, esta basura que no puede ser mostrada, penetró en nuestras lógicas y alborotó el instinto. Empezamos a huir. Otras se dejaron embelesar y roban partes de las obras para llevarlas a la madriguera. ¿Qué no entienden que esto era en contra de la basura inútil? Entre cinco veo llevarse una muñeca antigua. Otras pelean por llevarse una de las habitaciones. Un cuadro de una de nosotras cae y rompe sus vidrios, algunas ratas creyeron en un falso ídolo. Y ahí entendí: el horror comienza cuando la destrucción es parte de tu supervivencia.
1. Una ratita se mueve al ras de lo que nosotros consideramos el suelo. Si la perspectiva lineal inventada en el Renacimiento codificó de manera abstracta una espacialización humanizada del cosmos, la perspectiva de una rata nos descentra, revelándonos que somos una zona parcial de las infraestructuras de otras especies. Los muebles se agigantan. El reverso de una cama se hace un cielo. Un hueco una casita. Se trata también de una perspectiva, pero no como planificación y proyección sino como relación inmediata, improvisada, estratégica con un espacio. Y especialmente con sus residuos. Una perspectiva residual.
2. Los antiguos mamíferos prosperaron escondiéndose. Siempre alertas, moviéndose contra las paredes, escapando de predadores despiadados. De esos remotos roedores provenimos. Un ímpetu impredecible, cambiante, que hace de cualquier estructura ocasional su madriguera. Pensar en las ratas es pensar en el hacinado tumulto de la vida moderna, pero también es pensar en nuestro pasado más arcaico, una época de marginalidad en la cadena alimenticia, de ávido rebusque y sigilo. Un arte de rata, un arte errático.
3. Ser rata es una expresión que designa tacañería y miserabilidad. Las ratas tienen una relación muy particular con la plata. A cambio de un diente te dejan dinero, estableciendo la primaria forma de educación comercial de los niños. Porque las ratas tienen una enigmática atracción por el calcio. Las ratas son, junto y gracias al ser humano, el mamífero de mayor distribución planetaria. En épocas de recesión las ratas proliferan, desesperan, se vuelven especialmente ávidas: durante el contractivo y sombrío 2024 el banco Galicia hizo de una latosa rata el intercesor mediático de sus especulaciones prestamistas, infiltrándose en cada intervalo de YouTube. La sociedad tiene una relación ambigua con las ratas. Las detesta, les teme, pero también las mediatiza sin cesar en amables caricaturas. Durante muchos años los niños argentinos fueron a dormirse con el beso telemático del Topo Yiyo. Una rata amorosa en el inconsciente onírico. Mientras por debajo ocurrían los horrores. Las ratas operan con los restos diurnos de la ciudad. No se sabe muy bien qué hacen con los desechos de la vida útil y para qué los quieren. Son, en ese sentido, como los artistas.
4. Una de las cosas más lindas de hacer y visitar muestras es que nos revela otras ciudades dentro de la ciudad. Como si, plegada sobre sus propios huecos, Buenos Aires revelara un entretejido de guaridas, las zonas ocultas de su imaginación impersonal. En el subsuelo de Hipopoety, durante julio de 2024 y durante un invierno particularmente hostil, Delfina y Lulo montaron Avatares del arte rata, una conjunción de 25 artistas unidos por la transmisión viral de un devenir rattus. La instalación usó a su favor las cañerías, la humedad, la cerrazón asfixiante de lo subterráneo. Lo mejor de esta muestra es que nos hace sentir como una rata. Moviéndonos a través de una madriguera de cartón.
5. El marrón es el color de lo despreciado. Ningún otro color lleva sobre sí la intensidad semiótica de sus injustas significaciones políticas e históricas. Es el color de las ratas. De la mugre. Del cartón, el más reutilizable y móvil soporte gráfico de la sociedad. Con cartón se envasan y transportan las cosas, se hacen frágiles casas transitorias para las mercancías. Los artistas se han vuelto rata en esta exhibición, como en una telepática y contagiosa degeneración. Adoptaron hábitos bruscos y extraños. Encontraron repentinas utilidades a las acumulaciones obsesivas de sus talleres. En un año de extrema recesión, oportuno para pensar cómo subsistir a toda costa. Un antiguo, perfeccionado, insoportable oficio. No es necesario recordar que la historia de nuestro país consiste en sobrevivir con escasos recursos monetarios. Argentina se fundó y se nombró sobre el anhelo de la plata; constantemente se funda y se funde. Comenzamos a independizarnos ya en deuda, perdiendo las minas del Pacífico. Un país con nombre de metal precioso sobre un río marrón. Hijitus, el super héroe nacional, era un niño andrajoso que vivía en un caño. Una dudosa etimología, inventada por una leyenda porteña, plantea que la expresión atorrante viene de la marca de las cañerías donde vivían los linyeras: A. Torrant. Continuo marrón circulando en las cloacas.
6. Roer es cortar minuciosamente con los dientes. Trazar un microscópico tapiz de huecos. Es lo que hacen las ratas. Una nutrición vertiginosa, apurada, algo paranoica. Como en el inicio del hilo conductor de la guarida que se montó en Hipopoety, hay una obra de Yente, una de las últimas. Un hermoso retrato de tonalidad marrón, entretejido de manera frágil y discontinua, un pulso de curvaturas detalladas y roídas. Una inmersión marrón sobre la que se derraman, desprolijos e intermitentes, los colores de la bandera. ¿Bajo qué extraña inspiración errática estaba Yente cuando hizo ese corroído tesoro del submundo? Como a un residuo, se le ha encontrado su afinidad póstuma e incesante. Lo que a nosotros nos parece un desorden, es una forma de orden para otros seres. Y es preciso roer la tela para hallar el hilo que nos guía en los laberintos.
¿Por qué Ceretti es a Miranda! lo que Julio Torres es a Charlie Kaufman? El otro día, viendo Fantasmas, la serie actual de Julio Torres en Max, pensaba que a Charlie Kaufman (guionista de Being John Malkovich, Adaptation, etc) le llevó un poco más de 20 años tener seguidores que continúen su legado. Aunque vemos su influencia en el mejor cine y TV de autor de la Gen Z (The Sweet East, The Curse, I Saw The TV Glow, La Mesías, etc.), Julio Torres es su mayor heredero. Ceretti cumple la profecía de Miranda!, desenterrando el tesoro, capturando su relámpago. Un príncipe durmiente en una torre ha despertado.
¿Por qué Lio es su Platón? La paleta que usa Ceretti en Todos Los Hombres Son Iguales, su primer LP después de una serie de singles revolucionarios que definieron la escena pop queer alrededor del Covid, remite al disco de pop más perfecto EVER: Suite Sixtine (1981) de la belga francesa Lio con producción de Sparks. Un disco perfecto en su universalidad, en su atemporalidad, en su economía de recursos. Ceretti rinde un homenaje espiritual al disco que adelantó lo que sería el hyperpop, ese universo más allá del camp en el que Todo El Mundo Es Marica.
¿Por qué pienso en Parklife de Blur cuando escucho este disco? En Awopbopaloobop Alopbamboom (1968), la primera crónica escrita del pop, Nik Cohn llama “highschool” a ese género que, en su simpleza, simboliza el miedo a crecer y la angustia de nunca más volver a ser joven. ¿Ceretti añora o Ceretti olvida? Es esa zona gris de la melancolía que, en temas como El Viaje, Bajo La Luna y Hoy Le Quiero Ver, funciona como trama y tesis de una historia de amor no correspondido en un verano que nunca más volverá a ocurrir.
¿Por qué siempre que comparto un post de Ceretti quiero poner Mis-Shapes? Ceretti es dueño de un increíble deadpan que siempre mantiene distancia con una interpretación literal de sus letras. Sus letras jamás son cursis, son ACERCA DE LA CURSILERÍA. Es un linaje que va de Boris Vian a Gainsbourg a Alaska a Jarvis Cocker de Pulp. Las letras están diseñadas para encajar perfectamente en el espacio negativo de la música, usando un lenguaje casi lorquiano, a partir del que le oyente genera sus propias imágenes mentales.
¿Por qué estoy constantemente comparando a Ceretti con Morrissey y a Matt Montero con Johnny Marr? El Chico Más Lindo, la canción que abre el álbum, me recuerda en su punchline a Reel Around The Fountain, canción que también abre el también primer disco de los Smiths (homónimo, con Joe D’Allesandro en la tapa). En ambos casos, nada nos prepara para el subidón serotonínico. Morrissey: I dreamt about you last night/And I fell out of bed twice/You can pin and mount me/Like a butterfly. Ceretti: Y ya no quiero ser más tu amigo/No me interesa/Lo he decidido. Pegan igual. Inténtenlo en sus casas.
Crédito fotográfico: Martín Pisotti
Un colega, Gaspar, me comentaba en una vereda de La Boca, al retirarnos de la exposición que Lolo y Lauti presentaron recientemente en la galería porteña Barro, de la existencia de una obra de Marcel Duchamp que consistía, según se cuenta, de un perchero que eventualmente quedó en el piso y entonces se fue convirtiendo en una dificultad para la circulación del artista por la habitación; un artefacto que alteraba sus características como signo en tanto colaboraba con un accidente en tendencia. A medida que se erigía como precursor de tropiezos se iba convirtiendo en una trampa, se instituía para el autor como obra de arte y así se tomó la decisión de atornillarla al piso.
La sala de Primeras Figuras se presenta con sobriedad ejemplar, no hay información que se le agregue a los gestos simples propuestos por los artistas, televisores y cables, un conjunto de viñetas que cuentan una historia sin demasiadas vueltas; básicamente, la de la humanidad procurando su supervivencia. Curioso es que la referencia cultural sea prehistórica, dado que estamos en la era postindustrial, un efecto cómico, tan veloz que no necesita de las palabras. Lo llamativo, además de la ausencia de rosca discursiva, de la figuración primaria que esbozan sobre los acontecimientos narrados, es el espacio expositivo, eminentemente político, que han construido. Un espacio expositivo donde el concepto es la última barrera de lo visible y la reducción de los significados modera la experiencia. Un tiempo y espacio de exposición, para el arte, semejante al de la década del ‘70.
No fue hasta que el conceptualismo se estableció como movimiento estético, que las salas asimilaron gestos semejantes a los que dieron forma a Trébuchet como lo hegemónico. Lo que pretendo insinuar es que aquello que germinó desde la sensibilidad de un mundo en guerra, recién logró asimilarse algunas décadas después, con los resultados de la tragedia consumados. El proyecto para el arte planteado por la vanguardia explotó en la práctica expositiva setentista, con todo lo que esto implica.
Que los artistas sugieran que hemos sido presa de los dispositivos que usamos para representar el mundo y que a su vez son aquellos que cautivan los hábitos espirituales que se conducen a través de nuestros deseos, como alude el guiño a las venus paleolíticas, es mínimamente catastrófico. Es graciosa la tradición del slapstick, esa que habilita la risa frente al desastre del tortazo que nos comimos en la cara. La trampa del régimen de percepción de aquello que toma definición en la muestra nos convierte en víctimas que aceptan con humor, y de manera elegante, su condición bufona, como Dadá advertía.
Los monigotes rupestres trazados con icónicos cables enchufados a los muros blancos, sin rellenar, de la galería, presentan escenas de caza en las que lo perseguido y lo capturado son símbolo de la identidad cultural que heredamos de la modernidad; una subjetividad acechada por las cosas. Un chiste que va a explotar en un futuro próximo, en un momento sociopolítico que nos asedia.
Está claro como un reflejo resplandeciente que se filtra al interior de una caverna, Lolo y Lauti comprendieron a la perfección el vínculo que el arte puede establecer con la vida cotidiana, ese vínculo contemporáneo que habilita a que todo, cualquier elemento, sea susceptible de liberarse de su destino para convertirse en una obra. Dar luz quitando luz, escribe el curador Santiago Villanueva. Los espejos han alterado su funcionamiento. Que el arte siempre se asemeja al arte, es una reflexión posible.
Cuando le comenté la idea de escribir sobre su muestra, le pedí a Fantasy Dinasty permiso para quedarme con la pregunta más aburrida del texto de Sofi Finkel ¿Sabías que el Animal Print es un color? que acompañó Too Much (acontecida en Hipopoety los pasados meses de abril y mayo). Y esa pregunta es “En estos tiempos de retórica del ajuste, ¿será Too Much nuestra venganza?”
Porque sí, porque así es la vida, algunas nacen diva, como Fantasy Dinasty, y otras pesadas, como yo.
Por supuesto que tanto Sofi Finkel, como Fantasy, como yo, sabemos la respuesta a esa pregunta. Y la respuesta es sí.
Veamos… la cuestión arte pop vs arte comprometido en Argentina es más vieja que la escarepela, más antigua que la democracia (que no es tan vieja es más tipo… cuarentona) y más gastada que jean Levis 541 de Maslatón. Pero nos queda preguntarnos cómo situar la fantasía hoy. Y preguntarnos también, cuál es el valor político de la fantasía pop por la fantasía pop en sí misma en este presente. Y en esto Fantasy, valga la redundancia, apunta y acierta.
En una coyuntura que aprieta y ahorca, en la que debemos destinar mucha energía a sobrevivir, ¡qué importante la imaginación!… pero, ¿cómo hacerlo? ¿que poner en el tintero de absurdos que queremos decir o mostrar o realizar? Mi propuesta es… ¡hagámoslo como Fantasy! es decir, con nuestros animal prints favoritos. Y brillos. Y colores. Y peluchitos. Y además, hagámoslo bien grande. El tamaño importa. Todxs saben que es mentira que no. Entonces, es importante que pensemos en grande… porque sino, los únicos que piensan en tamaños enormes, son bueno, ya saben, los chabones. Y ya saben todxs lo mal que nos va cuando ellos tienen la hegemonía de lo grandilocuente ¡o peor! de la imaginación exhibida en público.
Fantasy Dinasty creció en el kiosco/regalería que su familia aún conserva en Ensenada. Por cuestiones ligadas al abastecimiento del negocio familiar, desde niña visita el barrio de Once. Es decir, es experta desde edad temprana en conseguir fantasías, chucherías, excentricidades, en el barrio más kitsch y cosmopolita de la Capital Federal. En este sentido Too Much es una muestra que estaba escrita, valga la redundancia, en el destino. Fue en Once que Fantasy consiguió las telas animal print que incorpora en algunas de sus esculturas. Y revolviendo… revolviendo encontró unas a mitad de precio porque un ventilador se les prendió fuego encima (cito exacto su relato) y el local las liquidaba por dañadas. En tu cara ajuste. La supervivencia y la experiencia, al servicio de la imaginación una vez más.
Ninguna de las formas de Too Much expuestas en Hipopoety (galería ubicada en el barrio de Retiro) remite a figuras. Fantasy me confiesa que tomó unas letras de una tipografía que le gusta y las deformó caprichosamente hasta el infinito. Otra venganza, la del capricho como fin último. La estrella, quizá, el sillón de zapato enorme, un sillón que Fantasy siempre había querido tener. Y lo hizo suyo. Con peluchitos. Y brillos. Y colores.
Podría describir cada una de las piezas, pero no es el foco que me interesa. Más allá de la materialidad, las formas locas, y el montaje de la muestra, a mi, que soy una pesada pero también me conmuevo fácilmente, lo que más me emocionó de la muestra fue el gesto: el desparpajo de fantasear en grande y con todos los elementos que se le antojaron, los colores vivos, el animal print que es un color también, las texturas y el sin sentido. Y por suerte es un lugar, la fantasía, al que todavía podemos ir.
Foto de portada cortesía galería hipopoety