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Cecilia Absatz: “No me gusta viajar, prefiero quedarme en Buenos Aires”

17-05-2024
Cecilia Absatz: “No me gusta viajar, prefiero quedarme en Buenos Aires”

De los múltiples significados que tiene su apellido en el idioma alemán, los dos de uso más frecuente le sientan muy bien a Cecilia Absatz. La primera acepción –“párrafo”– tiene una conexión directa con su vocación, la de escribir, que desarrolló durante muchísimas  décadas como redactora creativa y, más tarde, como periodista y autora de siete libros. El vínculo con la segunda –“taco”– es un poco más indirecto pero igual de pertinente. Jamás se dedicó a la moda, pero con el tiempo (en especial, durante los últimos años), Cecilia se fue convirtiendo en un ícono de la elegancia y del buen vivir. Y no por vestir ropa cara o frecuentar restaurantes de lujo, sino por llevar y narrar sus días de forma distinguida y sin estridencias, y por saber disfrutar en mayúsculas del tiempo que pasa y nos va poniendo viejos. De eso, principalmente, va su newsletter Viejo Smoking, que cada domingo a las seis de la tarde en punto llega a las casillas de sus más de 5 mil suscriptores. El próximo domingo, Viejo Smoking cumple cinco años, en los que Cecilia rara vez se tomó vacaciones, y en los que volvió fanáticos de su mirada mordaz y su escritura exquisita a muchos. Cada vez que se ausenta, de hecho, debe salir a tranquilizar gente: “Esta semana no pude, pero la que viene, ahí estaré”. 

Tu newsletter se volvió, para muchos, un ritual de lectura cada domingo. ¿Cómo son los tuyos para escribirlo?

Durante la semana tomo notas, observo, voy pensando, registro. Por ejemplo, algún odio para la sección Odio todo, o alguna cosa de la que me den ganas de hablar. Desde hace un tiempo anoto todo, porque ya aprendí que aunque alguna ocurrencia me parezca genial en el momento y crea que no hay posibilidades de olvidarla, me la puedo olvidar. Lo más difícil de resolver es, siempre, el tema central. Sobre todo porque ya van cinco años. Al principio era más sencillo: la idea era juntar todas las ideas vinculadas con envejecer. Pero llega un momento en que sentís que ya dijiste todo, o casi. El viernes es el día en que me dedico a escribir. El sábado trabajo en la tele, muy temprano, así que tipo diez y media de la mañana ya estoy en casa y me tomo un tiempo para corregir. El domingo a la mañana, antes de mandárselo a mi hija y a mi yerno, que me editan y se ocupan de programarlo, vuelvo a leer una vez más. El equipo somos nosotros tres. 

Un montón de dedicación. Con razón sale siempre sin erratas.  

Las he tenido. Y cada vez que me equivoco, recibo muchos mails. A mis seguidores les encanta corregirme. Pero también son muy fieles. Este último domingo, por ejemplo, no pude salir. Algunos entraron en pánico: “¿Qué pasó, no lo hacés más?” Avisé que había necesitado ausentarme, pero que este domingo vuelvo al ruedo, con la edición aniversario. 

¿Seguís las métricas? ¿Te fijás si vas creciendo en seguidores, te preocupa el porcentaje de apertura? 

Sí, me gusta. Valentín Muro me ayuda con todo eso. Según él, el verdadero pionero de este tema de los newsletters, Viejo Smoking tiene un porcentaje de apertura que está muy por encima de la media. 

Viviste toda tu vida en Buenos Aires y esta ciudad es, también, locación irremplazable de muchas de tus anécdotas. ¿Cómo te llevás con ella? 

La amo. Por supuesto hay cambios que no me gustan. No me gusta, por ejemplo, que tiren abajo tantas casas. Pero en general me gusta, también, que las cosas cambien. Pero bueno, imaginate, yo vivo acá (N. de la R: se refiere al Microcentro). Y no salgo mucho de esta zona. Cuando tengo que cruzar la 9 de Julio, mi familia me pregunta si tengo el pasaporte al día. Ese chiste es parte del folclore familiar. Tampoco me gusta demasiado viajar. Yo viajé mucho. Y un día me di cuenta de que solo quería seguir viajando si podía estar tan bien como en mi casa. Y para eso no me da el presupuesto. Entonces prefiero quedarme acá. Estoy muy bien acá. Incluso ahora, que no tengo tanta plata. Gano un sueldo en la tele y  tengo aportes de algunos lectores. Antes me compraba ropa, me compraba libros, me compraba de todo. Ahora no me compro nada. Y no me importa. ¿Libros? Estoy releyendo todos los que tengo. Alguna vez escribí en el newsletter que una persona que no puede vivir bien sin dinero tampoco podría vivir bien con dinero. Lo creo, en serio. 

En tu newsletter mencionaste más de una vez el tema de la plata, contaste de las épocas buenas y las malas, de las fluctuaciones que tuvo tu economía. Y es extraño, porque todavía hoy el dinero parece ser un tema tabú. 

Hasta hace no tanto, las mujeres no hablaban de plata. A mí es un tema que me interesa mucho. Creo que se sigue notando, muchas veces, la falta de cancha que tenemos las mujeres en el manejo de dinero, los siglos de ventaja que nos llevan los hombres. Las mujeres, por ejemplo, muchas veces no saben dar propina. Son muy amarretas, porque consideran que eso es cosa de hombres. He conocido muchas que no sabían qué hacer con un cajero automático y tampoco sabían hacer cheques, en la época en que se usaban. Recuerdo el personaje de Kim Cattrall en Glamorous. Su personaje era la dueña de una empresa top de maquillajes, como si te dijera L’Oreal, pero en el pasado había sido una modelo top. Y su asistente en un momento le pregunta si extraña ser modelo, porque su oficina está llena de fotos del pasado. Ella le contesta que sí, ¡está loca! Siendo dueña de una superempresa. Creo que eso cuenta muy bien algo que sigue pasando: la mayoría de las mujeres no sienten el goce del poder. Prefieren ser modelos. 

¿Cómo definirías el poder? 

Me acuerdo del primer cargo como directora creativa que tuve en una agencia de publicidad. Hasta entonces, yo había sido redactora. Fue en una agencia chica, en la que casi todas éramos mujeres, salvo el dueño y el cadete. Un día estaba en mi escritorio trabajando y de pronto noté cómo toda la gente se empezó a mover. Un movimiento nervioso. Pregunté qué estaba pasando. Alguien dijo: “Es que vos dijiste que no sabías dónde habías dejado tu agenda. La están buscando”. Fue la primera vez que tuve conciencia de lo que es el poder. Yo dije que había perdido algo, y a mi alrededor se movió todo. Pero yo no soy muy ambiciosa en ese aspecto. Para esos cargos jerárquicos hay que tener un estilo que yo no tengo. Soy un poco hippie. No sé si hippie es la palabra, pero no me importa mucho. 

¿Cómo te llevás con los discursos feministas? 

Soy de una época en que, si salías a la calle en pantalones, la gente se escandalizaba o te gritaba cosas. Y en la época en la que fui directora creativa, el cliente llegaba y me pedía el café a mí. Por eso, a veces me cuestan ciertos discursos feministas que parece que recién hubieran descubierto el mundo y su desigualdad. Sin embargo, hay feministas a las que admiro locamente. Una es María Moreno. Trabajamos juntas en la revista Status. Ya en esa época, a finales de los setenta, cuando la conocí, empecé a decir que un párrafo suyo era mucho mejor que toda la obra de Susan Sontag. Lo sigo sosteniendo. Para mí es la intelectual número uno. Ella y Tomas Abraham. 

En esa misma línea, tengo la sensación de que en los últimos años hubo un boom de la maternidad como tópico en la literatura y el arte. Y me parece que en la época en la que vos fuiste mamá, una era madre y ya, que no se le daba tanta entidad. ¿Notás esa diferencia? 

No lo había pensado. Estoy un poco lejos de esa edad en la que las mujeres tienen hijos, pero tenés razón. Hay algo como de heroísmo en tener un hijo ahora. El día anterior a que naciera mi hija, por ejemplo, yo fui a trabajar. En ese momento estaba, todavía, haciendo publicidad. Esa mañana, la del 25 de septiembre, yo fui a la agencia. Después fui a la casa de una amiga, en la calle Callao, y cuando me estaba yendo rompí aguas. Lo llamé a Carlos, el papá de Julieta, me internaron, y la nena nació a las dos de la mañana del 26. Mi cuñada, la mujer de mi hermano, tuvo tres hijos. Recuerdo que cuando nació uno de ellos, ella salió caminando de la sala de partos. Y mi mamá, al verla, dijo con cierto orgullo: “¡Es todo un hombre!”. Mi mamá tenía unas salidas geniales. Pero lo que quiero decir es: antes nadie te felicitaba tanto. 

¿Creés que podrías publicar un libro como Elogio de la delgadez (Planeta, 2010) hoy? 

Bueno, no sabés la que se armó ya en ese momento, no te puedo explicar. Entre otras cosas hubo una reunión de médicos, de nutricionistas. Estaban enojados conmigo. Y la que se enojó mucho también con ese libro fue María Moreno. Me hizo llorar. Imaginate lo que es que la persona que más admirás en el mundo te diga que lo que escribiste no le gustó. Recuerdo que me dijo que no le había gustado que me quedara en lo superficial. Nunca terminé de entender qué me quiso decir. Supongo que se refería a la anorexia. Pero bueno, a mí bajar de peso me hizo bien. Cuando bajé de peso, aparecí yo. Ojo, la teoría de ese libro no es que “hay que ser flaca”. La teoría de ese libro es que vale la pena encontrar el peso y el cuerpo en el que te sientas bien. Jamás se me ocurriría decirle a nadie que debe bajar de peso para estar bien. Pero a mí realmente me cambió la vida. Me acuerdo de que, cuando lo hice, quería sacarme la ropa, cuando hasta entonces lo único que quería era esconderme detrás de la vestimenta. Sé que es un poco provocativo, pero lo sigo sosteniendo. Y, si me apurás, y aunque hace mucho que no lo releo, creo que ese es, de todos mis libros, el que más me sigue gustando. 


Foto: Alejandra López. Estilismo: Ana Markarian – Gentileza L’Officiel Argentina