Certidumbre efímera
27-12-2024Por: Violeta Böhmer
Un comentario sobre las obras que María Venancio exhibió en su muestra Todo el tiempo todo falla. Un mundo de referencias y conversaciones que van desde Mariano Blatt hasta Léonard Tsuguharu Foujita.
Hace unas semanas, mientras estudiaba sola en mi casa, me encontré con una pintura de Macu, es decir, de María Venancio. No fue en el libro, ni en las tostadas, ni entre las cortinas. La imagen se develó de la siguiente manera: como en otras desconcentraciones, pausé la lectura, miré al espejo, me dejé caer sobre la silla hacia atrás y le saqué una foto a una zona particular de mi cuerpo. Me detuve sobre un detalle de mi postura y de mi ropa, donde apareció.
Unos días después, mientras hacía tiempo por la zona, fui a caminar por el Museo Nacional de Bellas Artes. En un sector dedicado al siglo veinte, me encontré con otra pintura de Macu. No sé si primero me detuve por la pintura o por la aparición, inesperada para mí en ese paseo fugaz, en el que por causa del poco tiempo recorría las salas casi sin frenar, responsabilizando a las pinturas de su inmanente punctum; algo que me seleccionara a mí, en vez de yo a ellas.
La cuestión es que en un autorretrato del artista japonés Léonard Tsuguharu Foujita, sentado junto a su gato, sosteniendo entre sus dedos un pincel con la misma motricidad fina con la que se sostienen los palillos para comer sushi, o también un cigarrillo, recordé la cita de Macu. Digo cita como pasaje a lo que nos convoca, que es hablar sobre su exposición Todo el tiempo todo falla en SAGA, con curaduría de Rocío Englender y texto de Giuliana Migale Rocco, que estuvo abierta al público en noviembre y diciembre de este año.
María Venancio pinta como si quisiera compartir con los demás un descubrimiento. Como si a través de sus obras leyéramos su diario, uno que escribe los días en que algo le pareció demasiado hermoso o relevante. El descubrimiento poético es muy diferente al descubrimiento científico porque el primero sucede una y otra vez; podría repetirse al infinito. Es una certidumbre efímera, una idea que, como dice Mariano Blatt: brilla, se sienta entre nosotros, nos hace cosquillas en el cerebro pero al rato, en un rato muy corto, nadie se la acordará.
Como para María Venancio existen museos y es importante recordarlos, para los museos es importante María Venancio. Por eso me la encontré en el Museo Nacional de Bellas Artes y en el living de mi casa, que es otra manera de decir que tuvimos una cita. En Todo el tiempo todo falla podemos jugar a reconocer las citas, las obras de otrxs artistas que ella descubrió, miró, estudió y pintó. La trampa, es decir la magia, radica en que un día cualquiera podemos leer un poema o contemplar un detalle de nuestro outfit antes de salir a la calle y entonces ya no será nuestro, será también de Macu que lo señaló porque no quiso que nos olvidemos.
María Venancio quiere que nos acordemos. ¿De qué? De que Pablo Suárez puso su firma en el cinturón del hombre que abre sus piernas para sostenerse de un vagón en movimiento que lo dejó afuera, de que Marta Minujín quiere crear aquí, en este país, las cosas más maravillosas. De que Nacha Canvas, además de ser una escultora, tiene una manera muy personal de combinar zapatillas-medias-pantalón. De que hay días rojos, días verdes de junio, hojas en blanco y hojas que solo recuerdan que Wislawa Szymborska is god.
Foto de portada: María Venancio. “El mu-seo” (díptico). Óleo sobre tela.